Istvansch

Por Silvia Portorrico y Uri Gordon

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Lo primero que te asombra es la luz. El hall de entrada tiene espejos que multiplican el espacio y a la derecha, en dirección al salón comedor, la luz te envuelve y te llena de calidez.

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Hablar con Istvansch es como deslizarse por esos toboganes de agua en los que uno va disfrutando la caída, pero sin apuro, mirando el paisaje, sorprendiéndose en cada serpenteo y anticipando la refrescada final. La risa fluye y contagia. La luz lo atraviesa todo. Así es él: risa, luz y colores.

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Todo es luz al entrar al departamento.

El salón es amplio, poblado de libros, plantas, muebles y objetos. La mesa está servida. Café humeante, torta y una vajilla exquisita, preparada para la ocasión.

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Presiento que nos haremos un festín porque veo miles de cosas hermosísimas para fotografiar y supongo que cada una debe tener su historia. ¿Cuánto hace que vivís en este departamento?

Hace siete años. Es de la mamá de una amiga. Yo antes vivía en Urquiza, en un departamento muy lindo también, pero mucho más chico y ya los libros me superaban. Esta amiga me comenta que la mamá quería alquilar su departamento y yo le digo: “Ay, si yo tuviera la energía en este momento, porque estoy haciendo diez mil cosas… habría que ver”. “Pero si mi mamá te conoce hace veinte años, va a estar contentísima”, me insiste ella. “No, pero te estoy diciendo que ahora no”. “Te va a encantar, tenés que ir a verlo…”. “No, no puedo”.

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Cien por ciento Istvansch.

Imaginate, yo estaba con todo lo de la organización de la exposición de ilustradores argentinos en la feria de Bologna 2008, sumado a hacer mis libros, la colección de libros que dirijo, además de la vida cotidiana, era demencial la cantidad de cosas que tenía adentro de la cabeza como para pensar en una mudanza. Y yo que no, y sin embargo ella a la media hora me llama de nuevo y me dice “Mi mamá está contentiiiisima…”. “¡Pero de qué si te dije que no!”. “Vos andá a verlo y después me decís”. Así que logró que viniera a verlo y me pareció divino, y realmente con la dueña nos conocíamos hacía veinte años y así fue como me vine para acá, y tanto ella como yo quedamos chochos. Cada vez que viene me dice: “¡Ay! Nunca estuvo tan lindo, nunca estuvo tan lindo…”.

Y la verdad que sí, es uno de esos lugares adonde la gente llega y dice “¡Oh… qué lindo!».  Contame la historia de las cosas que hay aquí, los muebles, los objetos…

Bueno, salvo la biblioteca esta que era de acá, los demás son muebles antiguos que me gustan mucho. Hay algunas cosas que tienen su historia, pero otras fueron llegando.

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Biblioteca original de la sala, con objetos traídos de sus viajes.

No he comprado tanto, fueron cosas que quedaron porque alguien dijo que tenía muebles y yo iba y buscaba. O de separaciones en buenos términos donde decidimos que esto es mejor para vos por el lugar donde vas a estar, ese tipo de cosas. Algunas, como el arcón del estudio -que es con el que vinieron los abuelos de mi segunda pareja- se quedaron conmigo, debe ser de principios de siglo xx.

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Esta radio antigua todavía funciona.

Me gustan mucho las radios, no las colecciono pero caen en mí. He encontrado estas dos en contenedores de basura, esta otra la rescaté de que un conocido la tire a la basura,es un combinado. Y esta me la regalaron mis alumnos y funciona perfecto.

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Precioso salero de porcelana y madera. Perteneció a su abuela húngara.

¿En este estudio es donde trabajás?

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El lugar de trabajo.

La semana pasada cambié todo de lugar, pasé la computadora a mi habitación porque me conecté con Netflix y me facilitaba más el espacio allá, así que ahora voy a agregar bibliotecas aquí. Son dos espacios distintos, por un lado el estudio y por otro la computadora. Estoy en período de prueba, yo no uso la computadora para dibujar, solo para uso social y de trabajo relacionado con la escritura, tanto de libros como de correos. Ahora el espacio de dibujo quedó separado del espacio de escritura, y el estudio quedó como espacio exclusivo para dibujar, veremos si funciona… Antes tenía la máquina ahí y me distraía con los correos electrónicos que iban entrando. En los placares puedo guardar todos los elementos de trabajo.

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Marcos antiguos presiden la cabecera de cama del dormitorio.

Aquí hay cosas de mi abuela por parte de mi mamá, que era argentina, descendiente de franceses. Mi otra abuela era húngara, casada con mi abuelo rumano, que era molinero. El pueblo donde ella nació pasó a ser Rumania después de la guerra. De parte de mi abuelo materno, sastre, soy bisnieto de italianos primeros pobladores de San Jorge, en la provincia de Santa Fe, el pueblo donde me crié. Un pueblo de unos 20.000 habitantes como mucho, muy lindo.

¿ Todavía tenés familia ahí?

Sí, mi hermana, mis sobrinos y mi papá.

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Juego de espejos en el hall de entrada.

¿Y cuándo te viniste a Buenos Aires?

A los dieciocho. Terminé el secundario y me vine. Yo había estado haciendo contactos durante la secundaria y por esos vínculos publiqué mi primer libro, apenas terminé la escuela.

¿Qué libro fue?

Fue uno escrito por Víctor Iturralde Rúa que publicó Quirquincho. Él tenía cosas muy buenas pero ese libro era bastante flojo. Fue el primer libro que me dieron para ilustrar, gracias a Graciela Montes.

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¿Y por qué te conocía Graciela?

Como a los quince años empecé a viajar mucho para mostrar mis libros. Hacía humor gráfico. Empecé a publicar en Hortensia, en El Litoral de Santa Fe. En medios regionales y en Santa Fe se organizaban salones de la historieta y del humor y me había ganado algunos premios. Había conocido gente. En uno de ellos estaban de jurados Quino, Fontanarrosa y Fasola, un tipo muy interesante de Santa Fe. A los tres les había gustado mi trabajo, yo había ganado un segundo o tercer premio, una cosa así, y ellos me querían conocer. Entonces, Quino me dice: “En tus dibujos no se ve nada de contaminación de los medios”. Y claro, yo nunca tuve televisión. Sí bibliotecas, pero tele jamás. Era muy raro encontrar que en la estética de dibujo de un adolescente no hubiera nada de superhéroes, manga, Marvel o Disney.

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Istvansch adora las plantas y dedica su tiempo a cuidarlas. El resultado: ¡bellísimas!

Lo tuyo era original.

Si, yo trabajaba con fibras, que era rarísimo, porque es un material muy difícil de trabajar, por lo menos tal como yo lo hacía, pintando incluso los plenos con las fibras. Así fue que empecé a viajar para Buenos Aires con contactos que me dieron aquellos tres grandes, y ahí conocí a Graciela Montes, a Laura Devetach y a Gustavo Roldán. Ese primer libro que te contaba se titulaba El bramido horripilante. Lo recibí con mucha ilusión y no podía entender cómo el texto tenía errores de sentido… yo era muy lector y detecté de inmediato esas fallas en la escritura, no podía creer que algo así no fuera a ser corregido, pero era mi primera experiencia de edición y no sabía con quién hablarlo. Hice unos dibujos en blanco y negro que quedaron lo mejor que pude, pero también son flojos. No estuvo mal como primera experiencia, aprendí mucho, pero fue el segundo título que ilustré el que sí me llevó a enamorarme de los libros para chicos. Me lo propusieron Laura y Gustavo, era hermoso: La mesa, el burro y el bastón, de los hermanos Grimm, en versión de Laura Roldán. También está dibujado con fibra. Ahí estaba con una onda muy Asterix, ahí sí un poco contaminadito el estilo, pero sanamente. Dejar que se filtre esa influencia de ese personaje que había leído y releído mil veces me permitió crecer.

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Dato coherente: los libros están ordenados alfabéticamente por el nombre del ilustrador.

¿Y vos habías estudiado dibujo?

Yo siempre había dibujado. Durante el fin de la primaria y el comienzo de la secundaria me iba a pintar a los campos de San Jorge con mi caballete y mis pinceles y óleos (todo queda cerca allí, una bicicleteada y se llega a la ruta), pintaba girasoles, me sentía Van Gogh… también viajaba a Rosario todos los fines de semana a un taller de pintura. Tenía quince años. Esa fue mi única formación más o menos formal, más allá de eso, siempre fui autodidacta.

¿Tu familia te apoyaba?

Apoyo incondicional. Me preguntaban si quería ir a estudiar pintura, me compraban los fascículos de las enciclopedias de pintores de los que yo aprendía, me animaban a que dibuje, a que lea, a que haga lo que quiera, lo que veían que me gustaba en serio. Había muchos problemas económicos, pero se las rebuscaban para que yo tuviera lo necesario para pintar y crecer en el arte, por ejemplo, mi tío Juan Carlos me bancó los viajes a Rosario, la familia entera me apoyó mucho siempre.

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¿A qué se dedicaban tus viejos?

Mi papá es arquitecto y mi mamá era maestra, pero nunca ejerció. Era ama de casa. Los dos habían viajado mucho. Imaginate, en San Jorge, un lugar chico -y antes más todavía-, en aquella época, mis padres eran muy particulares. Además muy bellos, ambos, mi mamá era bellísima y mi papá guapísimo y venían vestidos “de europeos”. Todavía hay gente que me dice: “Yo quería ser como tu mamá”. Era tan luminosa, y vestida a la moda de Europa, era como una actriz.

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¿Por qué viajaron tus padres?

Se casaron en el sesenta y cuatro. Mi viejo se había recibido y con sus compañeros habían estado preparando el viaje de estudio a Europa. Seis meses recorriendo todo en una combi. Lo que ellos arreglaron era que se casaban, mi viejo hacía los seis meses de viaje, después se quedaba en Europa mientras mi mamá iba en barco para encontrarse con él en Génova. Primero recorrieron algunas ciudades de Italia y luego se establecieron en Suiza. El proyecto era que a lo largo de esos meses mi viejo iría creando contactos para poder quedarse a laburar. Cuando parecía que no había funcionado nada y estaban por volverse, lo llaman de un estudio de arquitectura en España para ver si le interesaba sumarse a un equipo de trabajo. Entonces se fueron a vivir a Madrid. Y yo nací allí en el sesenta y ocho.

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Fotos de familia.

¿Tenés doble nacionalidad?

Sí.

¿Qué significó para vos tener dos nacionalidades, pertenecer un poco aquí y un poco allá?

Me gusta mucho viajar. Una cosa muy fuerte que me pasó con el hecho de haber nacido en España y haber venido a vivir a la Argentina de muy chico, es que muchos años después, cuando volví a Madrid, la conexión fue muy intensa, como si no hubiera pasado el tiempo. Lo sentí como un lugar de pertenencia. Fui a conocer el lugar donde nací, el barrio. Fui a visitar a los amigos de mis viejos de ese tiempo, con quienes ellos nunca habían perdido contacto. Fue muy impresionante, con la más amiga de mi familia, cuando la vi –yo tendría veintidós años- la sensación fue de reencuentro. Yo la iba a conocer, pero la sensación interna, visceral, fue de reencuentro. Es que ella me tuvo en brazos. Ahí me reconocí bebé.

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Claro, es que estabas volviendo al nido. Siempre me pregunto dónde siente uno que está el hogar. ¿Es la casa paterna? ¿Es el lugar que se elige en la adultez? ¿Hay hilos invisibles que te atan a ciertos lugares?

Yo creo en los hilos invisibles. Hay lugares donde uno se siente muy cómodo y dice este es mi lugar, por ejemplo, en este departamento me siento comodísimo. Hipercómodo.

¿Te mudaste muchas veces?

Me mudé varias veces, pero tampoco tantísimas. En cada lugar que he vivido estuve por lo menos cuatro, seis o más años. La mudanza a Buenos Aires fue uno de los viajes más alucinantes de mi vida. Tenía dieciocho años, me vine de San Jorge con mis petates: valijita, tablero chiquito y los materiales de dibujo. Todo lo que necesitaba, que era muy poquito. Me vine con Don Turre, el viajante de San Jorge, amigo de mis viejos que iba por los pueblos tomando pedidos. Él hacía una ruta que terminaba en Buenos Aires. Ese viaje duró un día entero. El trayecto en colectivo es de seis horas, pero ese viaje empezó tempranito a la mañana y terminó a las once de la noche. Para mí fue realmente iniciático, no fue un viaje común. Iba a establecerme, estaba separándome de mi familia, venía al lugar que yo quería.

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¿Y a la casa de quién llegaste?

Para contestarte eso te cuento antes otra cosa. Yo había estado viajando antes y vinculándome con gente de acá y había empezado a trabajar en el Plan Nacional de Lectura que coordinaba Hebe de Clementi, una divina total. Claro, nadie se dedicaba a enseñar algo relacionado con la historieta. Somos del mismo pueblo con Luisito Pescetti, entonces Luis -que lo conozco desde que yo estaba en el jardín de infantes- cuando empecé a pensar en venirme me dice: “¿No te animás a dar talleres de historieta? Porque nadie los da”. Siempre fui un excelente alumno y siempre tuve interés en la docencia, así que no me costó envalentonarme y preparar un taller. Luis entonces me dio el contacto de Hebe. Ella me pregunta: “¿Y vos que harías?”. Y yo que haría esto y aquello, y me dice: “Listo, te vamos a llamar”. Una visionaria, porque figurate que yo tenía apenas dieciocho años, y los talleres eran para chicos pero también para docentes.

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Y eran todos más grandes que vos.

Claro, todos eran más grandes pero en ese momento nadie estaba reflexionando sobre la historieta en la escuela. Entonces yo fui a llevar eso, como otra forma de la literatura. Me llamaron para ese primer viaje en 1986. Así fue que apenas llegado a Buenos Aires, a los pocos días, ya estaba viajando a no sé dónde, no me acuerdo adónde era, a dar un taller. Lo armé con diapositivas (de las de antes, las de marquitos), era sobre la historia de la historieta, y con fotocopias preparé el material para los ejercicios.

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Vos fuiste pionero porque recién ahora, casi treinta años después, la historieta ocupa un lugar oficial en la escuela.

Totalmente, me pedían muchísimo porque era muy original. En ese plan de lectura estaban Laura Devetach Graciela Montes, Gustavo Roldán, en fin, todos hablaban de literatura, de los textos, pero nadie de la imagen, porque era gente de otras disciplinas. Había también algunas personas de quienes me hice muy amigo, por ejemplo Fabián Stolovitzky, periodista; Graciela Scheines, especialista en juegos; e Isabel Ortega, de matemáticas. Con ellos hice mucha amistad y ahí retomo para contestar tu pregunta sobre a qué casa llegué: Graciela fue quien me dijo que para conseguir un lugar para vivir no buscara a través de Clarín, que buscara en el Buenos Aires Herald. Así fue que di con una suiza, una señora grande en todo sentido, de edad, de altura, gorda. Tenía un departamento que era un piso entero, enorme, con cinco habitaciones. La habitación era divina y la vieja un personaje, nos queríamos mucho. Vivía toda la semana tirada en la cama mirando televisión, se levantaba solo para comer y el domingo se producía para ir a misa, volvía y se tiraba de nuevo en la cama.

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Qué experiencia para un chico de dieciocho años que venía de un pueblo llegar a convivir con gente totalmente extraña.

Sí, pero sin ningún tipo de problema. Al mes volví a San Jorge a visitar a mi familia y mi mamá quería saber cómo estaba, cómo me sentía. Yo tenía el pelo largo con unos rizos rubios completamente dorados con bucles naturales y le respondí: “lo único que extraño es el agua. Porque el pelo me queda mejor acá que allá”. Mi mamá no me dijo nada en ese momento, pero a los años me lo recordó. Y otra anécdota de ese estilo es de cuando estaba por venirme, como ya había publicado un libro, era un personaje en San Jorge, era un tipo que en toda la secundaria me habían llamado para hacer escenografías, hacía teatro, exposiciones y me vinieron a hacer un reportaje de la televisión local. Era verano y lo hicimos en el parque de mi casa. Estaban mis viejos mirando y mi mamá, después, me lo señaló. Cuando el periodista me preguntó qué proyectos tenía, yo le contesté sencilla y crudamente: “Irmeee”.

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Evidentemente lo tuyo no es la diplomacia. Después de eso ¿te volvieron a entrevistar de tu pueblo?

Sí, claro, y lo quiero mucho, nunca dejé de ir, de presentar allí mis libros, voy a visitar a mi familia, sigo teniendo amigos de la época de la secundaria, visito la escuela, me llevo muy bien con mi pueblo, siento que fue central en mi formación, que toda la comunidad siempre me apoyó muchísimo y estoy muy agradecido por eso.

Por lo que contás, prácticamente no te costó armarte una carrera. Pusiste tu talento, tu esfuerzo, pero todo fluyó a tu alrededor, no tuviste mayores dificultades, se te abrieron puertas de manera natural.

Dificultades tuve, económicas -es como un karma de familia-. Era mucho tema conseguir la guita. Siempre pude cumplir con todo, siempre pude tener mi espacio, siempre, pero como mi familia tenía problemas económicos, no me pudieron dar dinero como hubieran querido. Me vine a Buenos Aires con mi propio dinero. Mi viejo me decía: “Espera un poquito más, así te podemos ayudar”. Pero yo no quería esperar nada, intuía que esperar era detenerse, quedarse, apoltronarse. Ellos lo que querían era tener participación, poder darme unos mangos. Y claro que tuve otros tipos de dificultades y sinsabores, personales, no creo que la vida de nadie sea un completo jardín de rosas. Pero a nivel profesional, la verdad es que la cosa fluyó con bastante armonía.

 Y te las arreglaste bastante bien.

Haciendo lo que sea pero siempre relacionado con el dibujo. Nunca tuve que salir del paso como cajero de súper o vendedor de qué sé yo qué. Me las rebusqué ya sea dando clases, dibujando en folletería para negocios, haciendo manuales, pero siempre por el lado de lo creativo… quizás nadie lo haya registrado, pero por ejemplo yo trabajé durante un año dibujando plantas de manera totalmente realista en la revista Para Ti Jardinería. Ves esos dibujos y no podés creer que sean míos, es un estilo completamente diferente al que más se conoce de mí…

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¿Y cuándo sentiste que llegaste a la madurez en tu producción?

Hubo un salto clarísimo cuando encontré los papeles y las tijeras, el tema del recorte de papel. Eso fue en el tercer libro, Un pez dorado, que escribió Laura Devetach y lo editó en la Colección del Pajarito Remendado, que codirigía con Gustavo Roldán, en Colihue. Lo trabajé con una base de recortes, terminando los detalles con pincel y témperas. El hallazgo de los papeles fue tan iluminador que el siguiente libro (también con Laura y Gustavo como editores), lo ilustré solamente con papeles, incluso los detalles, todo recortado. Me encantó ese material y todo lo que podía decir a través de él, también aluciné con algo que suscitaba en la gente: la sorpresa. Irremediablemente el detalle ínfimo de papel produce sorpresa y que ocurra eso me da mucho placer.

El otro salto remarcable, el que me hizo entender cómo funcionan los libros, qué necesitan, cuáles son sus tiempos de maduración, cómo respetarlos, fue con la serie de colores, números, formas y opuestos que hice en AZ, allí conocí a Heber Cardoso que es como un padre de la vida para mí. Heber es mi padre editorial, lo amo. Con esa colección yo creo que terminé de entender el discurso del libro. El libro necesita ciertas cosas que uno debe darle. Los títulos de esa serie que te digo no están hechos todos con papel, por entender que no podían estar todos hechos con un solo material, tenía que echar mano de todos los recursos que yo tuviera para lograr las estéticas y técnicas que esos libros necesitaban. A partir de ahí cada obra nueva mía publicada entró a ser muy característica. Tengo una producción bastante rara en realidad.

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Y encontraste también una buena respuesta de las editoriales.

Es como vos decís, si bien con muchísimo laburo, todo fue siempre muy fluido.

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Uri: Yo escuché por ahí que un paso muy importante en tu carrera fue cuando empezaste a fotografiar tus dibujos para los libros…

Ah sí, eso fue importantísimo. De verdad, es un paso reciente y es importante decir que vos Uri, sos el fotógrafo de la gran mayoría de mis libros. Tardé muchos años en darme cuenta de que la foto era mejor que el escáner. Por ejemplo, con Puatucha Rentes, mi libro más reciente, me han dicho: “Por fin un libro tuyo que se ve como tiene que verse, la dimensión, la sombra…”.

Sí, creo que a partir de los libros de AZ hubo una maduración. También con Detrás de él estaba su nariz, el libro de las bandas de Moebius, que se editó en Francia la primera vez y aquí lo terminé publicando en el Eclipse. Y el otro salto creo que lo di con La otra lectura, el libro teórico.

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Autor y fotógrafo junto a algunos de los libros que Uri fotografió.  Muchas fotos de esta entrevista fueron tomadas con anterioridad para producciones de libros.

En un momento comenzaste a pensar y a escribir sobre lo que hacías.

Quizás el libro teórico es lo que me haya permitido ser reconocido como autor integral, porque yo siempre escribí, dibujé, diseñé, hice todo, pero con ese libro siento que me instalé en el panorama de los libros para chicos también desde la escritura. Siento que antes me ubicaban solo como ilustrador, a partir de allí creo que empecé a sentirme también reconocido como alguien que tiene cosas para decir a través de los textos, además de las ilustraciones.

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Pero además con la capacidad de reflexionar sobre tu trabajo.

Sí, me gusta pensar por qué hago lo que hago. Cuáles son los caminos que me llevan a hacer esto de una manera y no de otra.

¿Podemos decir que Istvansch hizo escuela?

Ojalá sea así, me sentiría súper honrado… mi libro teórico es, en Argentina, el primer libro de teoría que hubo sobre ilustración y sobre la imagen en los libros infantiles. Fui de los primeros en hacer talleres de ilustración de libros para chicos. Nadie antes daba clases sobre esta ilustración en específico, sobre el discurso de la imagen en los libros para chicos.

Ese aporte tuyo tuvo mucho que ver con la movida de los ilustradores.

Junto a otros colegas y amigos, fuimos fundadores del Foro de Ilustradores. Creo que esto del largo viaje para llegar a Buenos Aires me permitió ser punta de lanza de muchas cosas: el Foro, las clases sobre ilustración, la primera colección de libros álbumes en Argentina, cuando nadie editaba este género.

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Contame sobre Istvansch editor.

Eso fue llegando de manera espontánea, al entender que había libros que aquí no existían y tenían que estar. Cuando la gente lo comenzó a percibir, vino la crisis de 2001. Ahí Rosario Charquero, de Libros del Eclipse, me llama para decirme: “Quiero hacer una colección de libros para chicos”, pero era una charla de amigos, no más. En esos tiempos yo estaba comenzando a dar las clases sobre libro ilustrado, en la Cárcova. Le dije: “Mirá, lo que tendrías que hacer es no repetir lo que todos están repitiendo, no a los formatos predeterminados”. Y al final me terminó preguntando si quería dirigirla yo. Le dije: “Bueno, la semana que viene te tengo los primeros títulos listos”. Porque yo venía pensando en todo eso y sabía de libros que colegas no habían podían publicar en ningún lado, con formatos distintos a los de las colecciones que existían en ese momento. En una semana tenía los primeros cinco. “Y ya te digo que tengo los primeros diecinueve”, le advertí… es gracioso, suena hiperbólico, pero era totalmente cierto. Ahí me concentré y comencé a pensar en los libros que me habían mostrado en los últimos años y que yo sentía que brillaban especialmente. Imaginate que habiendo estado desde la prehistoria en la formación del Foro de Ilustradores, a lo largo de años había visto montones de proyectos, y me vinieron a la memoria cosas del Negro Rojas, Sergio Kern, Nora Hilb, Mónica Weiss y muchos más. Esto fue mi debut como editor y al haber logrado instalar una serie de libros innovadores en el mercado, combinado con mis intereses y estudios teóricos sobre libro ilustrado, sentí que tenía herramientas para poder hablar con los autores desde el lugar de editor, diciendo que tal o cual cosa “no funciona por esto o por aquello”, y compartiendo pareceres en torno a esas opiniones. Y hacer que un proyecto realmente crezca.

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¿Cuántos libros editaste ya?

Ya voy por más de cincuenta, mi plan de edición es de entre cuatro y seis novedades por año.

Y ha sido un éxito que tira por tierra muchas teorías de las editoriales que no se quieren arriesgar.

Fue una colección que vino a instalar un nuevo tipo de libros en el mercado, fue pura intuición lanzarse con algo así, era muy arriesgado, pero evidentemente había terreno fértil para hacerlo. Una confirmación de eso la vislumbramos casi de inmediato: mientras con Rosario dábamos forma a los primeros Libros-Álbum del Eclipse, en el mismo momento Ruth Kaufmann y Diego Bianki estaban haciendo lo mismo con Pequeño Editor. Las presentaciones de los primeros títulos de ambos proyectos fueron casi al mismo tiempo, era evidente que había algo en el aire, algo que pedía que ese género aterrizara en nuestro país.

Fue la época en que comenzaron a surgir editoriales independientes súper interesantes. Son las cosas auspiciosas de las crisis: para salir de ellas hay que ponerse creativos… fijate que ahí estaban también Carla e Ileana de Iamiqué, sacando la colección Preguntas que ponen los pelos de punta y sentando precedentes dentro del terreno de los libros de divulgación para chicos, que tampoco había nada aquí.

Al ver que la cosa funcionaba, otras editoriales se abrieron a publicar este tipo de libros. Al principio la manera de instalar esto era que la gente entendiera qué era. Ahora el desafío es ver cómo tener presencia frente a otras colecciones que son del mismo estilo, porque el género ya está definitivamente instalado.

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Istvansch con sus libros.

Y retomando el tema de tu casa y la historia de los muebles…

Estas bibliotecas las hice yo con ladrillos y maderas, quedaron muy “de diseño” pero son súper caseras.

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Esta mesa también la hice yo, es una reja que un amigo iba a tirar, debe tener 80-90 años porque es hierro forjado y sin soldadura, las rejas se unían con estos tornillos. Mandé a cortar el vidrio y usé como pie un macetón. Adentro tiene un mantel bordado, herencia de la vida.

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No quería que dejáramos de hablar de tus propios viajes, porque hablaste de tu viaje emblemático que duró un día y te transformó por completo, pero ¿qué otros viajes hiciste?

Viajé muchísimo. El primer viaje internacional fue a México y a Cuba. Empezó como un paseo y terminé quedándome cinco meses en México. Había llevado unos pocos dibujos originales para mostrar en el caso de conocer a alguien a quien valiera presentarse, y me ofrecieron hacer una muestra. Hice murales, armé la exposición y me propusieron quedarme en el equipo de trabajo de producción de manuales para la SEP de la Universidad Pedagógica Nacional: era el año en que se había abierto a concurso la producción de manuales escolares. Fue en el año noventa. Después volví y me fui a Eslovaquia, me postularon para ir al workshop de Bratislava. Tenía cubierta la estadía pero, como había que pagarse el pasaje, aproveché y me quedé dos meses recorriendo. Visité varios países y me acuerdo que, cerca de Bratislava, en un pueblito llamado Moravany, para el workshop, paramos en un palacio (un palacio en serio, de vaya a saber quién en otros tiempos y que, entonces, era del Estado y había pasado a ser “La Casa del Artista Eslovaco”). Ahora con la llegada del capitalismo a los países del Este, me contaron que dejó de serlo, ya no existe como tal, vaya a saber qué es ahora, espero que no sea un shopping….

Allí se desarrollaban distintos eventos relacionados con el arte y los libros, y cada una de las habitaciones eran enormes, algunas funcionaban como dormitorios, otras como estudios. Divino todo. Ese fue el primer viaje recorriendo Italia, Francia, Austria, Eslovaquia, República Checa, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y España. Después tuve la oportunidad de viajar a la Feria de Bologna, a la que fui unas ocho o nueve veces. Allí fui seleccionado en dos ocasiones para la muestra de ilustradores, que es muy prestigiosa, y aproveché para hacer contactos y para viajar.

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En uno de esos viajes, en 1995/96, mi pareja de ese momento se había ido a trabajar a Alemania. Así que estuvimos viviendo allí por cinco o seis meses, en un pueblito bello, bello. Era primavera, las colinas cubiertas de flores de todos los colores, una cosa maravillosa. Él era también muy viajero, y la idea era que con ese año de laburo en Alemania, podría vivir después un año en Argentina sin preocuparse. Pero un día me dijo: “Che, vi unos folletos de China”. “¿China? ¡Vamos a China!”, así que un viaje que estaba pensado Bologna, Alemania, París ¡incluyó diez días en Pequín! Fue la única vez que estuve en Oriente hasta ahora. Fue impactante. En ese viaje pude recorrer tanto los museos europeos como la Ciudad Prohibida, la Gran Muralla y las tumbas de los reyes chinos, algo impresionantemente monumental y muy inspirador. Así como también lo fue el viaje a México y poder ver in situ a los muralistas, las pirámides aztecas y mayas, y las pinturas que los tipos hacían en esas pirámides. Esos fueron viajes muy importantes para mí.

¿Te sentiste influenciado por los viajes? ¿Le aportaron a tu mirada estética?

Sí, totalmente. Tal vez la influencia de México tuvo mucho que ver con mis colores. Además, México me aportó una palabra, en realidad una “oración unimembre”, que me selló para toda la vida. En ese equipo de trabajo para los libros de la SEP, había un coordinador, Isaac, un divino. Yo estaba dibujando y se acercó a mirar mi trabajo y me dio su opinión, por qué esto sí y esto no… Antes de irse y para concluir lo que me estaba diciéndome, me aconseja: “Alócate”.

Para mí esa frase fue mágica, “alócate”, una palabra que me significó: “permiso para todo”. Eso lo voy a recordar siempre. Finalmente mis libros están sellados por una cosa muy loca y siempre siento que tengo que abordar nuevos desafíos. Por eso, “alócate” es mi palabra.

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¿Cuál es la foto que te gustaría sacar?

¿La foto que me gustaría sacar? El pensamiento automático que me viene a la cabeza es el de gente desnuda, esa es la foto: la de TODOS los humanos desnudos, tal como son, sin nada que se interponga ni con lo animal ni con la transparencia del cuerpo que habla sobre sí, por sí mismo.

Y no hablo de las fotos de ese fotógrafo que retrata multitudes desnudas acostadas, digo desnudos haciendo lo de todos los días, pero sin la cáscara de la ropa. La humanidad al desnudo, o sea, con el cuerpo que deje al descubierto tanto el adentro como el afuera, con sus bellezas y sus fealdades, y también sus cicatrices…

El ojo ajeno Logo

Horacio Convertini

Con Uri salimos temprano. El sábado soleado y fresco nos invitaba a caminar. Treinta cuadras repasando fotos y preguntas. De pronto, la ciudad comenzó a transformarse, los edificios eran cada vez más bajos, los árboles más frondosos. Estábamos ingresando en un barrio de esos que te llenan el alma de recuerdos. Calles amplias de nombres inusuales. Parque Chacabuco. Llegamos a la puerta donde vive la familia Convertini. Nos recibió Mariel y, tal como imaginamos, entramos a una casa cálida y hogareña, de dos pisos, con un patio lleno de luz al fondo. Atravesamos una sala espaciosa hasta llegar a la cocina y allí comenzamos a charlar.  

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Nos recibe Mariel, la esposa de Horacio, y nos hace sentir en casa.

¿Cómo llegaste a esta casa?

Llegué escapando de un departamento. Fue algo entre divertido y patético. Nosotros vivíamos en un departamento muy feo, lleno de humedad. Era un contrafrente en un piso once, donde de vez en cuando se nos metía un murciélago. Aunque nos estaba quedando chico, no tenía placares y un montón de contras más, en ese lugar fuimos extraordinariamente felices, con mi esposa y con mi hijo más grande, Daniel, que hoy tiene veintiséis años, porque el más chico no había nacido.

 

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«En ese lugar fuimos extraordinariamente felices…»

¿En qué año fue?

Era a mediados de los noventa. Con el uno a uno me saqué las ganas de viajar y me estaba yendo bien en el trabajo. Así que con Mariel pensamos que era el momento de pasarnos a un departamento mejor y empezamos a buscar. Encontramos un edificio a estrenar frente a Parque Chacabuco, a la vuelta del que teníamos. Un piso nuevo bien menemista, con hidromasaje y esas cosas. Yo tenía la posibilidad de que me prestaran guita que debería devolver y peleé el precio, lo que me hizo sentir un ganador y lo compramos. En esa época estudiaba historia, trabajaba y me levantaba a las seis de la mañana a estudiar. Antes de mudarnos, cuando todavía vivíamos en el departamento viejo y feo pero feliz, le digo a mi esposa: “che, me parece que nos equivocamos con la compra”. Y le di esta explicación: “estaba despierto estudiando y escucho un concierto de perros- el living donde estudiaba daba al contrafrente y el departamento nuevo estaba en la otra cuadra, que también daba al contrafrente-. Estoy seguro de que los perros nos van a despertar”. A tal punto que lo pusimos en venta antes de irnos a vivir. Pero no lo pudimos vender y tuvimos que mudarnos.  Nos mudamos el día que le ganamos a Inglaterra en el noventa y ocho. Todo nos salió mal, todo lo que te puedas imaginar. Lo de los perros fue un vaticinio cumplido. Dormir resultaba imposible porque en ese momento era el único edificio de la manzana. En el pulmón de manzana había solo casas con catorce perros cada una, que chumbaban toda la noche. El sonido sube. Al lado teníamos una bicicletería con dos Doberman. Cuando la bicicletería cerraba dejaban a los Doberman encerrados, imaginate. Bueno, nos robaron, todo salió mal, no a lo largo de diez años, sino en un año y medio. Para que te des cuenta, una mañana vemos una humareda y pensamos “¡se nos quema el edificio!”. Era una mujer coreana que cocinaba para una iglesia coreana y se había olvidado un fuentón en el fuego y se estaba quemando todo. Los olores de la comida eran imposibles, era una pesadilla.

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«Todo nos salió mal, todo lo que te puedas imaginar».

En el noventa y nueve decidimos irnos. El de la inmobiliaria nos muestra una casa y yo le digo: “Esta casa no es”. Había algo que me decía que no era. Yo soy racional y pragmático, pero por momentos me vuelvo supersticioso. Cuando miro fútbol me lleno de cábalas, y mirá que soy racional, pero me traiciona eso, es un pensamiento mágico que aparece por momentos. En este caso era “no es esta la casa”. El dueño de la inmobiliaria se enoja y cuando le pregunto si no tiene otra cosa me dice: “Tengo algo, pero ustedes no llegan”. Y yo, cabezón, le digo: “Quiero verlo”. Me muestra esta casa y apenas entré supe que era la indicada. No nos alcanzaba la plata pero esta era la casa. Estaba muy parecida a como la ves ahora pero le faltaban detalles de pintura, casi todo lo que ves, estaba. Le hice una oferta por mucho menos de lo que pedían. Y me fui a trabajar. Al otro día aceptaron hacer la operación. Me acuerdo que a la semana de mudarnos escuchamos ladrar a un perro- yo había desarrollado una alergia a los perros- y no me molestó para nada. Todo había sido distinto. Un fin de semana hubo una fiesta en el barrio con mucho ruido y no me importó. Nos vinimos a vivir acá, Dani tenía doce años, Franco, un año y monedas, en julio del noventa y nueve.

Horacio Convertini Entrevista Color

La casa cumplió con todas las expectativas, es cómoda, es amplia, es luminosa, te levanta el ánimo cuando venís a tomar un café a la cocina. Tuvimos inconvenientes como todo el mundo, humedad en algún lado, el piso original lo tuvimos que levantar, pero llevamos catorce años viviendo. Cuando las dificultades son dolores de crecimiento, no te preocupás. Cuando hay que pintar o impermeabilizar o hacer cosas de mantenimiento cuesta guita, pero lo hacés con gusto. Es el lugar.   Alguna vez hemos charlado con Mariel que tal vez cuando los chicos se vayan, esta casa nos va a quedar grande, pero mientras tanto, por el momento la pasamos bien, recibimos muchos amigos, se transformó en un centro de reunión de amigos. Tiene una parrilla que yo no uso porque no sé hacer nada, pero cumplo con mi papel de anfitrión, de contar chistes, de animar a la gente o conversar. Fue también una casa del reencuentro porque cuando cumplí cuarenta me preocupé por reencontrarme con amigos de la adolescencia. Me acuerdo que hice un gran festejo y desde allí volvimos a vernos con frecuencia todos. Funcionó como un lugar social, en esta casa puedo recibir a veinte o veinticinco personas.

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«Cuando miro fútbol me lleno de cábalas, y mirá que soy racional, pero me traiciona eso, es un pensamiento mágico que aparece por momentos».

Aquí empezaste tu carrera literaria.

Sí, en los lugares anteriores había empezado a borronear cosas. En el departamento viejo feo y feliz -con el que mantengo un vínculo, tal es así que el portero de ese edificio viene a arreglar las bombitas, cuando me ve me carga con San Lorenzo-, hay una ligazón sentimental, ahí empecé a sentir claramente la necesidad de tener una alternativa creativa que no me daba el periodismo, o que el periodismo me daba pero que no me alcanzaba.

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«…ahí empecé a sentir claramente la necesidad de tener una alternativa creativa que no me daba el periodismo…».

¿Dónde estabas trabajando?

En ese momento trabajaba en Olé. Empecé como periodista deportivo, pero mi inicio fue en Diario popular, después en El cronista y después en Tele Clic y un poquito en Olé, pero yo buscaba algo más. El periodismo me gusta pero no le encontraba la vuelta creativa. En los ochenta empecé a escribir guiones de historietas porque un compañero de Diario Popular escribía guiones de historieta. Y yo le preguntaba: “¿Cómo hacés?”, a mí me parecía imposible, todo me parecía lejano e imposible, no era alguien que tuviera espíritu aventurero, creía que eso no era para mí, y me encuentro con un pibe común y corriente que me dice que escribe guiones para Columbia. ¿Se acuerdan que publicaba El Tony, Dartagnan, Fantasía…?”. Le pregunto: “¿Cómo se hace?”. Me pasaba en el periodismo, yo leía el diario, compraba revistas y no podía creer que eso lo hiciera gente. Y no me pasaba a los diez años, me pasaba cuando tenía diecisiete, no podía entender que alguien hiciera eso y no lo veía como un horizonte posible.

¿Y cuándo supiste que sí era posible?

Me vine a enterar en quinto año cuando vino un profesor de Geografía y nos contó que dirigía un instituto de periodismo. Vi el folleto y dije “Oia, existe algo llamado periodismo”. Y así me pasaba con todo, vivía con cierta ingenuidad frente a las cosas. Este chico me dice: “Te doy un guion que yo escribí para que te fijes cómo es”. Por otro lado había cierta osadía mía. Pensé: “Si se trata de esto, lo miro y voy a hacer algo parecido”. Y así empecé a escribir una saga de tres capítulos de un detective en Nueva York con todos los lugares comunes de la historieta, pero era lo que Columbia te pedía. Después vino una etapa de mucho trabajo y nunca llegué a presentar esos guiones. Uno de ellos lo terminé convirtiendo en un cuento.

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La biblioteca, que está junto a su escritorio, y la cocina. Los lugares favoritos para escribir.

¿Cuáles eran tus lecturas por entonces?

Para esa época había leído a Chandler, a Vázquez Montalbán. Mis lecturas eran azarosas, no estructuradas ni orientadas según gustos estéticos. Estaban definidas por el valor del libro. Para entonces, años ochenta, no teníamos mucha guita, para nosotros era un lujo comprar un pañal descartable para Daniel, así que compraba en mesa de saldos. Ahí encontré a Simenon porque era barato. En los noventa aposté por estudiar Historia, estudié lentamente en la Uba. Me iba muy bien pero tuve que dejar y seguía buscando canales creativos. En esta casa escribía algunos cuentos que tiraba, y es acá donde empieza un grado de madurez personal, la posibilidad de construir otro perfil aparte del periodístico. Encuentro a un compañero que hacía mucho tiempo que no veía. Me dijo que era director de cine y le pregunto: “¿Cómo se escribe un guión de cine?”. Para mi cumple me regaló un libro que se llama “Cómo escribir un guion de cine”, leí el libro y escribí un guion. Se lo llevé a este amigo y le encantó. Decidimos presentarnos en el Incaa, contactamos a actores que lo leyeron y les gustó: Eugenia Tobal, Juan Palomino. Incluso firmaron las autorizaciones pero no llegamos a nada. Después escribí otro guion y ahí es donde recupero los cuentos, me doy cuenta de que la cosa va por ahí, empiezo a trabajar en la escritura y recién en 2005 me animo a mostrarlo. Creo que allí comienza mi carrera literaria.

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¿A quién le mostraste tus cuentos?

Al primero que me animo a mostrarle mis cuentos es a un compañero de trabajo, Alejandro Caravario, muy buen periodista y escritor, alguien con autoridad y le di a leer cinco o seis cuentos. Como él participaba en la edición de una revista, me publicó unos cuentos allí.   Más que nunca tenía la necesidad de expresarme. Sentía que en mi trabajo tenía mucha responsabilidad pero más orientada a la organización o planificación y no a lo creativo.

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Una de sus últimas lecturas.

¿Dónde estás trabajando?

Te puedo dar un título pero que es nada: Clarín está integrando sus redacciones digitales y de papel. Eso implica una gran reorganización y me propusieron formar parte de la mesa general de edición, que trabaja sobre la edición de los contenidos web como de papel, es un lugar que no existía hasta ahora pero ya está funcionando.   En 2006 empiezo a tomar talleres literarios con Pablo Ramos, a trabajar intensamente lo que escribía y descubro el mundo de los concursos literarios. Un día, un amigo me desasna y empiezo a mandar a concursos… y a ganarlos también.  

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«Un día, un amigo me desasna y empiezo a mandar a concursos… y a ganarlos también».

Ahora sos el campeón de los concursos yo veo en Facebook que todo el mundo comenta “ah, otra vez Convertini se ganó un concurso”. Hace poco fuiste finalista en el premio Dashell Hammet de novela negra, el más importante de habla hispana.  

Es importante, no es un premio en guita pero es muy prestigioso porque te abre las puertas de la publicación en Europa.

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La escalera que lleva al primer piso, divide el living del comedor y del escritorio.

Y esto de los premios te llevó a viajar también.

Viajé, y por primera vez me sentí escritor. El primer viaje fue a España, todavía la crisis no estaba instalada, año 2008, y me premian una novela corta que se llama El refuerzo, ganó el accésit, en un premio que se llama Gabriel Sijé, que lo otorga la Caja Mediterránea. El primero lo ganó un colombiano, había guita y me invitaron a Alicante en un hotel con vista al mar, me llevaron a comer, la prensa sacándome fotos, no lo podía creer. Yo ya había viajado por trabajo y por placer varias veces pero ese viaje fue el primero que hice en condición de escritor. Después hubo varios así y son experiencias a las que aún hoy me cuesta acostumbrarme porque siento que todavía no pertenezco al mundo de la literatura, me siento más en el mundo del periodismo y recién ahora me animo a perder un poco el pudor y a no sentirme como un intruso sentado a la mesa de los escritores. Siento que entré por la claraboya, tarde, por casualidad, sin tener una formación académica vinculada a las letras.

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En plena sesión de fotos.

¿Pero de chico te gustaba leer y escribir?

Haciendo memoria, revisando mi historia, encuentro que en la primaria me encantaban las composiciones, por ahí había algo, me gustaba dibujar mucho, un rasgo que comparten mis hijos, dibujaba batallas, jugaba a los soldaditos, construía países pequeños invadidos por países gigantes, todo con rasgos heroicos, que peleaban hasta la muerte. No escribía, pero me gustaba construir universos. Yo estudiaba a la tarde y a la mañana estaba en casa y había horarios en los que no tenía con quién jugar y recuerdo que me iba a la terraza a jugar a los soldaditos o a inventar historias donde yo hacia todos los personajes. Y ahí hay una construcción narrativa. Tal vez hoy pienso cómo no se me ocurrió expresarlo escribiendo, lo actuaba o lo dibujaba, ahora pienso por qué no me funcionó nunca -cuando intenté escribir cine- la escaleta, porque tenia la historia completa en la cabeza. Yo escribo directamente, ni loco hago un plan de novela, no puedo.

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El patio, un lugar para sentarse a leer.

¿Usás anécdotas del periodismo en tus novelas?

Sí, escenas, había un ex periodista de Diario Popular que ya falleció del que tomé un rasgo particular y lo utilicé. A un vendedor ambulante lo tomé para un personaje, eso sí, me la paso observando a la gente, la mayoría de la gente que conozco es de las redacciones.

No te digo que los escritores nos van robando la vida…

Sí, soy un gran robador, las personas son el detonante, al vendedor ambulante que sube en el 4 le robé la nariz, tenía una nariz monstruosa y pensaba cómo será vivir con esa nariz y a él lo pongo en una historia en donde la nariz es importante. A mi ex jefe lo puse en un cuento en donde mezclo una experiencia periodística que tuvo y lo voy distorsionando todo hasta convertirlo en una historia policial.

En esta casa tan grande, ¿dónde te gusta escribir?

En el escritorio y también en la cocina. La compu buena me la compraron cuando cumplí cincuenta y la silla me la regalaron mis amigos. Pero yo escribía sobre este escritorio del año noventa y una computadora que me compré con la plata que me pagaron cuando escribí dos fascículos de la historia de los mundiales, esa computadora me duró cantidad de años. Antes me sentaba en una silla de jardín y tenía una mesa de plástico como escritorio. No las quería cambiar porque me iba bien, ¿viste que sigo con los talismanes?, lo que gana no se toca.

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El escritorio: muchos libros y una vista estupenda al patio.

Mariel: un día se compró el escritorio para tener todo ordenado, pero no sé para qué, porque sigue amontonando los papeles en desorden.

¿Y tu lugar favorito?

La cocina. Cuando viene gente por ahí planeamos reunirnos en otro lado pero todos se quedan aquí, naturalmente es un lugar donde nos gusta estar. Muchas veces escribo en esta cocina, a la mañana. Cuando viene gente a casa y salimos al patio me siento en esta escalera. En el patio hay poco sol. Mariel se ocupa de las plantas, de mantener los canteros. Ella es la que lleva la organización de toda la familia. Es maestra jardinera, pero dejó y no volvió a trabajar porque se dedicó a la familia. Futbolísticamente sería un “libero”. Ella está en la defensa y yo en el ataque: La verdad es que no podría hacer nada sin ella. Además me tiene que suplantar en mi inutilidad para las cuestiones prácticas.

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«Ella (Mariel) está en la defensa y yo en el ataque».

¿Tenés el gen viajero?

Lo tengo y como todo lo descubrí tarde y por casualidad. Una vez a fines de los setenta se me metió en la cabeza que podía irme a Estados Unidos con un amigo, ni siquiera era un gran amigo, ese chico tenía una tía o una abuela en Estados Unidos y una vez hablamos de la posibilidad de viajar. A mí me encantaba la idea pero nunca lo hicimos y ese deseo de viajar, de irme lejos, quedó stand by por mucho tiempo. En los años noventa, mi primer viaje fue al mundial de Italia. Justamente esto lo comenté en la Feria del Libro, una anécdota de ese viaje a Italia. En esa época yo estaba convencido de que estaba en el punto caramelo de mi carrera periodística y que tenía que ser mi mundial. En Diario Popular tenía pocas chances por las características del diario y estaba también en El cronista, tenía los dos trabajos y en El cronista surge la oportunidad: iban a cubrir el mundial dos periodistas y yo era el segundo en la lista. Yo estaba feliz, me acredité, todo estaba listo y justo ahí contratan a Quique Wolf como la figura. Desde luego, Quique Wolf quedó como número uno y el que estaba número dos, es decir, yo, quedó afuera. Entonces me planteé que no me iba a quedar afuera ni loco. Yo tenía un compañero, un amigo que viajaba a todos lados sin tener un medio fuerte que lo contrate, iba por su cuenta y luego vendía el material, y yo, como siempre, no sabía cómo se hacía, así que le pregunté y me explicó todo y tomé la decisión de hacerlo. Era una época difícil de hiperinflación, pero invertí y le vendí a varios medios, hice arreglos con ellos y pude viajar. La verdad es que no gané pero tampoco perdí plata y estuve en el mundial.

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Así fue que conocí el pueblo donde nació mi papá, Cisternino en La Puglia, un pueblo que está en una zona que en algún momento debió ser árida. Se encuentra en una colina y tiene terrazas cultivadas, a media hora del mar, muy hermoso. Siempre cuento esta anécdota: llego a Roma antes del mundial y me llevan al pueblo. Allí me encuentro con que me reciben un montón de viejos que lloraban y se acordaban de cuando mi abuela se había ido, yo no sabía hablar italiano pero ese año había ido unos meses a la Dante Alighieri para poder entender un poco y no sé cómo se me activó algo y me encontré hablando italiano. Me sentía un campeón. Allí conocí a una prima lejana que se llama Palmira, y me preguntó si quería conocer el pueblo, en lo alto de la colina. Así que fuimos en el auto, hicimos como cien metros y nos encontramos con una mujer . La mujer y Palmira empezaron a hablar. Yo veía que hablaban y me miraban, hablaban y me miraban pero no entendía nada porque hablaban en dialecto. Se despidieron y seguimos, dimos unas vueltas, mi prima me contó historias. Mientras bajábamos me cuenta que esa señora con la que hablaba es una vecina que está viviendo en las tierras que eran de mi abuela. Su familia construyó su casa en esas tierras y fueron prosperando. Con mi llegada, tenía miedo de que hubiera venido a a reclamarles las tierras. Yo no tenía ni idea de que había tierras a nombre de mi abuela, tal vez mi bisabuelo las había puesto a nombre de ella por la guerra. En 1910 no tenían ningún valor pero ahora eran ricas. Yo ahí era el patrón, no entendían qué otra cosa iba a hacer si no a reclamar. Entonces les dije que no tenía interés en las tierras que se quedaran tranquilos. Claro que nadie lo podía creer y yo me sentí una especie de Perón, de Gardel, magnánimo, pero en verdad era un boludo de veintinueve años, pero ellos se quedaron chochos. A partir de allí iniciamos un contacto más fluido con esa parte de la familia.

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«Cuando viene gente a casa y salimos al patio me siento en esta escalera».

 

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«El santo», la otra pasión de Horacio.

¿Qué foto te gustaría sacar?

Una muy sencilla: todos mis afectos (mi esposa, mis hijos, mi familia, mis amigos de siempre) unidos y con la felicidad en foco, cada uno retratado en su estado de mayor plenitud, despejados de los líos de la vida cotidiana. Una foto que no les robe el alma sino que se las devuelva lavada y planchada, lista para usar.

El ojo ajeno Logo

Franco Vaccarini

Por Silvia Portorrico y Uri Gordon Siempre me gustó mirar las fachadas e interiores de las casas. Imaginar quiénes viven, cuáles son sus historias. Con Uri compartimos esa pasión. Él ha fotografiado miles de escenas cotidianas, relatos poéticos y silenciosos que recobran su voz cada vez que los miramos y siempre cuentan algo diferente. Con su cámara y mi grabador tocamos el timbre en la casa de Franco Vaccarini. Franco vive en el barrio de Belgrano. Un lugar atípico porque para entrar hay que atravesar un pasaje, lindísimo, rodeado de departamentos y pequeños jardines. Nos recibe con su gran sonrisa y nos cuenta que casi no durmió, porque llegó de un viaje desde Neuquén que hizo para presentar el libro La escalera del miedo, de María Laura Dedé. Lo primero que percibimos al entrar  fue la luminosidad de la sala, con piso de cerámicas rojas y una gran ventana con vista al jardín, lleno de plantas, un verdadero privilegio en la ciudad. Un sillón muy cómodo y colorido, el escritorio, y la gran biblioteca ocupan ese espacio que es el lugar que Franco elige para trabajar. Le contamos nuestro proyecto. Que nos gustaría que hablara de su casa, de sus lugares y objetos preferidos, de lo que significa para él estar allí. Y también de sus viajes: casa y viaje, la posada y el camino.

Franco nos abre las puertas de su casa.

 Bienvenidos a mi casa

Cuando alquilé este departamento acá no había ni una lamparita, si bien yo me había comprado una casa con mi ex esposa y la fuimos armando, esta era la primera vez que tenía un departamento vacío y la posibilidad de comprar los muebles y no de que te los regalen. Aquí no había nada, ni cama, ni heladera, ni mesa. Algunos amigos me ofrecieron muebles pero no quise. Esta mesa de cocina no pude elegirla a mi gusto porque necesitaba sí o sí una mesa y sillas enseguida, pero entonces les di un toque personal con este patinado en brea. Una promotora que sabía mucho me explicó cómo convertir una simple mesa de pino en un mueble más interesante y de hecho son unas mesas y unas sillas baratísimas porque las compré por Mercado Libre. Yo quería que esta casa tuviera cosas personales. Recuperé mi escritorio, el de algarrobo, que es el primer escritorio que me compré en la década del ‘80, aunque no pega con los otros muebles. Yo se lo había dado a mi hija mayor que lo tenia en su cuarto y ella misma me lo ofreció. Me pareció lindo recuperar mi primer escritorio de escritor.

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Un café en la cocina, cómoda y bien distribuida.

La ventana de la cocina se asoma a un exterior verde. El parque del edificio cuenta con un jardín frondoso, parrilla y algunos juegos para niños.

Me encantan la cocina y la sala. La gran inversión, la mejor, fue comprar este sillón, que es donde suelo leer. Aquí también está la biblioteca y tengo pocos objetos, pero significativos.  Para mi cumpleaños recibí un regalo muy querido. Lo hizo Dedé (María Laura Dedé), es una pequeña biblioteca con la reproducción en miniatura de las tapas de mis libros, hermoso, ella siempre me sorprende con sus regalos. Y este cuadro es de mi amigo Javier Luengo, me lo regaló cuando me robaron la bicicleta, lo inspiró el robo. Y esta bicicleta que ven aquí también fue un regalo, de Maru Pons y de su hija, es una locura que te regalen una bici, pero lo acepté. Mis amigos se solidarizaron cuando me robaron… es que conté por facebook que me robaron la bicicleta ¡en la bicicletería! Estaba con Diego Bianchi y comenzamos a hablar, la bici quedó afuera un segundo, al cuidado de mi hija, pero se me ocurre llamarla para presentarle a Diego y en ese momento un ladronzuelo se aprovechó. Pero pronto recuperé mi medio de transporte, con el que voy a todos lados.

La sala, el lugar preferido de Franco. Amplitud, colores y luz. A través del balcón francés se ven las copas de los árboles.

El regalo de María Laura. Las obras completas de Franco en miniatura.

Bibliotecas

Me quedó chica la biblioteca. Necesito comprar otra, en la casa de mis hijas quedó la que me regaló mi padre, hecha con un nogal tirado abajo por una tormenta y que ocupa una pared. Dejé muchos libros allá, pero acá tengo todos los que necesito y se agregan… En el dormitorio, sobre la mesa de luz hay pilas de libros. Siempre tengo que estar rodeado de libros, los libros me protegen, cuando me separé tenía miedo de dormir solo, de la oscuridad, entonces tenía libros por todos lados.

La biblioteca ocupa un lugar central en la sala. Muchos libros y objetos ligados a los afectos y a sus viajes.

Viajes Los viajes siempre tienen que ver con la escritura. Una vez me invitaron a Santiago del Estero para una feria del libro y aunque no fue nadie a ninguna de las charlas (excepto el sonidista, el primer día que, cuando llegamos, estaba dormido), gracias a ese viaje terminé escribiendo mi novela El contrabandista de huesos. A mi papá nunca le gustó viajar, mi viejo decía “a mí me gusta viajar pero si a la noche puedo dormir en mi cama”. Necesitaba un teletransportador. El gran viaje de su vida fue el servicio militar en Río Gallegos, justo cuando a Perón lo metieron preso y para él fue la gran epopeya de su vida.  Mi viejo me dio mucho material para los cuentos. Mi mamá quería ir a ver a los parientes pero mi papá no, muchas veces pasó el año nuevo solo, o la Navidad, solo, por no querer viajar. Yo tengo una doble sensación, me encanta estar en casa pero los viajes son inevitables y me gusta la idea de viajar. Este último viaje por el sur lo disfruté mucho, porque me gustó que me cayera bien la comida, levantarme con ganas de disfrutar el día. Todo se pone en suspenso, uno siente esa cosa del momento, más ahora que te enterás que mataron a uno, se suicidó otro y entonces la vida es eso, disfrutar el momento… ya me emocioné.

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En la cocina, una mesa y cuatro sillas, compradas en «Mercado Libre», cumplen la función de lugar de desayuno y comedor diario.

Territorios

Para mí Europa es otro mundo, lo tengo idealizado, siempre idealizo, como idealicé las editoriales. Yo pensaba que no iba a poder acceder a ellas y quería mantenerlas en el mundo ideal. Europa es algo que tengo medio negado, que no es para mí, en cambio Argentina o Hispanoamérica es algo más cercano. Los escritores tenemos un potencial de lectores en Hispanoamérica, más de 400 millones de hispanohablantes y ya es bastante, tampoco necesito el mundo entero. He andado por Venezuela, por Brasil y aunque siento que son lugares que me pertenecen, en Caracas extrañaba muchísimo los cafés, las librerías de Buenos Aires y solo estuve veinte días y en Río habré estado quince. También fui a Paraguay. Está la impronta de mi papá en mí.

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En la comodidad del sillón, la luz natural invita a disfrutar de una buena lectura.

Yo tengo algo de indio orgulloso, me basta con todo esto que es mucho. Probablemente algún día viaje a Europa, por ahora no necesito escribir una historia sobre Noruega, yo voy cada vez más hacia el interior, al interior del país, tal vez mal llamado así, y hacia mi interior, viajar para viajar… no es necesario viajar miles de km, no tenemos que olvidarnos de que ir a la esquina puede ser un viaje, escribir un libro es un viaje, agarrar la bicicleta e ir a parque Lezama es un viaje. Además no hay paisaje más extraordinario que conocer al otro y cuando viajamos queremos conocer a otros, otras culturas, otras historias y no nos damos cuenta de que todo está estallando a nuestro alrededor. Si recibo demasiados estímulos pienso que no me va a hacer bien. Cuando estuve en Neuquén, en la presentación, comencé a contar que íbamos por el shopping donde está la librería Galerna para la presentación del libro de María Laura, La escalera del miedo, estábamos en el segundo nivel y de golpe, siento un ruido muy fuerte, miro para el pasillo donde están los negocios y veo a un hombre caído; veo el cuerpo y después veo la cabeza separada del cuerpo, por un microsegundo vi a un hombre decapitado, después me di cuenta de que era un maniquí. Estaban acomodando al maniquí y se le había caído la cabeza. La escena ya había sido suficientemente aterradora, pero mucho más aterradora me pareció la imagen cuando vi que al lado del maniquí decapitado había un cochecito de bebé con el bebé adentro y esa imagen de hombre decapitado con el cochecito de bebé que no era un muñeco sino un bebé de verdad, en ese momento pensé “aquí hay una historia», porque por un tiempo muy breve tuve miedo y yo sé que ahí surge un cuento, una microficción o algo más largo.

«…mucho más aterradora me pareció la imagen cuando vi que al lado del maniquí decapitado había un cochecito de bebé con el bebé adentro…».

Para que a uno le sucedan esas cosas tiene que haber cierta apropiación del entorno. Por ejemplo, si me voy a la India que sé yo, me superarían los estímulos, y eso lo dijo Hebe Uhart, mi maestra de taller, a quien también le gusta viajar a lugares cercanos, y dijo que en realidad si fuera a un lugar muy lejano recibiría tantos estímulos que no sabría de dónde empezar a tirar del ovillo, y a veces yo tengo una cosa socarrona, de paisano, cuando me dicen que van a la India a hacer viajes espirituales. ¿Cómo me imagino la India? Primero me la imagino como un país con un inmenso olor a mierda, porque la gente caga donde puede y eso lo leí, me lo han contado, no estoy siendo amarillista, la esencia de ese país no es su espiritualismo sino su terrible desigualdad social, la violencia… Se busca algo espiritual en un país injusto y conservador al extremo que su misma religión impide que una persona pueda cambiar de clase social. ¿Qué van a buscar a la India? Sobre mi viaje a Venezuela no pude terminar mi historia. Empecé a escribir cosas, tenía sueños raros. Escribí sueños. Una señora en la calle me regaló una ramita de romero y me dijo “tú tienes acento de sureño”, y ahí me di cuenta de que tenía un acento, que era sureño y me gustó.

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«…no hay paisaje más extraordinario que conocer al otro y cuando viajamos queremos conocer a otros, otras culturas, otras historias y no nos damos cuenta de que todo está estallando a nuestro alrededor».

Privilegios

No puedo escindir la vida de la literatura. Eso es así, me lo demuestran los hechos porque qué ambiente más hostil que el servicio militar para escribir. Yo estuve catorce meses después de la guerra para terminar el servicio militar y no me preguntes cómo escribí un montón de poemas.  Poemas que después rompí, porque había un cabo que quería hacer méritos, que me sacó el libro Abbadon, el exterminador, de Sábato, y algunos poemas míos de mi mesa de luz, la que tenía en la enfermería, y me los sacó un tiempo hasta que me los devolvió. Eso me asustó e hizo que rompiera todos mis poemas, que no tenían valor literario. Eran poemas de catarsis porque no me gustaba estar en el servicio militar. Pero incluso en esa situación escribía casi todos los días. Salvo que mi inteligencia deje de ser sustentable, no me concibo sin leer ni escribir porque para mí, el acto más civilizado que puede tener un ser humano es leer un libro, y en mi caso, desarrollé la idea de ser escritor por alguna razón misteriosa que desconozco, porque la heredé de mi papá, pero mis hermanos no.  Yo siempre consideré un privilegio poder escribir y hasta me sentía culpable porque pensaba que era pertenecer no sé a qué. Ser escritor y leer. Después, cuando trabajé como empleado de créditos y cobranzas, yo era el último eslabón de esa cadena, el último súbdito de ese reino, como dice Kafka en un cuento. Había ingenieros, vendedores, la secretaria ejecutiva, mi jefe, todos eran jefes y yo ¿por qué me sentía un aristócrata? Yo era una rata allá. Pero ¿por qué sentía que estaba más allá de todo? Por la literatura, eso me hizo ser realista. ¿Por qué me iba a sentir culpable? Claro que mis parientes posiblemente me tenían lástima… este es el poeta que se va a morir de hambre. Escribir es una forma de afirmación donde uno siente que es alguien, que va a ser reconocido en ciertos ámbitos  y además, porque no hay otra opción, para mí, no hay plan B.

El escritorio «móvil», le permite a Franco cambiar de lugar de trabajo según la luz y el momento del día.

Carne, hueso y memoria

La escritura es mi lugar y me permite ejercitar la memoria, los lugares por los que anduve. Eso lo aprendí escribiendo, porque escribiendo se produce el milagro de pensar y pensar es algo muy difícil. Recuerdo que cuando mi mamá tuvo Alzheimer, su memoria era como cajas vacías, parecía que actuaba de sí misma, hacía los gestos de seguir siendo mamá, pero en realidad era mecánico porque ya no recordaba quién era, ni quién era yo o sus seres queridos. ¿Qué somos además de carne y hueso? Creo que somos carne, hueso y memoria. Sin memoria es un asunto serio, si me sacan los recuerdos no soy nada. Nosotros vamos editando nuestros propios recuerdos y vamos haciendo un pasado, algunas cosas que podemos olvidar, otras que no podemos, pero la verdad es que vamos editando nuestra vida y formándonos una imagen de eso y me parece muy extraño ver lo vulnerables que somos.Franco Vaccarini - 1645 Una mecedora antigua al lado de la biblioteca es el lugar ideal para la lectura.

 Fundación

Escribir es viajar otra vez, yo me pregunto por qué siempre estoy hablando de mis viejos, mis hermanos, el campo, por ahí no estoy escribiendo sobre esas cosas pero creo que ahí está el manantial, hay algo allí que es la mina de oro y me gusta recordar eso porque de ahí surgió todo. En algún momento me fundé como escritor, en alguna parte de la infancia, sin darme cuenta, viendo a mi viejo escribir a mano a la tardecita, después de trabajar todo el día, en un cuaderno, o haciendo crucigramas con mi mamá hasta la medianoche, o cuando mi hermana me contaba algo. Después me di cuenta, en la adolescencia, de que yo quería ser escritor, me di cuenta a los trece años, sin tener la más remota idea de lo que era la industria editorial. Yo solo tenía un enorme deseo. Es increíble porque nací en el campo, hacía el tambo y quería ser escritor. Vine a Buenos Aires con esa idea, tampoco estaba tan errado. Yo tenía la idea de medida, que para mí es algo fundamental para un aspirante a escritor. Me decepciona mucho si alguien me dice «quiero ser escritor» y te pone una banalidad absoluta. Hay que tener pudor, si uno puede reconocer el brillo, el talento y la inteligencia, vamos bien. Me costó muchísimo dominar cierta técnica narrativa, años. Cuando vine a Buenos Aires en mi primer viaje, leí Sobre héroes y tumbas, y vi que estaba impreso en una imprenta de la calle Juan B. Justo. Había escrito poemas a máquina y quería ir a la imprenta para que me publiquen un libro de poemas, pero no lo hice, yo aprendía rápido, algunas cosas aprendía rápido, a no hacer el ridículo, por ejemplo.

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«En algún momento me fundé como escritor, en alguna parte de la infancia, sin darme cuenta…».

Taller literario Después fui a un taller literario, el primero, al que fui tres clases. Era una profesora que vivía cerca del departamento de mi hermana, profesora de Letras y me di cuenta de que todos los que iban a ese taller escribían mil veces mejor que yo. Me quedé deslumbrado con los poemas y todavía me acuerdo de algunos. Había un poeta con boina a lo Che Guevara que le gustaban los versos eróticos, y en vez de escribir que estaba haciendo el amor con la novia, escribía que estaban girando como pastores en el aire y yo ¡uauuu!¡ ,¡qué bestia!, ¡uhhh, qué lo parió! y ahí ya me di cuenta y capté el mensaje, varios mensajes… de que existía el verso libre y de que convenía ir primero a una editorial y no a una imprenta para publicar. Después empecé con Pepe Murillo que tuvo la gran virtud de abrir las puertas de su casa, su biblioteca, sus anécdotas. Fue el primer escritor con el que tuve una relación de amistad, la que puede tener un chico de veinte años con un escritor ya formado. Entonces, los talleres a mí me dieron todo lo que un chico de Buenos Aires sabe por estar en una ciudad con más estímulos y exigencia, más rigor. Centro de Estudiantes En el pueblo vos hasta podías tener tu programa de radio, de hecho yo tenía uno, porque era el presidente del centro de estudiantes y tenía un programa semanal, de media hora. Milité tres años en el centro y pasaron cosas que en ese entonces no comprendía, como las visitas de militares de civil. Yo creo que me hice comunista porque escribía poemas y me decían que era comunista. Mi amiga Claudia Siri me dio a leer el Manifiesto Comunista que para mí, a los dieciséis años, era ilegible. En esa época leía a Benedetti, Neruda, algo de Borges, Ray Bradbury, Crónicas Marcianas y el Manifiesto no entendía lo que significaba, pero como me dijeron que era comunista, cuando llegué a Buenos Aires lo primero que hice fue afiliarme al Partido Comunista para ser coherente y saber de qué se trataba, pero estuve unos meses y todavía debo estar afiliado.

  Momentos

Franco Asado

Un buen momento para Franco: invitar a sus amigos a un asado en el jardín.

A la mañana me gusta levantarme y ponerme a escribir, me mata cuando tengo mucha demanda de las escuelas para que vaya, me cuesta decir que no, pero a veces voy con un nudo en la garganta, cuando son muy seguidas, porque para mí la mañana es fundamental. Entonces lo que hago es levantarme un par de horas antes, por ahí a las seis de la mañana para ir ya escrito, aunque sea escribo una media página, en la computadora. Escribo cerca de la ventana y en esta mesita que voy llevando de un lado a otro, dependiendo del clima, del sol, de donde está más calentito o más fresco… Ahora escribo más con la notebook, a veces voy a un bar pero lo hago cada vez menos porque aquí estoy cómodo. En el verano tiendo a ser más nocturno, pero a la mañana está el apogeo de mi energía y es mucho mejor.  Cuadernos Me gustaría no trabajar más en computadoras y escribir solo en cuadernos. Lo hago cuando viajo. Aquí están mis libretas, esta me la regaló Verónica Sukaczer, aquí anoto ideas, frases, momentos.

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Ideas inspiradoras, mezcladas con recordatorios de tareas por hacer. Todo en las libretitas de Franco.

Un artista plástico me regaló este ejemplar de mi novela, que él compró y fue ilustrando en sus viajes al trabajo en colectivo. Es Eduardo Sobico, y me lo regaló, es hermoso.

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Los dibujos de Eduardo Sobico

Yo tiré muchos cuadernos. Calculá que hice mi primera quema de cuadernos cuando salí de la colimba. Tenía escritos más de mil poemas y me dije “si yo escribí más de mil poemas no deben ser buenos”, entonces los quemé, no me interesaba llegar a Buenos Aires con todos esos cuadernos. Yo sabía, por esa idea de medida, que no estaba formado como escritor, que todavía no estoy formado ahora y lo digo sin ninguna falsa modestia y creo que uno sigue aprendiendo hasta los noventa y un años. Esa es la edad en que se murió Bradbury y yo quisiera vivir noventa y un años y seguir escribiendo hasta siempre. Bradbury vino a Buenos Aires y estuvo en la Feria del Libro pero yo no lo fui a ver, no necesito tocarlos para admirarlos.

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Cuadernos de apuntes. Aquí se escriben las primeras notas de lo que serán, luego, sus libros.

 Borges

En cambio a Borges sí lo conocí. Una vez lo entrevisté, lo llamé por teléfono, Fanny me recibió y se fue a hacer las compras y yo me quedé solo con Borges. Era un anciano como mi abuelito y me atendió como si yo fuera un periodista del New York Times. Borges estaba sentado en un sillón de dos plazas y yo enfrente, en el departamento de Maipú frente a Plaza San Martín; yo había llegado quince minutos tarde porque no tenía grabador y había tenido que pedir uno prestado, y no sabía usarlo. Le había preguntado a un chico en la calle cómo se grababa. Borges me dijo “Así que usted es de Lincoln. ¡Ah, Lincoln!, mi abuelo, Junín y los indios maloneros…”, y yo estaba “sí, sí”. “Mire este bastón africano, me lo regalaron en un viaje” me dijo, y yo cometo el error de tironéarselo un poquito y sacárselo. Sin querer muevo una perilla del grabador y en ese momento hace un ruido intenso, como un trueno y Borges reacciona asustado y me dice: “El bastón, el bastón… ¿Qué pasó, qué pasó?” y yo le expliqué que había sido el grabador y le devolví el bastón y se estabilizó, se quedó tranquilo. Lo tengo todo grabado. La entrevista se pasó por la radio del pueblo, en Lincoln, la pasó Carlitos Cifaldi, un periodista de allá que sigue trabajando, pero cuando la llevé a una revista que se llamaba Treinta Días, el director me dijo que ellos no publicaban esas cosas.

Editores

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«A mí cada editor me deja algo de su felicidad…».

Una vez estaba escribiendo una novela sobre sueños que a mí me parecía hermosa y le conté a Hebe Uhart y me dijo: «Uy, pero escribir sobre sueños… «. En esa época todavía no tenía formado el oficio y no podía hablar de lo que estaba haciendo, era un material tan delicado que si lo contaba no podía seguir, me quedaba trabado. Ahora es al revés, pienso que me conviene hablar. Con Sed, la novela de vampiros, el intercambio de ideas generó por ejemplo, el final como un descubrimiento revelador. El libro también es un trabajo de equipo, yo creo mucho en el trabajo del editor. Aprendí a escribir leyendo libros. Luego, asistiendo a talleres literarios y participando en revistas literarias como La guacha, de poesía y Mil mamuts, una revista de cuento, especialmente esta última fue muy útil para ampliar el horizonte de lectura, fue una primera experiencia como editor. La última escuela son los buenos editores. Algo de cada editor me va quedando, es como les dice Drácula a los invitados al castillo de Transilvania y futuras víctimas: “Bienvenido a mi morada y deje algo de su felicidad en este lugar”. A mí cada editor me deja algo de su felicidad, de lo que él sabe como editor y yo, después, lo incorporo.

Premio SM por su libro La noche del meteorito.

Aprendí a ser

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«No me interesa estar en el personaje del escritor sino que me interesa la experiencia humana, para luego poder escribir».

Yo me siento un poeta que escribe narrativa. Cuando los chicos me preguntan por qué escribo les digo que escribo en primer lugar para mí, para contarme mi infancia, mis padres, mis tíos, mis amigos, todos mis personajes representan a alguien de esa primera manada. Para mí hay doce o trece personalidades diferentes, con matices. Yo tengo siete hermanos y ya tengo siete modelos de personalidad y creo que en mis amigos la mayoría representa un hermano mío o mis amigas, por eso puedo tener amigas, porque tengo cuatro hermanas mujeres que admiro mucho, que me cambiaron los pañales, entonces siempre tienen razón, no les puedo discutir. Aprendí a familiarizarme rápido con la gente, a disfrutar de esos encuentros que tal vez no se repitan. Cuando viajo, lo primero que busco es que no haya protocolos con la gente, ya somos grandes, ya sabemos más o menos cómo somos los seres humanos. No me interesa estar en el personaje del escritor sino que me interesa la experiencia humana, para luego poder escribir.

¿La foto que me gustaría hacer?

La foto de los sueños, la comprobación palpable de que los sueños son un lugar. Los sueños se olvidan en la vigilia y tal vez no sean otra cosa que réplicas de situaciones y acontecimientos diurnos, o acaso universos paralelos donde vivimos de un modo diferente. En todo caso, una foto nos ayudaría a entender el misterio de nuestra mente. El ojo ajeno Logo

David Wapner

El viaje duró poco más de una hora, por una carretera verde que, sin darnos cuenta, se volvió piedra y arena. Nos acercábamos a Arad, la ciudad del desierto, al sur de Israel. Aquí y allá nos saludaban las ciudades beduinas, con su mirada milenaria y los minaretes de las mezquitas brillando a la luz del sol. Llegamos a un barrio de casas bajas, muy parecidas entre sí, y tocamos el timbre en un edificio que tenía un pequeño jardín. Nos abrió David Wapner, el talentoso escritor argentino que vive en Israel desde hace más de veinte años, junto a su esposa, la artista plástica Ana Camusso.

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El departamento de David y Ana está revolucionado porque van a mudarse a pocas cuadras de ahí. Hay cajas con libros por todos lados, hay un jardín salvaje que se ve desde el ventanal, hay luz y misterio en la casa. Aquí nos cuentan su increíble historia.

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El jardín que se ve por la ventana es sorprendente.

 Lo hizo un ucraniano, Guinadi, que era el administrador del consorcio pero se comportaba como si fuese el dueño del edificio. El jardín y todo lo que construyó le llevó más de 15 años. Cuando falleció, hace dos años, nadie quiso hacerse cargo del jardín, salvo su viuda, que estaba inhabilitada por su alcoholismo. El yerno, en una reunión de consorcio en la que participamos, dijo que lo mejor era prenderle fuego. Nosotros queríamos que el jardín se mantuviera. La cosa es que la herencia de Guinadi se va a pique.

Pronto se hará una caminata organizada por un grupo de vecinos, que en ocasiones puntuales trabaja con solicitantes de asilo y colabora con ONG de derechos humanos, y van a hacer una parada acá, como homenaje a este hombre.

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Hace mucho tiempo que viven en Israel, pero yo te conocí en Buenos Aires, en la época de Quirquincho. ¿Cómo fue tu vinculación con la literatura para chicos?

Nuestra relación con la gente de la Lij comenzó a través del Negro Díaz. Yo tenía una banda que se llamaba Gutural, donde tocaba Sebastián Díaz, el hijo del Negro. Pero no solo eso, otro de los fundadores de la banda era Lucio Griffoi, el hijo del pintor Hugo Griffoi. Ellos formaban una barra con Juan Gelman, con Mangieri, también estaba Boris Spivakov. El Negro Díaz había sido el diagramador de Novedades de la Unión Soviética y la edición argentina del Sputnik. Gelman, Mangieri, Manauta, todos eran amigos del Negro. Eran un grupo del Partido Comunista que luego se escindió pero siguieron trabajando para esa revista.

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¿En qué año fue eso?

A finales de los 50. Yo no soy de esa época pero estaba en relación con ese mundo y la obra de esos artistas a través de mis amigos y de los padres de Ana.

La banda ya venía tocando y nos quedamos sin uno de los integrantes, entonces apareció Sebastián. Ana también, por su lado, tenía relación con ellos. La mamá, la filósofa Guillermina Garmendia, publicó en el Centro Editor de América Latina. Por ejemplo, el Sartre y el Marcusse de la colección “Los Hombres” es de ella. La relación con Boris también vino por ese lado. Con Ana hace treinta años que estamos juntos.

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¿Cómo se conocieron con Ana?

Ana: Yo volvía del exilio, había vivido afuera en la época del proceso militar y volví un año después de la democracia. Vivía en Congreso, en un departamentito que compartía con una chica muy talentosa, Laura Kantor. David era amigo de ella.

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David: Con Laura estábamos trabajando en un proyecto para presentar a la revista Fierro, a Sasturain, pero al final no salió porque Laura no aceptó las modificaciones que Sasturain le había pedido. La cosa es que vivían juntas y ahí nos conocimos, en el año 86. Teníamos mucha gente en común, por ejemplo Mario David, el padrino de nuestra banda. Su hija Gaby, la directora de cine que falleció hace ya casi siete años, era amiga nuestra y Karina David era novia de mi hermano, y luego lo fue de Blues, el otro co-fundador de Gutural. Mario era el hincha número uno de nuestra banda. Estábamos siempre relacionados unos con otros.

A: El destino era encontrarnos.

D: Yo escribía poesía. En el 87 publiqué mi primer libro, el Bulu Bulu.

Gutural, la banda que formamos en 1982, era de música y poesía. La formábamos tres poetas y músicos: Eduardo “Blues” Villalba, Lucio Griffoi, y yo. Y varios músicos que fueron rotando: Carlos Viggiano, Ulises Bastanzio. Miriam Belfer, Nora Souza, José González y Hugo Viggiano fueron nuestros cantantes.

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Entre los años 1984 y el 1986 yo prácticamente vivía en la casa del Negro Díaz.

A: Fue una tragedia su muerte, él era muy amigo de Sergio Kern.

D: A partir de Sergio yo publiqué mi primer libro. Primero viajé a Rosario, a casa de los padres de Sergio. Su padre fue el gran poeta Francisco Gandolfo. El hermano mayor de Sergio es Elvio Gandolfo.

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A: Tenemos una anécdota muy graciosa, David le regaló el Bulu Bulu dedicado al papá de Sergio. No teníamos muchos ejemplares y resulta que sin darnos cuenta agarramos el mismo libro que David le había dedicado a mi mamá, solo que mi mamá siempre pedía que le dedicaran un poema, no la primera página, sino adentro del libro. Entonces va Francisco Gandolfo y lee la dedicatoria y se emociona, después pasa la página y ve la otra dedicatoria. Fue muy gracioso.

D: La cosa es que los Gandolfo tenían la mítica revista El lagrimal Trifurca y la no menos mítica imprenta “La Familia” donde se formaron todos los Gandolfo.

Pasé dos días inolvidables ahí en Rosario y Francisco leyó la carpeta que yo quería publicar con ellos y me dijo: “Este poema sí, este no”. Fue la primera lectura crítica importante que tuve de mi literatura. Al final lo terminé publicando con José Luis Mangieri en Libros de Tierra Firme con dibujos de Sebastián. Cuando salió el libro, Ana y yo ya estábamos juntos.

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Además de escribir y hacer música, también sos editor.

Sí, ahora dirijo Los libros del lagarto obrero, una colección de poesía para chicos en una editorial nueva, Editorial Maravilla, fundada por la poeta Roberta Iannamico y Celeste Caporossi. Cuando estuvimos en Argentina realicé una gira y pasé por Villa Ventana, un pueblo que queda ahí nomás de Sierra de la Ventana. Roberta, con quien nos conocimos en el Festival de Poesía de Bahía Blanca, me llevó para ahí y nos hicimos muy amigos. Más tarde, Roberta y Celeste armaron un dúo para cantar sus canciones, Kostureras, y de esa relación surgió Maravilla. Con ellas publiqué Pozo: Canciones para perros. Ahora, juntos, formamos un equipo de maravilla.

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Siempre le había escapado a la idea de ser editor, no quería meterme en historias con colegas, con compañeros, pero antes de Maravilla ya había empezado con un proyecto de taller para dar en Barcelona y que incluía una antología de poesía argentina contemporánea, que al fin se cayó, pero ya era un trabajo de editor. Los títulos que sacaremos ahora con Los libros del lagarto obrero tienen muchas páginas, mucha poesía. Cada tanto vamos a incluir un rescate de algún autor que consideramos relevante y que por alguna razón no ha sido difundido. Ahora salimos con “Un invento de María Hortensia”, una antología de poemas para chicos de María Hortensia Lacau con dibujos de Cris Sobico, y “Conversación con el pez”, antología personal de Juan Carlos Moisés, con dibujos de Pablo Pickk, quien también diseñó la colección. Habiendo vivido casi toda su vida en su provincia, Chubut, Moisés es uno de los grandes poetas argentinos pero no se muestra en la gran vidriera. Para esta colección le pedí que elija de entre sus poemas aquellos que él considerase que podrían hablarle a un niño. En muchos de ellos intervienen animales, yo le puse música a un par. “El caballo obediente” es una de las canciones que más canto.

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Con Los libros del lagarto obrero también pensamos publicar traducciones, ya tenemos en carpeta “Little Girl Lost” y “Little Girl Founds”, de William Blake.

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También tengo un taller online de poesía, una clínica de obra para quienes quieren escribir poesía para niños. Ese es un trabajo que me encanta.

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Una de las personas que más profundizó en mi obra es la crítica de literatura y especialista Cecilia Bajour. Nos conocimos a través de Lidia Blanco, en una charla que di en la Nube y ella estaba en el público. Cecilia también se interesa en la música; dijo Ezra Pound que música y poesía fueron siempre juntas y cuando se escindieron comenzó la decadencia de la poesía. Pero las vanguardias que proponían esta separación al final las terminaron acercando. Hay una total relación entre la poesía de vanguardia y la obra de muchos músicos, y lo contrario también es cierto. Las vanguardias difuminaron los límites entre música, poesía e imagen.

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¿Te considerás un escritor de vanguardia?

 Decirse uno mismo de vanguardia es pedantería, yo puedo decir que soy experimental, hay una fuerte dosis de experimentación pero no es que siempre trabajo con procedimientos premoldeados. Simplemente nunca un libro mío va a ser igual al anterior, siempre doy un salto al vacío.

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Leí la reseña que hizo Cecilia Bajour de tu libro Cabía una vez. Escribe: “Cuando se usa lo imperfecto lo imposible es invitado a desestabilizar lo posible”. Por lo que conozco de tu obra se entiende que esa es una búsqueda estética tuya que está siempre presente, la desestabilización: un perro que es o no es, un mono que es mono pero a veces no. Me gustó mucho este poema:

Una mano

Cabía una vez una mano en un bolsillo.
Sólo una vez, porque a la segunda ya no entraba.
Pero la mano había cabido una vez.
De eso se trata este cuento.

http://www.opcitpoesia.com/?p=275

El arte para mí es incertidumbre, yo escribo, compongo música, no creo, no existe la obra cerrada, la obra cerrada es un artificio. Uno podría no terminar nunca su obra, uno podría escribir un poema y cambiarlo y cambiarlo. Digamos que lo terminás cuando publicás. Pero muchas veces digo: “Uh, esto no…”. La literatura es un organismo vivo y la diferencia entre una obra que puede perdurar y otra que no es la capacidad de mutación que tenga la obra. La perfección mata y ese es un problema que traigo desde la infancia. Nunca fui prolijo, soy desordenado y siempre mis cosas tienen mi orden-desorden. Mi viejo me lo hacía ver, hasta que un día acudió en mi ayuda Lino Palacios. Desde chico leía la página de chistes de La Razón, en especial Don Fulgencio, y uno de los personajes era su sobrino Sócrates que en un episodio le dijo a su tío: “Qué desordenado sos”. Don Fulgencio le respondió: “El orden es una virtud muy triste y sombría”, y yo se lo repetí a mi viejo, y fue mi lema.

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Soy una persona desordenada que tiene su orden, yo se dónde están mis cosas, si alguien me quiere ordenar pierdo mi referente.

Las ideas surgen como voces y sonidos, que en un momento se transforman en obsesiones y tenés que ponerte a lidiar con ellas, y ponerles orden. Escribir es eso. Si, claro, hay cosas que necesitan un orden, las cuerdas de la guitarra, por ejemplo, que deben estar afinadas.

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David nos contó que este es uno de sus lugares favoritos de lectura.

¿Sos muy autocrítico?

Sí, soy autocrítico, doy vueltas y vueltas, aunque tampoco tiendo a la ultra corrección. Si algo que escribí requiere demasiada reescritura es que no sirve. Hay obras que nacen fallidas, no van y no van.

¿Vivieron muchos años en esta casa?

Nos hemos mudado muchas veces pero aquí es donde más vivimos, ocho años y medio. Yo era muy sedentario hasta que me fui a vivir con Ana. Estuve en mi casa de infancia hasta los 28 años y después, por diferentes cuestiones, volvimos allí varias veces. En Argentina nos habremos mudado cinco veces y otras tantas en Israel.

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Vinimos aquí por un problema de salud mío y coincidió con una época mala de la Argentina. Para entonces yo escribía en Humi, Billiken, Anteojito, La Nación de los chicos, en todas las revistas donde estaba Oche (Califa) estaba yo. Había un suplemento de La Nación en el que trabajé con Pez. Con él tengo un proyecto que espero que encuentre un editor, es la historia de un motivo que se reitera en los comics que en realidad nunca existió. Un ensayista se pregunta por qué los malos en las historietas son dibujados con trompa larga rematada por un hocico negro con forma de aceituna. Pez recreó a esos supuestos dibujantes de distintas épocas con todo detalle, que incluyen el idioma original en que escribieron. Estamos viendo quien lo publique. Con Pez habíamos escrito en La Nación dos episodios de Los historiones. En aquella época, mediados de los noventa, uno a uno se fueron cerrando los espacios en donde publicaba. Para ganar el puchero, hacíamos con Ana correcciones de texto, diseño gráfico, diagramaciones de revistas. Ana ilustraba libros. Pero mi problema de salud requería mucho gasto en medicación y tratamiento y nos tuvimos que venir para acá.

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Nos vinimos con nuestro perrito, Chiflito. A los gatos no pudimos traerlos. Fue algo muy fuerte, sabía algo de hebreo pero tuvimos que estudiar mucho. Eso nos permitió trabajar pronto. En Castelar teníamos un horno de cerámica que no pudimos traer y se nos ocurrió hacer escultura con papel de diario y plasticola. Una conocida argentina trabajaba en un proyecto en el que un grupo de artistas visitaba escuelas, entonces empezamos a trabajar ahí. Fuimos perfeccionando la técnica y de eso vivimos muchos años: escultura con papel, plasticola, telgopor. Tuvo mucho éxito. En Israel, por los conflictos y las guerras, los presupuestos se fueron destinando más al ejército y el trabajo fue disminuyendo. A veces hacemos algunas escuelas. También realizamos muchas exposiciones.

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«En esta foto pueden apreciarse los restos de un mural realizado por las hermanitas Jaifa, Sarah, Ester y Gigi, asiduas participantes de nuestro taller “The Magic Workshop”, dedicado a las niñas y niños de la comunidad sudanesa en Arad y solicitantes de asilo en Israel. Sus padres, en su mayoría pertenecen a la colectividad Nuba, de las montañas de Nuba, un pueblo perseguido y masacrado por la dictadura que gobierna Sudán. Israel no les reconoce el derecho al refugio y su situación legal es un limbo. La mayoría encuentra empleo en los hoteles del Mar Muerto y sus hijos concurren a las escuelas, pero sin una perspectiva de futuro: los varones solteros son encarcelados en la prisión de Jolot cuando cumplen 18 años, una cárcel en medio del desierto, a mitad de camino entre Beer-Sheva y la frontera con Egipto. Mientras podemos, dependiendo de si logramos ser subsidiados por alguna ONG o la ACNUR, abrimos a estos chicos las puertas de nuestro taller, que es nuestra propia casa. Y muchas veces lo hemos hecho gratis. Murales como el de la foto llenaron estas paredes; por suerte, tenemos registro fotográfico de todos ellos. Desarrollamos tres proyectos de cortos de animación con la técnica stop motion, uno de los cuales, fotografiado en su totalidad por estos niños, fue patrocinado por la Unión Europea. Con ellos hicimos cerámica, modelado en plastilina, dibujo, pintura. Preparamos tortas, meriendas, almuerzos, festejamos cumpleaños, y nuestro amigo, el cuentacuentos de Costa de Marfil, Claude-Alain Ayoman, les ha hecho morir de la risa con sus cuentos cada vez que fue invitado».

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«Restos de un teléfono de plastilina el cual, cuando se encontraba íntegro y sin aplastamientos, fue fotografiado para una escena del libro “Operita de Corazones”, que con autoría compartida entra Ana y yo, será publicado este año por Ediciones de la Terraza». 

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«Piezas para un corto stop-motion inacabado, de izquierda a derecha: soldadito de plástico, sofá con muñecos modelados en plastilina por integrantes de nuestro taller para niñas y niños de la colectividad sudanesa, abogado de plástico sobre base giratoria». 

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«Piezas sueltas de nuestro Karma, un ajedrez que representa la carrera espacial durante la Guerra Fría, por encargo de un cliente de Bat-Yam, y que nunca llegamos a terminar, porque este cliente exige detalles muy difíciles de conformar. Ya se cumplieron diez años desde que lo comenzamos. En la misma mesa, una caja-escultura de Ana, dos frascos de limpiamuebles para mis guitarras, un sobre con un disco y un frasco de vitamina C masticable».

Desde el día que llegué me propuse fortalecer el vínculo con la Argentina. Cuando me fui estaban por salir dos libros: Interland, en Sudamericana, y Barrosos Casos del Inspector Martinuci, por El Ateneo, un libro de cuentos que tuvo mala suerte, porque la colección después desapareció. Antes de irme había salido La Noche, en Plus Ultra, que reeditó años más tarde Eloisa Cartonera.

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En Argentina editaba un tabloide que se llamaba Extrema Ficción y aquí la transformé en e-zine, CorreoExtremaficción (CEF). A partir de allí creé un espacio muy fuerte. Por el CEF llegó Istvan, que me pidió un libro para Ediciones del Eclipse cuando recién salía. Fue un momento muy importante para mí. Había publicado Algunos son animales en Norma y apareció Ruth Kaufman. Nos habíamos conocido en el 89 en una mesa redonda organizada por la revista Babel, junto a Ricardo Mariño y Ana María Shúa, moderada por Maite Alvarado y Ruth. En 2001 me escribió para mostrarme unos poemas que había escrito y empezamos a hablar sobre la posibilidad de publicar poesía para chicos. Al poco tiempo empezaron con Diego Bianchi Pequeño Editor y en la primera camada salió Canción Decidida, con dibujos de Cristian Turdera.

¿Publicaste en Israel?

La que publicó es Ana. Nos presentamos a un subsidio para artistas sobresalientes y una editorial la publicó.

Cuando empecé a recibir premios, (el Destacado de Alija con Canción Decidida fue el primero), me relacioné con una traductora que me tradujo al hebreo. Después conseguí otro traductor, un amigo que es un poeta marroquí, y escribe en español y en hebreo. Vive en Jerusalém, Mois Benarrosch. Pero no funcionó. Mi literatura no tiene nada que ver con lo que se publica en Israel, es otro mundo. A nosotros nos gusta mucho Nahum Gutman, escritor y artista plástico, y la poeta Lea Goldberg, ambos escritores de la primera época de este estado. A medida que pasó el tiempo, la Lij israelí se fue haciendo normativa, parecida a los libros masivos norteamericanos, muy didácticos, peripecias destinadas a enseñar algo. La poesía es muy primaria, con rimas burdas. Yo con esa literatura no pego ni con cola, no tengo nada que ver. En Argentina llegamos a un nivel diferente, en los últimos años hubo un salto cualitativo en los libros destinados a los niños, un énfasis puesto en la calidad literaria, artística. Yo siento que tuve algo que ver en esto. En el año 96 publique en La Maga una nota que se llamaba “Al mercado niño”, donde daba una visión critica de lo que era la literatura para chicos. El planteo era despegarse de la idea de mercado, ir mas allá de agradar a un mercado por potenciales compradores, salir del infantilismo. En un momento nos escribíamos mucho con Graciela Montes. Hablamos mucho de este tema, ella me mandaba sus escritos. Graciela, en la entrevista que hace poco concedió a Karina Micheletto, hace una autocrítica cuando dice que se vio obligada a sobreproducir.

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Luego de un delicioso almuerzo, preparado especialmente para nosotros, salimos junto a David y Ana a caminar por la ciudad de Arad.

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«Alguien que se hace pasar por mí, posa para el fotógrafo en lo que parece ser la Biblioteca Municipal de Arad. El impostor se delata por su postura rígida, que contradice la actitud habitual del original, que es bailar y cantar».

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Libros de David en las vitrinas de la Biblioteca Municipal de Arad.

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David dedicándonos Bigotel.

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«Ana comenta nuestro vídeo experimental “Monólogo de la silla” que, aunque no pueda deducirse de la foto, forma parte de una exposición colectiva en el Centro de Arte Contemporáneo de Arad, y que acaba de finalizar esta semana».

Contame de Bigotel

Es una novela que escribimos Ana y yo e ilustró Juan Lima. Es nuestro primer libro escrito a cuatro manos. Vivíamos en Bat Yam, en una casa vieja, de la década del 20. Actualmente quedan pocas así en esa ciudad. Estaba dividida en cuatro unidades de vivienda, con inquilinos arrendando cada una. Aquí se suele hacer a menudo, es como un conventillo, y se arman líos por los pagos de la luz, de los servicios. En una unidad vivíamos nosotros y en una más pequeña vivía Marat, un soviético de Uzbekistán que había sido jefe de electricistas de un submarino atómico, de esos que están sumergidos seis meses. Había estado en Afganistán y en la guerra de Chechenia. Era alcohólico terminal, tenía unos delirium tremens terribles. Hablaba poco pero a veces nos contaba sus historias. Había un patio de tierra y nos hacia dibujos en el piso. Cuando venía el hijo le tiraba las botellas que él juntaba. La otra unidad estaba alquilada por una brasilera con su hijita, tenía su hermana que vivía en la ciudad y se juntaban los dramas personales, ella también tenía sus momentos alcóholicos. En la otra unidad vivía Eli, el único nativo de Israel, de origen libio. Ese era el mundo en el que vivíamos y nos contábamos historias. Le pusimos Bigotel, por “big hotel” y también por los bigotes de los gatos. Había decenas y cada uno tenía sus historias, pero en el centro estaban nuestros gatos, Amirguito y Basanita, a los cuales luego se les sumó Chacha. Sobre esa experiencia fue que escribimos Bigotel. Ahora estamos haciendo una versión nueva con otra mirada visual. Ana arma estructuras, maquetas, toda una ciudad.

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«Las manos de Ana sujetan una caja de la mudanza que contiene una maqueta de barco para una nueva versión de Bigotel, que se llamaría “Postales de Bigotel”. La nave, además de responder a las pautas de nuestra ficción, tiene una particularidad que la distingue de entre sus congéneres: uno de sus mástiles es una auténtica espina de puercoespín».

Ana: Pensábamos que lo íbamos a armar en la casa nueva para mostrárselo a ustedes pero no alcanzamos a hacerlo. Ese libro va a ser un libro visual con intervenciones de texto.

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«Maqueta de galeón para el citado “Postales de Bigotel”, que será usado en un próximo video-clip. Al momento de ser tomada esta fotografía, este barco de cartón no estaba terminado».

El libro comienza con un poema: “Tango de barcos y muelles”, y la segunda parte abre con otro poema que es un blues:

“Es la verdad hermano /aquí se hundió un galeón / Sí, es verdad hermano / aquí se hundió un galeón / de astilla a bote, hermano / de gato a león”.

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¿Qué foto imposible te gustaría que te saquen?

Una junto a mi hermano Javier, que falleció a los dos días de que ustedes estuvieron aquí. Mi hermano Javier, entrando a mi departamentito en Arad, abrazándonos, riendo juntos.

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Martín Blasco

Vecino de San Telmo, Martín vive en un típico PH de la zona, con largos pasillos y escaleras laberínticas. Su departamento es de dos ambientes, con buena luz y mucha historia.

¿Viviste siempre aquí, en San Telmo?

Sí, soy del barrio, me crié en San Telmo, pero he vivido en distintos lugares. 

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Fui al primario en Chacabuco y Garay, acá a pocas cuadras. Y tenía una compañera que vivía aquí enfrente del pasillo, y que aún hoy vive, Soledad Ianni, que es iluminadora de teatro. Hace cinco años llegué a este departamento por un aviso del diario.

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El edificio me parecía conocido pero no recordaba de dónde. Alquilé, y un día sale Soledad, que todavía vive en la casa que era de su madre. Y ahí me di cuenta de que había venido a este mismo edificio muchas veces de chico. Alquilo hace cinco años, tengo buena onda con el dueño, me llevo bien, y así seguiremos.

¿Dónde naciste?

Nací en el oeste, en Villa Tesei, en el 76. Mis padres eran sociólogos y esos años fueron difíciles, no hace falta aclarar mucho con esa fecha. Al mes de nacer, nos fuimos a vivir a Bariloche.  Ahí viví dos años, y después tres años en Santiago de Chile. Más tarde creo que vivimos en San Juan, pero no sé si antes o después, ya me olvidé. Después compramos una casa en San Telmo, un departamento en el que todavía vive mi vieja, en el 82/83. Y a partir de ahí, sí, soy de San Telmo.

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¿Tenés algún recuerdo de esa época?

Es difícil saberlo. Me acuerdo, sí, un poco, lo que nos acordamos todos los que pertenecemos a esta generación y que además tuvimos padres que obviamente, fueron afectados. Mis viejos no eran militantes, pero sí eran de izquierda, sociólogos, intelectuales y eran peronistas, aunque no estaban en ninguna agrupación. Pero lo que recuerdo es el miedo. Recuerdo que en una época tuvimos a una persona escondida en casa, tengo alguna imagen de fogata de libros en el patio, ese tipo de cosas.   

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¿Al terminar el secundario fuiste a la facultad?

No, estudié Dirección de Cine. No me dio para estudiar Letras, siempre me gustó mucho, sabía que iba para ese lado, pero Letras me resultaba una carrera, quizás pesada o así la imaginaba, y que no era del todo lo que a mí me interesaba. Cuando estaba en el secundario me agarró pasión por el cine, empecé a ver mucho cine. El cine tiene algo más social, con la literatura uno termina solo, escribiendo. Así que me pareció más divertido, y estudié cine.

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¿Y trabajaste de tu profesión?

Durante los últimos veinte años, principalmente en televisión. Trabajé cuatro años en canal 9, dos en canal 13, uno en TELEFE, en canal 7, en Encuentro. Donde se te ocurra. Pero no es el trabajo que más feliz me hace, o sea, lo hago contento, pero yo quería animarme a escribir mis propias cosas. Primero las escribía como pilotos, como ideas para la tele y me bochaban todo, esa es la verdad. Y después, aprendí a manejar la literatura, siempre fui muy lector, pero aprendí a escribir de grande. Hoy por suerte, vivo principalmente de los libros. También tengo una larga relación con el mundo de la cumbia, a través del programa Pasión Sábado. Viene desde los 21 años, cuando era empleado de planta en Canal 9. Cuando sos empleado de planta te mandan a distintos programas. Y me mandaron a Pasión, que estaba empezando en ese momento. Fue la época de Rodrigo, que la viví de cero y de cerca: tenía que salir con él a hacer notas y esas cosas. Y también fue la época de la cumbia villera. Desde entonces quedé vinculado a ese mundo, y en cierta manera lo siento el más compatible con la literatura.

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¿Por qué?

Porque si yo trabajo para una productora de Palermo, no me puedo poner a leer, porque: “¿¿¿qué hace este pibe leyendo???” podés estar sí, con el celular boludeando, o con la compu, pero no podés sacar una novela y decir: “Tengo una horita, estoy en la productora al pedo, me pongo a leer”. Queda feo. Depende en qué productora, por supuesto. Pero digamos que hay que cumplir con el prototipo del productor de tv. Vas a una productora moderna y te encontrás con personas que hasta se visten igual. En cambio en la cumbia hay todo tipo de gente, pero todo tipo en serio, es un mundo muy variado y por lo tanto muy tolerante, al contrario de como se lo suele mostrar en los medios. Lo mismo pasa con la música, no hay un único tipo de cumbia. Además es gente que me conoce hace muchos años y digamos que me quiere.

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Hay amistad y respeto con los dueños del programa, Pablo y Adrián, y con todo el equipo, después de tantos años. Es un hermoso grupo de trabajo.

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¿Que hacés en el programa?

Soy el que está en el control, con el cosito que dice:»Venimos en 3, 2, 1, estamos en el aire”. Conozco el mundo de la cumbia muy de cerca y muy de lejos. Porque lo que más conozco es el mundo del programa, no es que yo salgo a tocar con los músicos. Estoy en el control,  con el director, el productor, el sonidista, que son gente del medio y amigos que laburan ahí desde siempre como yo.  Por otro lado, he visto de cerca todo lo que pasó en el mundo de la cumbia en los últimos 20 años. Ver bandas ascender, ser mega populares y en algunos casos también descender. Hay pibes que fueron súper estrellas y ahora son uno más. También tengo mucho cariño por la conductora del programa, Marcela Baños, porque empezamos al mismo tiempo y con la misma edad.

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¿Escribiste alguna vez sobre ese mundo?

No. Me lo han pedido, informalmente. Una vez en una editorial. Algún día quizás lo haga. Yo creo que tengo, a todos nos pasa, intereses muy variados. Como decía Whitman: “Hay una multitud en mí”.  Hay temas muy diferentes que me interesan. Me interesa el tema de la España islámica y eso aparece en El bastón de plata. Me interesa el Buenos Aires de 1910 y está en La oscuridad de los colores, me interesa el humor y está en muchos libros. Algún día podrá aparecer o no la cumbia. Me gusta moverme por distintos géneros. Personalmente creo que hay que evitar la zona de confort, eso no lo inventé yo, lo dice cualquiera, pero me parece muy cierto. Y a veces hace falta que pase tiempo entre una vivencia y el poder escribir sobre ella, supongo que en algún momento escribiré sobre el mundo de la cumbia, pero no hay apuro.

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¿Elegís escribir para jóvenes?

No. No pienso mucho en las edades.

“La oscuridad de los colores” no es un libro particularmente juvenil.

Puede leerlo un adulto. Cuando lo terminé no sabía qué era. De hecho estuvimos un año evaluando con la editora si era para chicos o para adultos, y con amigos, y gente que respeto mucho como Pablo De Santis, Sergio Aguirre o Antonio Santa Ana. Todos iban opinando y llegamos a la misma conclusión, que podía funcionar para cualquiera de los dos públicos. Y el miedo era que si salía como juvenil, quizás los chicos lo iban a sentir denso, de hecho la literatura juvenil no usa tantas páginas y tanto contexto histórico. Pero por suerte les gusta y hasta ahora no escuché a ninguno decir: “No, mirá, se me hizo muy largo, o muy complejo” Tiene componentes adultos, sí, pero no me parece que sea un problema. Porque la verdad es que tampoco empecé pensando en  infantil o juvenil. Yo empecé pensando en cine y series, que tienen un concepto más amplio. Uno piensa en una película y es una película, la van a ir a ver jóvenes y la van a ir a ver adultos. Entonces, a mí me quedó esa forma de pensar, no puedo pensar en edades.

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¿Tenés incorporado al guionista cuando escribís?

No sé, digamos que vengo un poco de todos lados, tengo mucho guion encima, mucha literatura encima, trato de mechar. La otra vez me preguntaban si algunos de mis libros los pasaría al cine. Y  sí, ojalá, pero también me parece interesante salir a competirle al cine y a la televisión. Yo quisiera hacer una literatura que reúna las cosas buenas que tiene el cine, que la leas y que sea más película que una película, más visual que el cine. La literatura ha competido y ganado a todas las otras formas de contar historias. Fue el comienzo y será el final en lo que hace a contar historias, sin duda.

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La literatura siempre se retroalimentó de otros medios. La literatura siempre estuvo influída por el teatro, por la pintura, por la investigación académica. La literatura está llena de eso, y ni hablar de que está influída por el cine. Lo tenés a Puig y a tantos otros. Entonces, mas allá de que en mi caso particular venga del guion, creo que hay que juntar todas esas herramientas, para que gane la literatura.

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¿Te gusta viajar?

Sí,  me gusta mucho. Si fuera por mí, me gastaría todo en viajes, pero bueno, no siempre alcanza. En cuanto a los libros y viajar, por ejemplo, El Bastón de Plata empezó en un viaje que hice a Marruecos, y ahí se me apareció la idea y el romance con la civilización hispano árabe. En realidad el libro transcurre en el sur de España y el norte de África, que fue el mismo viaje que hice.

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¿Qué otros viajes hiciste?

Después pude viajar a Alemania, justamente cuando salió allá En la línea recta y después El Bastón de Plata. Aproveché para viajar, y ya que estaba recorrí un poco Europa. Y también gracias a los libros he podido recorrer mucho Argentina. Acá con el compañero (Yafar, su hijo) tenemos pensado hacer prontito, un mega viaje, pero no vamos a decir nada. Después viví cuatro años en la Patagonia, en San Martín de los Andes.

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¿Qué tal esa experiencia para un escritor?

Muy linda. De hecho empecé a escribir allá. Antes, cuando vivía acá, escribía guiones. Pero lo de literatura y específicamente lo de literatura infantil y juvenil, lo empecé en el sur.

¿Y aquí, en esta casa, en qué lugar escribís?

Este es el sillón de escritura, lectura, todo.

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También voy mucho a bares a escribir.

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Esta es mi gata Manchi. Manchi aparece en uno de los libros: lo que se preguntan los animales. El prólogo supuestamente lo escribe ella. El otro día fui a un colegio y había una nena disfrazada de Manchi.

gata <Martín

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¿Como te llevás con las visitas a los colegios?

Voy mucho, estos meses estoy yendo hasta tres veces por semana. A mí me gusta, no tengo problema, la verdad es que nunca, jamás, la pasé mal.

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¿Qué les pasa a los chicos cuándo te conocen?

Básicamente sirve para desmitificar la profesión,  “Miren el escritor, qué normalito que es”. Esperan que seas alguien importante. Es que en el colegio hacen tanto bombo: “va a venir fulano” y te ponen carteles y ellos piensan que un escritor es algo muy serio. Y se dan cuenta que no.

¿Pasás mucho tiempo en tu casa?

Sí. Hoy la ordené porque venían ustedes. Paso muchas horas acá porque tengo la ventaja de no tener que ir a una oficina, entonces, si bien voy a escribir, paso muchas horas, es la cuevita, es el lugar para estar relajado. Igual me mudé muchas veces.

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¿Qué cosas te acompañan en tus mudanzas?

Este tocadiscos, que ya, pobrecito, lo tengo que tirar en algún momento, no sirve para nada. Es como un mueble, sigue andando.

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Es de los años 40.

Sí, de los 40, es muy lindo. Era de mi vieja, acá descubrí la música. Yo ponía estos discos cuando era chiquito, por eso me da pena tirarlo.

¿Tocás la guitarra?

Sí. Por un tiempo largo tuve una banda, y tocábamos en vivo, con unos amigos, después se fue complicando, como pasa siempre.

¿Qué tipo de música hacían?

Hacíamos canciones, rock, pop, una mezcla, cantaba una amiga, Alejandra. A mí me gustaba componer canciones, eso era lo más lindo.

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Música y letra.

Si, música y letra. Me encanta. De chico hubiese querido dedicarme a eso. Componer canciones para otros. Pero nunca tuve un éxito, si hubiera tenido un éxito, tal vez seguía, pero como no hubo ningún éxito entonces ya está. Pero sí, componía muchas canciones con la guitarra, me encantaba, te diría que fue casi mi primera forma de escritura, cuando era adolescente empecé con las canciones, no paraba de escribir canciones. Me ponía a tirar acordes y a cantar encima hasta encontrar una letra. Y justamente, muchas de las letras terminaban teniendo un formato de cuento. En realidad contaban una historia.

¿Tenés grabaciones?

Si, varias, busquen FOSTRO, así se llamaba la banda, en youtube.

Le vamos a poner el Link, entonces.

Si querés ponelo. https://www.youtube.com/watch?v=RNImE7O1bzI

Hay una obra de teatro, La Leyenda del Calamar Gigante, para la que grabé todas las canciones y las canto. Lo que pasa es que en general la música es un terreno mucho más difícil, mucho más trabajoso. Como hobby la música me encanta. Con Santa Ana siempre decimos que vamos a hacer algo.

¿Vivís aquí con tu hijo, Yafar?

La mitad de la semana vive con la madre, la otra mitad conmigo. La madre vive acá cerca, así que estamos yendo y viniendo todo el tiempo.

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Y ese nombre, Yafar, es muy bonito.

De segundo nombre se llama Alejandro, por si se cansa de Yafar. Yafar viene del persa a través del árabe, y significa sabio y valiente. Es el nombre de un filósofo persa, Yafar Al-Sadiq, uno de los fundadores de lo que se conoce como Sufismo. Lo saque de ahí.

¿Escribís en esta computadora?

Sí, en mi maquinita vieja. También en papel. E incluso con el celular. Cuando ya escribís mucho, es bueno evitar esa cosa solemne de “me voy a poner a escribir”. Entonces, a veces, estoy en un colectivo, tengo una idea y la escribo, si no se va. Agarro el celular y me pongo a escribir.

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Aunque compré otra compu, sigo con mi Windows XP, esta es mi máquina. La mayoría de los libros los escribí acá, la tengo desde 2008. Anda un poco lenta, tarda en abrir, está medio rotosa, pero bueno.

¿Presentás libros a concursos?

He perdido todos los concursos que existen. Todos. Incluso he perdido concursos en el exterior. Soy un perdedor internacional. Hay un capítulo en Los extrañamientos en que aparece un chiste sobre eso, lo dice un tío que todos los años manda una novela al mismo concurso, y todos los años pierde, y hay una pequeña reflexión sobre que los concursos son la lotería de los escritores. Soñamos con la plata del premio como el que juega a la quiniela. Pero sirve, por lo menos para terminar, para motivarte a escribir y soñar con que de golpe vas a ganar plata y vas a dar la vuelta al mundo. Después no pasa, pero terminaste la novela. Y terminar es importante. Te diría que todos mis libros, los primeros especialmente, son de concursos perdidos.

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¿Cómo te llevás con los editores?

Bien. El editor aporta mucho a la novela, a la literatura se la quiere presentar siempre como si fuera un arte totalmente individual. Un poco es cierto, pero pasa como con el productor de una banda, hay bandas que tienen muchos años y uno puede ver cómo suenan diferente, siendo los mismos integrantes, porque tuvieron distintos productores. Lo mismo pasa en la literatura.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

No soy un buen fotógrafo. Fue uno de mis traumas mientras estudiaba cine, fotografía era la materia en que peor me iba. Creo que lo de “una imagen vale mil palabras” corre en los dos sentidos: una palabra también vale mil imágenes; hay más de mil imágenes en las palabras amistad, tarde, árbol, calle. Con esto quiero decir que amo las palabras y me alegra trabajar con ellas. Y aún así… qué placer ser un buen fotógrafo, eso de saber ver, esperar como un cazador y atrapar un momento único e irrepetible. Quizás algún día me salga.

El ojo ajeno Logo

Diego Javier Rojas

Se autodefine como un promotor de lectura. Tal vez sea cierto, porque desde muy chico le gustaron los libros y no ha parado de trabajar para que lleguen cada vez a más lectores. Bibliotecario, maestro, organizador de la Feria del Libro de Olavarría, escritor, Diego Javier Rojas se llevó este año el merecido premio “La hormiguita viajera” por su labor incansable. Fue el primero que invitó a “El ojo ajeno” a hacer una muestra fotográfica en la Feria . Allí fuimos, a exponer 45 fotos de quince escritores. Y también dimos una charla. Diego fue el artífice de esa experiencia para nosotros inolvidable. Pasen y lean la entrevista que nos brindó en su casa, en una preciosa calle de su ciudad natal.

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Te queríamos felicitar, Diego, por tu participación en la Feria de Olavarría, un evento exitoso y reconocido en todo el país. Este año (2015) el predio es hermoso. Nos contaron que el lugar era un hogar de niñas.

Sí, era un hogar de niñas, estaba todo muy deteriorado y en 2010 el gobierno municipal decidió invertir en ese lugar y armar un centro cultural. Ahora, el hogar de niñas funciona al lado. Construyeron uno nuevo con todas las comodidades. Lo único que solicitaron que no se tocara es la pequeña capilla que hay adentro. Queda frente al arroyo Tapalqué. Es muy raro que un arroyo corte así una ciudad. Es un lugar emblemático; la gente sale a caminar y ve que hay un cartel que dice “Muestra de tal”, y entra.

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Ayer había mucha gente realmente.

Vas a ver que el sábado y el domingo, hay gente que entra a tomar mate. Porque además hay juegos, banquitos, baños.

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Eso es interesante también, porque es una manera amable de invitar a personas que a lo mejor ni se les ocurre ir a un centro cultural, pero esta ahí y entran a disfrutarlo.

Yo lo veo con mis alumnos, que vienen por primera vez al centro de Olavarría, visitan el centro cultural y se quedan encantados.

¿Vos naciste en Olavarría?

Sí. En realidad nací acá pero viví hasta los veintiocho años en Loma Negra, muy cerca de Olavarría. En auto tardás unos veinte minutos en llegar. No sé cuántos km habrá. Esas cosas las hacés por inercia, ¡no sé cuántos km hay de aquí a Loma Negra!

¿Ahí estudiaste?

Estudié en el Hogar Infantil, que pertenecía a la fábrica de Loma Negra, la cementera. Ahí hice el jardín, y después, la escuela primaria. Ya había terminado el primario y sabía que iba a ser bibliotecario.

¿Ya sabías? ¿Y cuál fue la experiencia en la escuela primaria que te hizo tomar esa decisión?

Mira, yo no tengo ni papá ni mamá lectores. Pero tengo el recuerdo de cuando mi mamá me llevó por primera vez a una biblioteca. Yo era muy hincha, siempre quería tener libros, los juguetes no me interesaban, yo quería libros. Y cuando llegaban las fechas de recibir regalos (Reyes, Navidad, cumpleaños) yo pedía libros pero nunca me los regalaban.

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Ahora se regalan muchos libros para Navidad. En aquel tiempo, no. Entonces empecé a juntar plata para comprar mis libros. Y empecé a ir a la biblioteca que, después, terminó siendo la biblioteca donde tuve mi primer trabajo, la biblioteca pública. Allí hice toda mi formación estudiantil.

Es decir que venís a ser la excepción que confirma la regla: un lector proveniente de un entorno poco lector.

Exacto. Mi papá y mi mamá leían el diario, nada más. Yo no tengo la imagen de mis padres leyendo un libro. Y en la escuela de aquel tiempo no había promoción de la lectura. Es decir, te leían un cuento, pero siempre tenía una aplicación, algo para hacer después.

Claro, se leía para luego hacer algún ejercicio.

Para hacer una tarea o la descripción tema La Vaca. Todos pasamos por esa etapa, pero no tenía una finalidad recreativa, como tiene que tener la literatura. Pero sí recuerdo que, como no me gustaba hacer Educación Física, en realidad nunca me gustó, la directora se dio cuenta y me empezó a mandar a la biblioteca. Y ahí yo descubrí todo. Más allá de los libros, era una biblioteca hermosísima. Había mapas, libros de tapa dura, discos, casetes, películas, diapositivas. Eso para mí era ir a la escuela. Tener un ratito para entrar a ese lugar. Y era re buen alumno. Me gustaba ir a la escuela. En sexto y séptimo ¡cómo me copaba ser alumno bibliotecario! Iba en contraturno a trabajar a la biblioteca.

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Cuando estaba terminando el secundario, mi preceptora me dijo: “antes de ser bibliotecario tendrías que ser maestro. Tenés feeling con los chicos”. Y bueno, probé. Estudié para maestro y le dije a mis viejos que iba a probar. Y la verdad es que me gustó muchísimo. Tuve la suerte de que me convocaron para hacer unas suplencias voluntarias.

Me imagino que eras muy joven.

No, tenía veintiuno o veintidós años, porque repetí en el secundario. Yo les cuento eso a los chicos en la escuela. Repetí porque no quería viajar más. Venía todos los días de Loma Negra a Olavarría, llegaba la noche y ya no quería viajar más. Por eso repetí dos años. Después, me cambiaron a la escuela secundaria que estaba a dos cuadras de mi casa.

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Cuando estaba estudiando magisterio, me llamó la directora de la escuela donde yo había hecho la primaria, para decirme que iba a faltar una maestra por dos días, si quería ir a reemplazarla. La verdad es que fue bárbaro. Después, me llamaron de la otra escuela también. Y me fui metiendo, fue muy divertido. Cuando tuve que hacer las verdaderas prácticas, yo tenía mucho dominio de grupo. Así que terminé el magisterio y comencé la carrera de Bibliotecario en La Plata.

¿Te fuiste a vivir a La Plata?

No, no, en La Plata podés estudiar a distancia, y tenés que viajar una semana por mes. Durante esa época tomé una suplencia en la misma escuela donde había hecho la primaria. Era una suplencia por quince días y se terminó extendiendo hasta diciembre. Esto fue desde agosto hasta diciembre. Y en septiembre tenía que viajar a La Plata, porque iba a rendir, y a quedarme allí una semana. Lo que no sabía es que para poder tomarme una semana de licencia por estudio era necesario tener cierto tiempo de antigüedad. Yo no lo sabía; lo hablamos con la inspectora, Olga Rasposo, que ahora trabaja en la Comisión de Libros aquí en la Municipalidad y ayer dijo las palabras de inauguración de la Feria. Mirá cómo son las cosas, Olga me decía: “Yo te dejaría, encantada de que fueras. Pero si te llega a suceder algo, no es que estés acá a la vuelta, es un viaje”. Y era verdad. Así que tuve que dejar de estudiar en La Plata.

Claro, perdías tu trabajo.

Perdía el trabajo. Y al otro año se abre la carrera, con la modalidad a distancia, en la Universidad de Mar del Plata. Y la auspiciaba el municipio, era todo digital. Solamente tenía que ir un sábado, cada tres meses, para el encuentro con el profesor y después era continuamente un mail que iba y otro mail que volvía.

El que vino a dar esta charla de capacitación sobre el avance tecnológico es hoy el organizador de la Feria del Libro de Mar del Plata, Andrés Pereyra Barreto, con quien compartimos experiencias de feria.

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¿Cuando te recibiste dejaste la docencia de aula para irte a la biblioteca?

No. Seguí como maestro, y empecé a trabajar en la biblioteca pública. Allí estuve como dos años, creo que fueron tres años, en la biblioteca donde me formé, a la vuelta de mi casa, y luego, por unas cuestiones económicas de la organización, de la comisión, decidieron echarme. Y ahí tomé otro trabajo en otra escuela, y ya me vine a vivir acá. Comencé el trabajo en la escuela Esquiú, donde armé la biblioteca. Hace 12 años que estoy trabajando ahí. Como maestro no trabajé más. Pero yo siempre digo que si alguna vez me retirara de la biblioteca, me gustaría trabajar otra vez en primer grado. Parece mágico, de un día para el otro los chicos hacen un click, o capaz que entran a la una de la tarde y se van a las cinco sabiendo leer. No sabés cuándo se produjo ese click, tal vez estás meses y meses en los que no pasa nada y de golpe hay un click. Y te caés de espalda.

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Después entré a trabajar en Cultura, en la subsecretaría. Me quedé sin el trabajo de la escuela 76. Justo ese año se hace el congreso de editorial La Bohemia. Fue el primer año, en la Biblioteca Nacional, ¿te acordás? E invitan a presentar ponencias. Yo propongo una y queda seleccionada. Para esa época todavía no estaba trabajando en Cultura y cuando se enteran de que habían seleccionado mi ponencia, Eduardo Rodríguez, que era el subsecretario de Cultura, y Verónica Sánchez, su secretaria, me dicen que van a colaborar con el pago del pasaje. Para mí fue una alegría enorme. Cuando vuelvo, voy a entregar una carta de agradecimiento y, casualmente, el día anterior había renunciado la persona que estaba a cargo de la biblioteca. Entonces me convocan para trabajar ahí. Arranqué un primero de diciembre. Estando en ese puesto, pude empezar a armar todo lo relacionado con la Feria.Diego Rojas - 2914 copy

Pensando en todas las actividades que hacés, si alguien que no te conoce te pregunta a qué te dedicás, ¿qué respondés?

Es muy difícil definirse. Yo creo que tengo muy divididas las facetas. Mañana, por ejemplo, que presento mi libro, soy escritor. Que no me vengan a decir que falta el vaso de agua en la otra sala, porque yo no sé nada. Mañana estoy disfrutando como escritor en la Feria. Y en la escuela lo mismo, si van y me preguntan algo del municipio, no, yo ahora estoy acá, en la escuela. Lo del municipio, llamame mañana, te contesto mañana, pero ahora, no.

Por eso es difícil definirme. A mí me gusta lo de promotor de la lectura, porque engloba todo, y es una palabra que la gente empezó a escuchar hace poco tiempo. Porque a mí me costaba decirles a mis amigos lo que era ser promotor. Generalmente el promotor está visto como el que vende algo y uno vende, pero no con un rédito económico. Promotor de la lectura me gusta como definición.

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¿Cómo empezaste a escribir? 

Yo era chico, y creo que, al leer tanto, en algún momento me surgieron las ganas de escribir. Yo escribía, pero nunca lo mostraba, nunca. Y siempre tiraba todo. Después, al estar tan involucrado con la literatura infantil, me empezó a gustar esto de escribir para chicos. Pero me parecía que me repetía o que repetía lo que leía de otros autores. Un año vino Ana María Shúa y me dijo: “Si vas a creer que es así, dedícate a otra cosa, porque todos estamos influenciados por lo que nos gusta”. Fernando de Vedia me vio charlando con los chicos y me preguntó si escribía. Le dije que sí, que tenía algunas cosas escritas para chicos. Esa noche íbamos a cenar juntos y me pidió que llevara algo, y le llevé “Una respuesta para Alicia”. Así fue que me animé a publicar. Al otro año salió el otro libro, y luego otro y así. La verdad es que fue algo muy mágico que haya sucedido eso.

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¿Hace mucho que vivís en este departamento?

Cuando me vine de Loma Negra a vivir solo, vivía a una cuadra de acá, pasando el arroyo. Ese fue mi primer departamento. Ahí estuve viviendo cuatro años. Me mudé porque ya no entraba, o eran los libros o yo. Unos amigos me pasan el dato de un departamento. Antes de verlo vengo aquí, pero no me cerraba el precio, así que me decidí por el otro. Pero no me sentía cómodo, no era mi espacio. En el interín me avisan que lo tenía que dejar y que quedaba libre este.

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¿Cuánto hace que te mudaste?

Cuatro años. Este es mi espacio.

Contame de tu biblioteca.

Hay una acá. Los libros están acomodados por colecciones. la mantengo bastante ordenada, organizada por editoriales y por colecciones.

¿Hacés reseñas de libros para las editoriales?

Sí, me envían libros y los reseño. Voy en el colectivo leyendo, voy al consultorio del dentista y me llevo algo para leer.

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¿Leés principalmente libros infantiles y juveniles?

Sí, todo infantil y juvenil. Lo de adultos lo dejo para el verano, cuando me queda tiempo. Hacia fin de enero, comienzan a llegar las novedades de febrero, lo que va a ser el lanzamiento de escuela y todo eso. Y ahí hay que empezar otra vez. Pero me gusta hacerlo. Cuando nos fuimos en febrero de viaje al sur, yo me leí dos libros para el viaje. Mis amigos me sacaban fotos y yo ni me di cuenta. Me decían: «Vos estabas acomodado ahí, como metido en un pozo”, y  sí, yo estaba ahí, leyendo. Me abstraigo totalmente. Cuando me quedo sin libros me agarra el ataque. ¿Cómo me los voy a leer todos en el viaje y me voy a quedar sin libros?, entonces tengo que entrar a una librería y comprar.

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¿Te gusta viajar?

Sí. Viajé a Cuba por trabajo, presenté una ponencia para el Congreso de literatura infantil y quedó seleccionada. Fue mi primer viaje al exterior, y solo. Después fui a un congreso a Colombia y a Chile. En Chile me tocó el terremoto.

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¿Cómo fue esa experiencia?

Lo que recuerdo es que esa noche estaba con Liliana Bodoc y le comenté que me había gustado mucho su libro: “Cuando San Pedro viajó en tren”. Me había conmovido mucho. Nunca viajé en tren, pero esa madrugada, durante el terremoto, cuando la cama se movía, yo creía que iba viajando en uno.

¿Estabas soñando?

Soñaba que viajaba en tren, hasta que la cama se golpeó contra la pared, entonces me levanté y vi que empezaron a rodar las botellitas, las latas de gaseosa, y que del inodoro salía agua. Yo no entendía nada. Corrí la cortina, afuera se caían los vidrios del edificio de enfrente. Entonces nos llamaron de recepción para avisarnos que era un terremoto, que nos quedáramos tranquilos y que bajáramos por las escaleras. Y mirá cómo son las cosas, cuando abro la puerta de mi habitación, sale una señora y dice: «Es un terremoto, tenemos que salir». Era Graciela Pérez Aguilar. Yo siempre la había querido conocer y nos conocimos ahí. Ella fue una de las fundadoras de las series de Alfaguara. Viste que uno tiene eso, que te gusta conocer a la gente, más cuando han hecho todas estas cosas. La conocí en medio de un terremoto.

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Increíble. ¿Y después que pasó?

Bajamos, duró solo unos segundos, estábamos todos en estado de shock.

¿El hotel no sufrió destrozos?

No, nada. Cuando llegué, el conserje me dijo que el hotel era antisísmico. Yo le respondí: “Bah, justo va a haber un terremoto en estos tres días que voy a estar”, y tuvimos un terremoto. Y cuando bajé, se acercó el chico para decirme: «Creo que lo trajo usted en la valija».

Se suspendió el congreso, ¿verdad?

Si, se hizo, pero a media máquina. El congreso iba a funcionar en el Museo de Bellas Artes de Santiago que tiene una cúpula vidriada. Hay una foto mía en Facebook. La saqué el día antes, en las escalinatas, y al otro día me dije: “Tengo que ver cómo quedó la cúpula”. Y estaba toda destruida. Es muy fuerte ver que, de un día para el otro, todo eso se destruyó. No quedó nada. Y menos mal que fue a la madrugada. Nosotros hubiéramos podido estar ahí, debajo de esa cúpula vidriada, imaginate lo que hubiera pasado.

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A mí no me sucedió nada. Cuando volví, a los pocos días me agarró una crisis muy fuerte de llanto. No podía parar de llorar. Fue cuando empecé a recibir mails de gente que estaba allá, que se comunicaban diciendo que habían llegado bien, y agradecían, todos muy conmovidos por eso. Ahí empecé a llorar y no podía parar.

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En ese congreso también conocí a Sandra Siemens. Había leído “El hombre de los pies murciélago”. Yo le escribía pero ella no me contestaba por Facebook, porque no sabía quién era. Alguien le comentó quién era yo, entonces combinamos para conocernos en Chile. En Chile se empezó a armar una amistad, fuimos juntos a Colombia, fui a su casa también. Muy agradable.

Esta debe ser la anécdota de tus viajes me imagino. 

Si, lo contás y nadie lo puede creer. El viaje a Colombia fue hermosísimo, también fue por trabajo. Después hicimos un viaje a Uruguay con unos amigos. Y ahora estamos planeando uno a Nueva York, para el año que viene. Tenemos un grupo, somos cinco, que siempre vamos de viaje juntos. Fuimos al Sur. En el año hacemos un viaje cortito. Hicimos primero una breve experiencia en Buenos Aires, para ver cómo nos llevábamos todos, y la verdad es que nos llevamos muy bien. Cada uno de nosotros tiene sus intereses y su personalidad. Entonces, yo sé que si al otro le molesta, para qué se lo voy a decir. Tenemos una muy buena convivencia. Y nos reímos mucho, mucho, desde que salimos hasta que volvemos, nos reímos muchísimo. Y cuando nos juntamos a cenar, también una vez por mes, no termina nunca la cena, porque siempre tenemos temas para hablar.

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Entonces Nueva York es el próximo destino.

Estoy ahorrando. Trato de no comprar, para mí es un tema.

¿Qué te gusta comprar?

Ropa. Y libros. Mis amigos me dicen que en Nueva York te podés comprar ropa para dos años. Pero bueno, el tema de la ropa me puede. En realidad, lo que me pasa con esto de los viajes y con mis trabajos es que soy muy feliz. Me gustan mis trabajos, disfruto los tres y en cada uno siempre encuentro una motivación diferente, tanto en la escritura, como en el trabajo de organizar la Feria o ir a la escuela. Siempre encuentro una motivación que hace que año a año, me vaya renovando. Cuando no tenga esa renovación, tendré que hacer un paso al costado. Además, me gusta trabajar, soy feliz trabajando, lo disfruto. En cada lugar de trabajo voy formando mi grupo de amistades, es muy difícil en los trabajos tener amistades, pero yo las voy haciendo y lo veo en mis cumpleaños. Me encanta festejar. Estoy tres meses preparando mi cumpleaños, a mí me gusta que la gente venga y lo disfrute. Para mis cuarenta, fuimos noventa personas.

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Esa felicidad se nota en todo lo que hacés.

En realidad, yo soy feliz. Más allá del disfrute del trabajo, soy feliz con la gente que me rodea, tanto acá, como la que está en Buenos Aires. Cuando mis amigos saben que viajo, me dicen: «Vení, nos encontramos, y hacemos esto o aquello». Es muy lindo que pase eso. Es muy lindo. Y yo lo disfruto.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

La foto foto de este momento. Porque hablamos de muchos momentos felices de mi vida y para mí la vida es esto, vivirla y recordarla con alegría, recordar lo que te hizo feliz y rodearte de buena gente.

El ojo ajeno Logo

Silvia Schujer

Silvia Schujer vive en un hermoso PH reciclado del barrio de Colegiales. Sabemos que nos espera una buena charla y el afecto de muchos años compartidos. Silvia nos recibe con unos mates y esto es lo que nos cuenta.

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¿Qué significa para vos el lugar donde vivís?

Es un búnker. Siempre lo definí como un búnker. Te diría que mi casa soy yo. Lo loco es que me mudé mucho, casi no podría contar las veces que cambié de vivienda. Igual, me di cuenta de que hay un leitmotiv que me sigue a todas las casas y tiene que ver con los sillones, los libros, los colores que elijo para las paredes y el piano.

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¿Te llevás los sillones a todas partes?

Me llevo mis sillones y si hace falta los retapizo, busco un género muy parecido al que tenían. También los ladrillos a la vista son un leitmotiv. Una vez me mudé a una casa moderna que no tenía ladrillos a la vista y yo se los hice poner. Llamé a un arquitecto y le dije: “Envejeceme el departamento”. Para mí, los ladrillos, la madera, el piano, los sillones y los libros constituyen mi lugar.

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¿Viste? Como el que se lleva el osito a todas partes. Quizá porque me mudé mucho. Cambian los lugares pero no cambian los objetos queridos, es un modo de encontrar una pertenencia. Los libros, ni que hablar. Son fundamentales. Y también la manera en que tengo ordenada la biblioteca. Ahora no está toda junta, pero el orden que conservo de los libros sigue siendo siempre el mismo.

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¿Sos acumuladora de libros?

No, me voy comprando los libros que quiero y los conservo. Lo que pasa es que hace demasiados años que tengo libros y también heredé una biblioteca. Pero no soy juntadora de libros porque sí.

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¿Alguna vez pudiste desprenderte de libros?

No mucho. Me desaparecen algunos porque presto bastante. Acabo de descubrir una pérdida que me tiene mal. Pero supongo que no es tan grave porque tiene que haber sido alguien que circuló por mi casa. Y si alguien circuló por mi casa es porque nos queremos. Se me perdió Revelaciones de un mundo, de Clarice Lispector.

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Volviendo a los muebles. Yo no cambio de muebles, los reubico. Y es gracioso lo que soy capaz de hacer con tal de no desprenderme de eso que viene conmigo adonde yo vaya. En mi departamento anterior, la biblioteca de mi escritorio estaba hecha a medida porque era un espacio chico. Después me mudé a otro lado, la rediseñé y ahora la uso como biblioteca de mis nietos. Y para diferenciarla de la que era, la cambié pintándole solamente los bordecitos. Así que es otra pero es la misma. La esencia está. Me pasa eso.

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Es decir que tus casas, a pesar de que vas cambiando geográficamente, se parecen entre sí.

Exactamente. Mis muebles y mis libros son como mis peluches.

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¿Cómo llegaste a esta casa?

Esta es la casa donde decidí quedarme. A diferencia de las otras. Durante un tiempo, creo, mudarme llenaba alguna insatisfacción difícil de explicar, una necesidad interna. Al principio me fui mudando porque iba mejorando mi situación económica y mis posibilidades de tener un lugar más cómodo. Después, mudarme tuvo que ver con otras búsquedas.

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Ahora siento que llegué a un tope, más que esto no necesito, es suficiente, lo que me predispone muy bien con el espacio. No lo siento exactamente como que encontré mi lugar, porque tuve otras casas que me gustaron, tiene más que ver con un estado de madurez. Cambiar de casa no necesariamente va a cambiar todo lo que está mal en mi vida. Lo que se tenga que jugar de bueno y de malo, que se juegue acá. Ese es el sentido que le encuentro a esta decisión de quedarme. Lo que quiera lo voy a tener que construir acá.

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¿Cómo eran las casas de tu infancia?

En mi infancia tuve una sola casa, una especie de casaquinta, en Olivos. En la parte de adelante estaba la casa de mis abuelos y en el fondo se construyó la de mi famillia. Con árboles, en un barrio, muy linda.

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Antes de llegar a Olivos (a los tres años), con mis padres viajamos un montón. Estuve viviendo en la Cuba pre Fidel durante un mes, yo era un bebé, y nos tuvimos que ir. Mi papá era representante de artistas y andábamos por el mundo. Cuando volvimos a Argentina, yo era muy chica y ya habíamos vivido en Estados Unidos, en Cuba y en México.

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Mi casa de infancia tenía un terreno gigante. Pero cuando uno es chico la perspectiva es distinta : yo añoraba vivir en un departamento. Como vivían mis primas, por ejemplo, en capital.

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Claro. Uno nunca quiere lo que tiene.

Sí, es increíble. Teníamos tanto terreno, parrilla, en mi casa se comían asados multitudinarios todo el tiempo.

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Y tus primas añorarían tener una casa como la tuya.

Ellas venían todos los fines de semana a mi casa.

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¿En tu infancia ya te gustaba escribir?

En la infancia, no. Yo hacía vida al aire libre. El lector de la casa era mi hermano. Teníamos libros, porque mi mamá leía, y nos compraban las enciclopedias de esa época. Mi hermano sí era muy lector. Pero yo estaba en otra. Leía revistas, pispeaba algo, me gustaba el Lo sé todo y El tesoro de la juventud, que miraba en casa de mi abuela. Pero ficción, poco.

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Entonces no leíste Bajo las lilas, Mujercitas

Algo leí. Te diría que Mujercitas fue central en mi formación. Es el primer libro que me interesó. Leía la colección Iridium, pero sin tanto interés. El lector, lector, el poeta, el literato, el dramaturgo y filósofo era mi hermano. Yo era bastante atorrante. Eso sí: me obligaban a estudiar piano.

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¿“Me obligaban” significa que no te gustaba tanto?

Significa que había un mandato y resultaba difícil zafar de ese mandato. Mi abuelo era violinista, mi papá tenía un oído musical bárbaro y su sueño era que yo tocara piano, pero yo era medio de madera. Entonces estudiaba por obligación, a veces creía que me gustaba porque le gustaba a mi papá. Pero hubo un momento en que ya no quise saber más nada.

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¿Cuándo comenzó tu inquietud por la escritura?

El primer registro que tengo es que me gustaba la poesía. Me gustaba escuchar a Berta Singerman, una declamadora que estaba en la televisión. Es increíble pero la televisión incidió en mi formación literaria porque me apasionaba verla recitar a Lorca: “Eran las cinco en punto de la tarde…”. Era de un dramatismo fabuloso. Yo vibraba con eso y con Bécquer, porque mi hermano leía a Bécquer desde muy chico. También escribía y me leía sus poesías. Igual, yo seguía mis rutinas de jugar que era lo que más me gustaba en la vida.

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El primer noviecito que tuve era del colegio y vivía a la vuelta. Yo iba a su casa a tomar la leche. En la primaria, para mi cumpleaños, me regaló Mujercitas. Yo lo leí, porque me lo había regalado él, y me encantó. Me sentí tremendamente identificada con un personaje. Todos creen que es con Jo, pero no. A mí me encantaba Beth, porque Beth venía a representar todo lo que yo deseaba ser y no era: Beth era buena, obediente, tocaba el piano maravillosamente, cantaba, todos la querían… Y hete aquí que Beth se muere casi al principio de la historia. Lloré a lo pavote. En algún momento me apareció una pregunta, casi como un consuelo: ¿Cómo puedo llorar tanto por alguien que no existe, que es solo un conjunto de palabras y no un ser de carne y hueso? Con lo cual acababa de descubrir la esencia de lo literario. Creo que ese fue un momento crucial aunque yo no lo supiera.

Ahí nomás decidí que iba a ser escritora para hacer llorar a la gente. Porque ese llanto que yo había llorado tenía algo bonito. Había algo mágico en ese llorar por un ser que no existía. Y empecé a escribir una historia muy triste. Se la leía a una prima menor que operó y sigue operando como hermana. Yo le leía y lo único que le miraba eran los ojos para ver si lloraba. Y no le pasaba nada, por supuesto. Porque uno después descubre que no es fácil crear esa ilusión de realidad. Ser verosímil, digamos. Es una de las cosas más difíciles que hay. Lo de Mujercitas me pasó a los 12, 13 años….. Después me vino una especie de ardor por la lectura.

A los catorce años, con mis padres nos fuimos a vivir a México y para mí fue un golpe bastante duro. Tuve que dejar el colegio, a mis amigos, y los que me salvaron fueron los libros.

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Y encontraste consuelo en los libros.

Y sí, leía. Pasaba tardes enteras sin hacer nada y leía, sobre todo al principio, cuando no tenía amigos. Después nos volvimos. Primero volví yo para rendir exámenes y no perder el año y luego mis viejos. En ese momento me leí todo. Era la época del boom latinoamericano y me acuerdo de La ciudad y los perros. Yo leía lo que me iba recomendando mi hermano y los amigos de mi hermano. Entonces leí a Vargas Llosa, a García Márquez y un libro que me compré yo sola en una librería de DF, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que me encantó. Empecé a leer a Bradbury también. Normalmente ese es un camino de ida. No importa si empezás a leer porque estás triste o porque necesitás entretenerte, por lo que sea, una vez que le agarraste el gusto, no hay ninguna actividad que la reemplace. Hay muchas cosas lindas, pero ese momento de lectura es irremplazable.

Los autores que mencionás son representantes de una época. ¿Cuáles son para vos los referentes que tienen los chicos hoy?

Hoy es distinto porque los chicos son tomados como un sujeto de consumo. Es difícil determinar qué es lo representativo que elige efectivamente un chico o lo que está impuesto desde fuera. Me cuesta más pensarlo, pero algo que vi como genuino, no desde el lugar de los colegios que visito porque ahí la mirada que uno tiene es un poco sesgada, pero en mi nieta fue genuina, muy genuina, la elección de María Inés Falconi.

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Desde muy chiquita le leí de todo, los cuentos clásicos, que siguen teniendo una eficacia monumental, las colecciones varias que circulan actualmente, etc etc. Pero lo primero que la vi leer con un interés especial fue Caídos del mapa. Durante unas vacaciones maravillosas, porque ella estaba feliz pidiendo el otro tomo, el otro tomo… Y después se enganchó con la idea de leer. A ella le pegó por ese lado.

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Te dedicaste a escribir y a formar escritores. ¿Hacés talleres aquí en tu casa?

Sí, y agrego otra mesa porque viene mucha gente. Tengo doce o trece alumnos con distintos niveles de escritura. Me doy cuenta de que así se enriquece el trabajo de todos. El que no puede seguir el ritmo se va. Muchas veces, cuando tengo que hacer una crítica demasiado dura, empiezo diciendo que escribir es muy difícil, que requiere mucho trabajo, mucho sudor. Imaginate que habiendo pasado ya tantos años con la escritura, a mí misma me sigue sucediendo que me trabo. Hay momentos que son de puro pensar cómo se resuelve un problema sin escribir una línea. Hay textos que se quedan en un cajón, en la computadora en este caso. Todavía me sigo enfrentando con mis propios límites.

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¿Cuando empezaste a leer también empezaste a escribir?

Empecé a escribir la típica poesía de catarsis de los quince años. En mi casa había esa circulación joven de la poesía y ya estamos entrando en los años difíciles, me refiero a los setenta, que en mi caso particular fueron años trágicos. Pero no tenía una idea clara de si quería dedicarme a la literatura. Eran años de militancia y todo giraba en torno a eso, salvar la vida o no. No obstante, casi como un cable a tierra, otra vez apareció la literatura en mi vida porque decidí inscribirme en el profesorado. Fue realmente un cable a tierra porque ese año en mi familia pasó de todo, hubo desapariciones, murió mi viejo… Entre tanto, yo seguía leyendo a Madame Bovary. El mundo se me iba haciendo pedazos y yo leía a Kafka, a Borges, en una materia hermosa que era Teoría y composición, y leía al Cid y la Chanson de Roland. Mientras tanto el país se deshacía y mi familia se iba diezmando. Empezaba la diáspora de los exilios y ahí estaba la literatura. Hice un taller literario con Sofía Lasky. El taller era de poesía pero rápidamente me di cuenta de que lo mío era la prosa, no sé por qué. Así que empecé con Liliana Hecker y ahí hubo una decisión más firme. Fue un taller maravilloso donde aprendí lo poco que sé, todo lo que tiene que ver con técnicas de escritura, compromiso, corrección. En ese momento también empecé a ligarme a la otra vertiente que era muy fuerte en mí: la canción.

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¿Cómo empezaste a escribir canciones?

Me casé, tuve un hijo y me separé siendo muy muy joven. Lo único que yo sabía hacer era estudiar literatura porque me había recibido de Bachiller con lo cual, era una especie de buena para nada. Vivía sola con mi hijo. Eramos él y yo, dos niños que nos criamos juntos. Yo no sabía cocinar, pero cantaba. Y eso era sensacional, porque todo lo que no podía cubrir en algunos aspectos, como preparar un puré rapidito mientras el nene lloraba de hambre, yo lo aliviaba cantando. Para explicarle cualquier cosa a mi hijo le hacía una canción. Él tiene ahora cuarenta años y hace poco me cantó completa una canción que le compuse a él para que aprendiera a bañarse solo. Fue muy emotivo porque yo no me la acordaba. Y me contó además, que él se la cantaba a sus hijos.

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Volviendo a tu pregunta. Empecé con las cosas infantiles pero a partir de algo doméstico, que era un modo de equilibrar mis otras ignorancias.

La música vino a cubrir necesidades, así como lo hizo la literatura.

Absolutamente. Dejé de estudiar piano pero tocaba guitarra, me gustaba acompañarme para cantar, iba a un coro, tenía vida musical, escuchaba música clásica. Sí, la música me encantaba. A los ocho años pedí que me regalaran Cuadros de una exposición de Musorgski, y me regalaron una versión orquestal. Y yo, que soñaba con ser directora de orquesta, me ponía en medio del comedor de mi casa y dirigía la orquesta porque sabía la entrada de todos los instrumentos. La música tiene mucha incidencia en mi formación.

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¿Por qué decidiste vivir de la literatura y no de la música?

Fue azaroso. Literatura estudié a conciencia, música fue parte de mi formación. Mi hijo es músico y estudió Dirección orquestal, es compositor, el músico de la casa a los cinco, seis años, claramente ya era él. Por ahí yo agarraba el piano para tocar alguna canción y él –siendo chico todavía- desde su pieza me gritaba: “Poné Fa menor”. Sabía en qué tonalidad estaba tocando, sin mirar el teclado, solo escuchándome.

La canción junta todo. Tengo muchos libros con CD de canciones porque la canción es un género que me sintetiza. Aparecen mis dos amores, lo que elegí y lo que me formó. Lo que escribo es muy musical. Yo entiendo que es posible porque cuando leo lo que escribo, si no me suena, si hay un ritmo que se corta, si no tiene una cadencia determinada me hace ruido y tengo que volver y volver a trabajarlo hasta que se deslice.

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Fue a través de la canción que me metí en lo infantil. Con mi hijo escuchábamos Pro Música de Rosario y también a Margarito Tereré. Conocí Cantaniño y me propuse participar en eso. Me acerqué a ellos de caradura que fui. No sabía escribir música, hice una letra de canción con una melodía y se la llevé a un taquígrafo musical para que la transcribiera. El tipo me decía: ”No te metas en esto, nena”. Él conocía mi apellido porque mi abuelo había sido socio fundador de Sadaic, tocó con Canaro. El taquígrafo era Dante Gilardoni, el que le hacía la música a Carlitos Balá. Entonces yo le pedí que me compusiera una música y le di una letra mía. “Lo voy a hacer en nombre de tu abuelo. Pero a Cantaniño no entra nadie, está todo arreglado”, me dijo. “No importa”, le contesté, “yo voy a ir igual”. Y me eligieron la canción. El tipo no lo podía creer. Eso me sirvió para poder dar los exámenes que te exigían en Sadaic para ser socio. Debo confesar que yo necesitaba una obra social y Sadaic era una oportunidad, así que di los exámenes. En el examen había que componer un soneto: ante una mesa examinadora sacabas un papelito donde estaba el título de lo que tenías que escribir. En la mesa examinadora tuve a Cadícamo, a Waldo Belloso. Los jóvenes de ayer, de Charly García, estaban allí.

En Cantaniño eligieron mi canción porque era original comparando con lo que había. Eso me abrió las puertas a un mundo distinto, el de las grabadoras. Yo seguí haciendo mis canciones y armé un grupo con algunos chicos de Cantaniño, que se llamaba “Silvina y los chicos del mundo”. (Risas) ¡Del mundo! Yo sí que no me andaba con chiquitas.

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¿Y por qué Silvina?

Porque me sonaba mejor que “Silvia y los chicos del mundo”. Así que hice canciones y las cantaba con ese grupo. Me fui a presentar, obviamente, a una grabadora. Lo mío llamó la atención. Me acuerdo que fui a CBS y a Music Hall. En CBS se grababa Cantaniño. De entrada no me respondieron. Pero yo me daba cuenta de que les caía muy bien. El gerente me decía: “Esperá, no te apures”. En Music Hall, en cambio, me llamaron enseguida e hicimos un disco de vinilo y el casete, con una cantidad infinita de inmadureces. Yo no puedo creer todavía lo caradura que fui. A mi favor digo que tenía veintiuno o veintidós años por entonces.

Finalmente también de CBS me empezaron a llamar, pero para hacer “puentes” para los artistas que necesitaban un corito de chicos detrás. Yo iba con mi grupo y los dirigía. Además de que los pibes de mi grupito cantaban bien, yo tenía muy buen vínculo con ellos: los podía tener en una sala de grabación varias horas, los contenía. A los empresarios, les exigía que le dieran leche chocolatada. Era una hinchapelotas de aquellas pero los chicos estaban felices.

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¿Vivías de esto?

No, yo trabajaba nueve horas por día en una oficina para subsistir. Eso era extra. Trabajé en Ferrocarriles Argentinos, igual que Oche. Y tengo mis mejores recuerdos porque me dieron mucha libertad.

Parece que indirectamente Ferrocarriles tuvo mucho que ver con la carrera de varios escritores. Oche Califa, la vez pasada, nos contó lo mismo…

Yo tengo poesías escritas en hojas membretadas de Ferrocarriles Argentinos y algunas las guardé. Si yo tenía que salir con mis chicos a grabar, me dejaban hacerlo. Tuve unos jefes que fueron lo mejor que me pudo pasar y eso que hablamos de los años de la dictadura. Sin ir más lejos, algunos productores en las compañías grabadoras eran milicos. Una vez a mí me recibió en su oficina –con un revólver sobre el escritorio- un productor que era un capitán de navío. Fue el que produjo por primera vez a Pimpinella .

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¡Uy, me acordé de algo! Vuelvo para atrás. Cuando fui a dar el examen a Sadaic, estaba Waldo Belloso que, en ese momento, dirigía Margarito Tereré, que era una propuesta folklórica con grandes muñecos que bailaban. Y estaba Jovita Díaz como animadora. Cuando fui a dar el examen de música (porque uno era de letra y el otro de música) yo no sabía transcribir notas en el pentagrama, así que tuve que componer una melodía de oído y cantarla ahí mismo. Apenas terminé mi examen, me llamó aparte Waldo Belloso porque le habían interesado mi voz y mi presencia para sustituir a Jovita Díaz que estaba por irse del programa. Eso a mí me superaba: presentarme en público con mi grupito de chicos ya me producía nervios, pero meterme en televisión era como de locos. Igual lo intenté. Me mandaron a tomar clases de baile con el que usaba el disfraz de Margarito, que era un bailarín, y ahí se dieron cuenta de que conmigo era imposible porque yo era de madera. No sacaba una coreografía ni a palos y se ve que no me gustaba; lo mío estaba atrás de la escena. Pero Zulema Alcayaga, la mujer de Belloso, hizo la presentación de mi disco (el que grabé en Music Hall) y para mí fue súper importante.

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Esta parte de tu historia no es muy conocida.

Fueron experiencias enriquecedoras pero en una época tremenda. El nivel de sufrimiento era atroz. Muchas veces, cuando hoy me cuestiono por algún fracaso y me digo “No sé vivir…”, me doy cuenta enseguida de que si hay algo que yo sé, es vivir. Porque pude sobrevivir adversidades de toda índole. Las del país, ni hablar. Y también las personales. Al estar relacionada con un grupo de chicos que cantaban, también me pude construir como madre, en contacto con las madres de otros chicos. Mis amigos no tenían hijos, yo estaba afuera de la realidad, mientras todos hacían una vida en libertad pues yo no, yo criaba un hijo. También me pude relacionar con algo muy vital que es la canción y con la literatura infantil a través de la cual empecé a decir un montón de cosas que de otra manera no podría haber dicho. Porque era la etapa de la dictadura donde hablar era difícil y en mi caso particular mucho más difícil aún. Yo no podía hacer olas. Pero bueno… Ese período fue súper importante. Grabé mi disco “Silvina y los chicos del mundo”… “¡Los chicos del mundo!”… Cuando pienso en eso no lo puedo creer. Después me volvieron a llamar de Cantaniño y me grabaron varias canciones más en distintos álbumes. Incluso una se pasó a “Los grandes éxitos”: La marcha del pibe, que cantó mi hijo.

¿Cobrabas derechos de autor?

A partir de que empecé a cobrar por Sadaic, sí, me entraba un dinero interesante. Y había beneficios: te deban préstamos, una obra social y cobraba cuando iba a hacer una grabación con los chicos.

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Te volviste profesional.

Sí, pero de puro caradura. En esa época también animaba fiestas infantiles con Ana María Bovo. Ella era maestra jardinera, hacía la parte teatral y yo la musical. Con ella siempre decíamos “Éramos tan pobres…”. Yo trabajaba durante la semana en una oficina, como dactilógrafa, los fines de semana animaba fiestas infantiles. En un momento empecé a trabajar en un estudio contable que fue el peor trabajo que tuve en mi vida. Nueve horas encerrada haciendo balances en máquinas eléctricas. Con una compañera íbamos al mediodía a Guerrín y nos pedíamos tres porciones de pizza porque nos comíamos una y media cada una, éramos de verdad pobres, no nos daba para más. Con esa compañera descubrimos que el estudio contable mandaba a hacer afuera los balances que no se alcanzaban a tipear adentro. Lo mismo que hacíamos nosotras. Y lo pagaban fortunas. Entonces compré una máquina eléctrica con un dinero que había cobrado de Sadaic, arreglamos con unas contadoras que trabajaban en el estudio y nos empezaron a pasar esos balances a nosotras (la que comía en Guerrín conmigo y yo). Así que salíamos del estudio y seguíamos haciendo los balances. Hoy me pregunto ¿cómo hice todo eso? Pero había que sobrevivir.

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¿Cuándo publicaste tu primer libro?

Todo en mi vida fue un poco raro. Yo trabajaba en un banco y justo salió de la cárcel un amigo mío que ahora murió, Luis Salinas, que había estado preso mucho tiempo y tenía un contacto con el diario “La voz”. Era un diario peronista. A mí nunca se me hubiera ocurrido leerlo porque yo no era peronista pero Luis –que era mi amigo y que había escuchado mis canciones-, me propuso hacer un boceto de suplemento infantil para presentarlo. A él le gustaba dibujar e hicimos un laburo divino, muy original para ese momento: Inventamos un suplemento que no solo tenía el formato tabloide del diario, sino una estructura similar. No seguía a pie juntillas el calendario escolar y contenía mucho entretenimiento. Nos contrataron y empezamos a hacer el suplemento infantil del diario La voz, que salía una vez por semana. Nos habíamos propuesto publicar historietas y cuentos creados por nosotros mismos . Para esa época yo no tenía idea de lo que pasaba con la Lij; no obstante empecé a escribir cuentos: uno cada quince días. El trato que teníamos con Luis era, además, que cada uno hiciera una historieta. La mía la hice con Vilar, el ilustrador histórico de María Elena Walsh. Se llamaba “El comando Gelatina”.

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En fin, mirá: el suplemento lo teníamos que hacer todo nosotros. Esa fue para mí una escuela impresionante.

Por otra parte, trabajando en el diario, un día de 1985 me dejaron un cable sobre el escritorio. Eran las bases del concurso Casa de las Américas. Mis compañeros, en la redacción, querían que mandara mis cuentos a competir. Empecé a seleccionarlos para armar un libro, a buscar un nexo que los vinculara y así surgieron los Chinventos, esas historias disparatadas que resultaron los eslabones de unión entre cuento y cuento. Al original lo llamé Cuentos y Chinventos. Mi vieja llevó las copias a la embajada de Cuba y seis meses después, ya olvidada de todo, me llegó el telegrama de Fernández Retamar anunciándome que había ganado. Yo estaba tan en otra cosa que, cuando llegó el telegrama, pensé que era un agradecimiento por haber participado. Nunca jamás me imaginé que podía llegar a ganar ese premio, no lo tenía en el registro de mis posibilidades.

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Empezaste ganándote uno de los premios más importantes.

Y sí. Todo el mundo me hacía notas, era el primer premio Casa de las Américas en democracia y se lo había ganado una argentina. De golpe fue una cosa tremenda, me llamaban de radios mexicanas, cubanas, colombianas.

Me preguntaban: ¿Qué escribiste antes? Y yo no había escrito nada. Me preguntaban de mis proyectos y yo inventaba títulos. Uno que inventé fue El tren más largo del mundo. Después de mucho tiempo, sí, escribí un libro que lo llamé así para cumplir con mi palabra. Gracias al premio empecé a conocer gente del medio: a Laura Devetach, por ejemplo, que había sido jurado.

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Ya no tenía retorno. El premio Casa de las Américas me sirvió para montones de cosas. Sin ir más lejos para mudarme a una casa un poco más grande que la que tenía. Yo vivía en un lugar muy chiquito y ya había decidido no tener más trabajos de oficina. Porque, dicho sea de paso, en esos días el diario La voz había cerrado así que yo me había quedado sin laburo.

¿Viajaste a Cuba a recibir el premio?

No. Me trajeron el cheque acá y me mandaron el libro impreso. Fui mucho después. Viajé para un congreso a dar una charla y en otra ocasión para la Feria Internacional del Libro. Fue un placer estar en Cuba, porque es un lugar donde nos quieren de verdad. No sé por qué nunca me invitaron a ser jurado del premio Casa; no lo sé, se les habrá pasado.

A pesar de que hiciste tu carrera como escritora, tu obra tiene mucha influencia de la música.

Sin dudas. Quería decirte algo que para mí es importante destacar. Además de aquel disco “Silvina y los chicos del mundo”, hice cuatro libros con música, después de haber transitado la carrera literaria. Son libros que vienen acompañados de CD y en tres de ellos, mi hijo hizo toda la parte musical. Es como si yo hubiera dado una vuelta a través de él, como si hubiera hecho un camino de regreso a lo musical de su mano. Siento que Canciones de cuna para dormir cachorros y Canciones del circo representan lo más completo de mi producción. Tienen que ver con el nacimiento de mi nieta, con la participación musical de mi hijo y con la literatura. Son una síntesis de la que fui y la que soy. Tienen mucha carga emocional. Y vos tuviste que ver con eso porque fuiste mi editora y partícipe de todo el proceso.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

Me gustaría saber cómo serían hoy mi papá y mi hermano que murieron hace muchísimos años. Es decir, más que una foto, una imagen proyectada de sus rostros.

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Oche Califa

Por Silvia Portorrico y Uri Gordon

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Oche Califa es periodista y escritor. Nació en Chivilcoy y vino a Buenos Aires junto a un grupo de amigos escritores a probar suerte. Y le fue muy bien. Actualmente es el Director Cultural e Institucional de la Feria del Libro de Buenos Aires y tiene publicados numerosos libros para chicos. Vive en Palermo, junto a Betty, su esposa de toda la vida y a su hija Ana. Sus otros dos hijos ya se independizaron, así que la casa se fue transformando para acomodarse a las necesidades de la familia. En una sala soleada, con salida al balcón repleto de plantas, Oche nos cuenta su historia.

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¿Cuánto hace que vivís en esta casa?

Oche: ¿Cuánto hace, Betty, que no me acuerdo…?

Betty: Hace 21 años.

Oche: Sí, 21 años. Antes vivíamos en la misma cuadra, en la vereda de enfrente.

Betty: Lo curioso es que la gente que vivía acá se mudó a nuestro departamento.

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¿Hicieron un enroque?

Betty: Sí, después de tenerlo publicado varios meses, se enteraron de que vendíamos y fueron a verlo.

Es bastante curioso ¿no?

Oche: Sí, se dio así. Antes de firmar la escritura y mudarnos, nos desocuparon la habitación que está atrás, que ahora es nuestra habitación matrimonial. Yo venía con un carrito de esos que son para llevar cajones de botellas a traer cosas. Durante días, por las mañanas, cargaba el carrito con cajas de libros, que pesan muchísimo, y las ponía en esa habitación. Después tuve que contratar a unos tipos para que cargaran las cosas más pesadas, como la heladera y el lavarropas, porque no servía de nada traer un camioncito. Lo hicimos todo a mano.

Betty: Finalmente terminamos al mediodía. Me acuerdo que nos vino a ayudar Ricardo (Mariño), pero los que vivían aquí no se iban más, tuvieron que reducir un cuatro ambientes a un tres y les quedó todo apretado. Llegamos a este barrio en el 82, y vivimos en la misma cuadra por 33 años.

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¿Y ustedes cuándo se casaron?

Hace 35 años.

Eso también es curioso.

Oche: más que curioso, somos una minoría.

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Este barrio es hermoso…

Oche: Cambió muchísimo. La cuadra cambió, antes era más vieja y lo que hay aquí nomás no era Palermo Hollywood, era un barrio de talleres y galpones. Estaban las bodegas, Peñaflor y varias más, y toda la zona armenia, que eran hilanderos. En una de esas fábricas ahora funciona Cablevisión.

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¿Y adónde se fueron esas fábricas?

No se fueron, los fueron, porque hubo un quiebre masivo de la industria de las telas con las importaciones y a su vez el mundo bodeguero se extinguió durante la dictadura, por la ley de embotellado en origen. Había que traer el vino embotellado desde Mendoza o San Juan, así que se acabó el fraccionamiento y las damajuanas. Con lo cual las bodegas que mandaban el vino en camiones cisterna o en el tren, cerraron. El San Martín paraba allí; lo que era una playa de maniobras para bajar vino ahora es un shopping. Donde estaba Giol ahora está el Conicet y a Peñaflor lo tiraron abajo y ahora hay dos torres.

Oche Charla x 4

Después, la política de Martínez de Hoz seguida de la de Menem, hizo bolsa las fábricas textiles. Eurnequian era un empresario textil y se convirtió en dueño de medios. Al empezar a abrir los estudios de TV, las productoras, América, Radio del Plata, Canal 9, aparecieron bares y restaurantes para la gente que trabaja en esas empresas. Pero claro, ¿qué pasó? Cuando se empezó a correr la bolilla de que había comiendo famosos, la gente empezó a venir. Una cosa increíble . De golpe y porrazo eso transformó los primeros restaurantes y empezaron a abrirse otros y se generó un polo gastronómico descomunal. Cambió el barrio totalmente.

Oche Califa - 0236

Se valorizó mucho.

Sí, pero hay una cosa muy loca: la gente viene a este barrio por como es, ahora bien, llegan los emprendimientos inmobiliarios y tiran esas casonas para hacer edificios, entonces finalmente vienen a un barrio por como es y deja de ser como es. De hecho ya está lleno de edificios.

Betty: Se perdieron todos los zaguanes antiguos. Casas antiguas, quedan poquitas.

Oche Charla x 16

¿Y las inundaciones?

Esto era el “río” Humboldt, hasta hace no muchos años nos inundábamos. Yo me acuerdo de una inundación, de estar en el hall del edificio y ver pasar el río por la calle y de golpe el techo amarillo de un taxi que flotaba en el agua.

Betty: Ahora ya no se inunda más.

Oche Califa - 0192

¿Para la época en que se mudaron al barrio qué estabas haciendo?

Para esa época yo trabajaba en Ferrocarriles y era free lance en Clarín, en Súper Humor, Humi y en otras publicaciones.

Oche Califa - 0207

¿Qué hacías en Ferrocarriles?

Tenía un empleo en la parte de aduana, porque la empresa compraba afuera buena parte de sus repuestos y había que hacer los trámites de importación. Era un trabajo de 8 a 3, lo que me facilitaba mucho para seguir laburando como periodista. Y ya en esos años publicaba en Clarín y salían mis primeros libros para chicos. Entonces había una especie de simpatía hacia mí en la oficina, mi jefe me dejaba hacer, yo escribía ahí mismo, no tenía mucho drama.

¿Cuando te viniste de Chivilcoy empezaste a trabajar en Ferrocarriles?

No, unos años después. Empecé como free lance pero después nos casamos con Betty y necesitábamos un trabajo más en firme y conseguí ese. Estuve muchos años ahí.

Oche Califa - 0184

¿Empezaste a interesarte por la escritura desde chico?

Claro, fue una cosa propia de muchos, empezamos en la adolescencia, en Chivilcoy hicimos una revista literaria, una peña, un poco de teatro, nos movíamos haciendo cosas que se nos ocurrían. Después vine a estudiar Antropología, estuve un año y medio y dejé. Ricardo (Mariño) se había ido a La Plata a estudiar ingeniería pero al año vino a Buenos Aires. Horacio López lo mismo, empezó de esa manera. Éramos un grupo numeroso de chivilcoyanos.

Oche Califa - 0185

Se vinieron en bloque a hacer una experiencia en Buenos aires.

Sí, nos vinimos todos juntos, uno era dibujante, otro actor, todavía andamos todos cada uno con sus cosas. Los tres que nos dedicamos a la escritura somos Ricardo, Horacio y yo.

¿Y cuándo escribiste por primera vez un cuento para chicos?

En realidad nos enteramos por otro amigo de Chivilcoy, un poco mayor que nosotros, Rubén Álvarez, que ya estaba instalado acá, que el Centro Editor de América Latina compraba cuentos para chicos para la serie del Chiribitil. Entonces fuimos, tocamos timbre y nos abrió la puerta Graciela Montes. Nos recibió con mucha simpatía sin saber quiénes éramos y le dejamos un cuento de cada uno.

Oche Califa - 0205

¿Escribiste un cuento especialmente para eso?

Fue así: Horacio es el que se entera. Nos pusimos a escribir y fuimos probando a ver si nos salía un cuento para chicos e inmediatamente nos entusiasmamos y escribimos varios más en poco tiempo. Entonces vamos otra vez y Graciela nos dice: “Sí bárbaro, nos gustaron” y nos compró uno a cada uno. Nos dieron un cheque a cada uno y los cobramos. Ninguno de esos tres cuentos salió porque el Chiribitil se detuvo, pero Graciela hizo algo más, nos dijo: “¡A mí me gusta mucho lo que ustedes escriben, así que le voy a decir a Carlos Silveyra (que era director de Billiken) que ustedes le van a llevar cuentos”. Fuimos a Billiken.

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Pensá que nosotros éramos chivilcoyanos, tampoco conocíamos mucho Buenos Aires. Silveyra nos recibe los cuentos, cuentos de esa época, escritos a máquina. Inmediatamente nos publicó varios a cada uno. Y cobrábamos. Era algo increíble, venir de hacer revistas literarias y poner plata nosotros para poder editarlas, a que nos paguen. La verdad es que se encaminó solo. Yo me animaba a hacer notas y fui preguntando a uno y a otro. Un amigo me dijo: “Andá al periódico Acción” y me recibieron lo más bien, metí notas y entrevistas. La primera que me encargaron fue una entrevista a Rodolfo Mederos. También nos vinculamos con la revista Suburbio de Avellaneda. Todas las puertas que tocábamos se abrían.

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Y eran años difíciles.

Vos sabés que yo he pensado en eso después. Creo que en realidad lo que pasó fue justamente que los años difíciles nos permitieron, a los que veníamos de afuera y nadie nos conocía, cubrir el agujero que había dejado la estampida de gente que había desaparecido, algunos de manera real (el gremio periodístico tiene ciento diez desaparecidos), más los que se exiliaron, los que se borraron, etcétera, etcétera. En un gremio que no era tan numeroso como el actual, doscientas personas de golpe y porrazo se van del oficio y se siente. Llegamos nosotros y encontramos que en todos lados que ofrecíamos una nota o una idea nos decían que sí. De eso me di cuenta muchos años después. En ese momento uno creía que lo que hacía era tan bueno que se lo aceptaban por eso.

Bueno, seguramente las dos cosas tenían que ver.

Sí, claro. Y así fue como empecé en periodismo. También trabajé en La Hojita, en Billiken, en Humi.

Ahí lo conociste a Andrés Cascioli.

Sí, pero en esa época lo traté poco. Él estaba con Humor y le daba más bolilla a esa revista. En realidad la que me lleva ahí y después a cuanto lugar estuvo, fue Laura Linares. Ella me conoció en Billiken, me llevó a La Hojita cuando fue secretaria de redacción, me llamó para escribir en Súper Humor cuando fue secretaria de redacción allí. Al poco tiempo me dice que empezaban con una infantil y me llevó a la infantil. Y después me hizo entrar al diario La Nación. Laura cada vez que tenía una oportunidad me llamaba y me fue abriendo puertas. En general es un gremio solidario.

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La gente te avisa y yo aprendí a tener la misma conducta. Cuando ves a un tipo que hace algo bueno, uno trata de darle pistas. Con la literatura infantil nos pasó que cuando se produce la apertura democrática empieza una renovación que está atada a la renovación de contenidos en la educación. Por ejemplo, sale la colección Pajarito Remendado y eso está directamente ligado a que los docentes en democracia están buscando nuevos contenidos.

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La democracia también provoca una expansión de medios y, además, hay una transformación tecnológica importante: aparecen las radios FM, los canales de cable, y hay más posibilidades de trabajo.

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También comienza la aparición de nuevas editoriales infantiles. Con la democracia surgen Colihue, Quirquincho, Sudamericana infantil. Eso también le da lugar a nuevos autores.

Por supuesto. Y nosotros ya estábamos medio encaminados, teníamos esa ventaja.

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Vos publicaste en Quirquincho.

Sí, dos libros: Valseado del piojo enamorado y Rimas y bailongos, los dos de poesía. No había mucha poesía y yo era de los pocos que la escribía, también tuve esa facilidad. Para entonces empecé a trabajar fijo en la Urraca, en Humi y después en Humor. De allí me fui a La Nación donde estuve siete años. Después me ofrecieron dirigir las ediciones en español de Oxford, que duró catorce meses (hasta que los ingleses vinieron y cerraron toda América Latina), y fui a Colihue, donde estuve cuatro años. Estando ahí en el 2004, Andrés Cascioli me llama y me dice que tenía unos trabajos.

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Él había quebrado las dos empresas, La Urraca y Buena Letra, y se estaba rearmando en una oficina. Me dijo que tenía la posibilidad de hacer unos coleccionables para los diarios, y me preguntó si quería trabajar con él. Así que al poco tiempo dejé Colihue y armamos una sociedad anónima que tuve hasta el año pasado. Cinco años duró con Andrés porque falleció, y yo la seguí cinco más. En el interín siguieron saliendo libros. Aunque hubo algunos años en los que no hice demasiados esfuerzos por publicar. Le había puesto mucho interés al periodismo y de hecho cuando dirigí la revista La Nación de los Chicos -hacer una revista semanal te come la cabeza-, era difícil pensar en otra cosa.

Pero tenés unos cuantos libros publicados.

Sí, pero al lado de mis compañeros de generación tengo bastante menos. Estando en Colihue me di cuenta de que me había distraído mucho y me metí a escribir más y a interesarme en publicar, si bien mientras trabajé en Colihue no publiqué nada mío ahí. Me lo prohibí, pero cuando me fui le dejé un libro que salió al toque, que es Para escuchar a la tortuga que sueña. Incluso, fijate que María Fernanda Maquieira, de Alfaguara, me había propuesto que le llevara un libro y tardé más de dos años en hacerlo.

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Porque el eje de tu carrera pasó más por el periodismo. Sin embargo tenés una obra consolidada.

Bueno, se verá si es así. Pero sí, tengo más o menos una obra instalada. En los últimos años trabajé mucho y publiqué bastante. Este año salieron tres libros. El libro mítico de los porqués, en Guadal, un libro muy lindo y mi segundo libro en SM, en Barco de Vapor, El astronauta perdido. Y después salió una especie de antología titulada Cuando hay lumbre no hay oscuro, en la colección de mini libros con cajitas que tiene Biblioteca Nacional. Salieron los tres para la Feria del Libro. Después de Para escuchar a Tortuga que sueña publiqué otro en la misma colección que se llama Solo sé que es ensalada y tengo la idea de producir un tercero ahí. En Alfaguara publiqué otro de poesía que se llama Monstruario sentimental, del que salió una edición en México. Son poemas de seres fantásticos. En realidad eso es algo que el periodismo te enseña: el aprovechamiento del archivo. Durante muchos años he realizado lecturas antropológicas, ligadas a los mitos, las leyendas y todo eso me ha servido para hacer más de un libro. Incluso una serie de leyendas en Colihue.

Y el oficio del editor te debe ayudar mucho a la hora de pensar los libros.

Claro, me pasó con el Libro mítico de los porqués, que reúne unos 50 mitos de todo el mundo que explican por qué tal cosa es así. Yo estaba trabajando para otra colección y en un momento me doy cuenta de que tengo ahí unos diez porqué y me dije: “Esto es para un libro aparte”. Allí me puse a leer toda la mitología que se me cruzaba. Junté todo y quedó el libro. La editorial entendió que era un lindo material e hizo una muy buena edición con un buen ilustrador, buena impresión; es un libro que me dejó muy contento.

Oche Califa - 0188 Autoretrato

Ahora sos Director Institucional y Cultural de la Fundación El Libro.

Esa es una tarea de gestión. Yo siempre he tenido participación más o menos sostenida en instituciones. Me ha interesado el trabajo de este tipo. De hecho en la Fundación integraba una de las comisiones desde hacía catorce años. Después, también el periodismo y el trabajo de edición me permitieron adquirir un conocimiento que es traspolable a este trabajo, porque cuando uno edita, sobre todo cuando editás en periodismo, todo es muy veloz y si no planificás los tiempos, un día no mandaste a imprenta. Esa es la experiencia con la que yo contaba para animarme a postularme a este cargo. Porque hacer la Feria es planificar la actividad cultural. Tenemos ciclos, jornadas, todo requiere planificación. Me nombraron un 22 de diciembre después de pasar por muchas pruebas, había muchos postulantes, era algo que se le había encargado a una consultora y la Fundación cerró dos días después del nombramiento. Así que tuve dos días y un ratito para ver algunas cosas y llevarme otras para las vacaciones. Volví un 19 de enero y en abril era la Feria.

Oche Califa - 0191

Y salió todo bien.

En realidad la Feria es un hecho cultural enorme ya instalado. Es difícil que uno haga las cosas mal porque además hay un equipo muy bueno. De todos modos me propuse, creo que con éxito, algunas cosas y salieron, así que por ese lado estoy contento. Ahora estamos con la infantil y por supuesto las gestiones de preparación de la Feria del año que viene ya las empezamos, porque hay que trabajar con mucha anticipación. Por ejemplo, invitar a escritores del exterior porque muchos tienen agendas muy ocupadas. Lo que todavía no sé cómo voy a hacer es con la escritura. Yo acostumbraba a escribir por la mañana, cuando Betty y Anita se iban a trabajar y yo me quedaba solo y escribía. Ahora ya no puedo. A veces los horarios son extendidos, arrancás a la mañana y terminás a la noche. En la época de la Feria son tres semanas seguidas en las que no parás. Por suerte se hace acá, cerca de casa.

Oche Califa - 0160

Además te vi atendiendo todas las entrevistas.

También fue parte de una decisión mía. Quise ponerle el cuerpo a todos los medios, a las radios más chicas y a las más grandes, a los diarios, a los del exterior, al canal de cable que no sé ni de dónde era, a TN, así que era uno tras otro. Y eso pasó cada día de la Feria. También me tocó contactar a toda la gente invitada que va, saludarla, que sientan que uno está. A los escritores del exterior hay que agradecerles, conversar un rato con ellos; todo ese trabajo hay que hacerlo. Y además solucionar los problemas que se presentan todo el tiempo, porque es un multievento descomunal donde ocurren problemas a cada hora.

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A vos te nombraron Director Institucional y Cultural. ¿Hay alguna otra persona que ejerce como Director Ejecutivo?

No, eso ya no está. Institucional quiere decir algo así como que soy el que da la cara y Cultural porque tengo a cargo mío especialmente los programas culturales. Después hay un Director Comercial, un Director Técnico, que es el que instala la Feria, y un Gerente de la Fundación. Trabajamos en equipo. En total somos veinte fijos y cuando llega la Feria somos 120. Además, hay un Consejo, porque es una Fundación.

¿Te gusta viajar?

Nosotros nos movemos. Como somos chivilcoyanos, cada dos meses nos vamos para allá a visitar a la familia, eso como mínimo. También vamos seguido a Mar del Plata. Además, tuvimos tres hijos y cuando vivíamos en un departamento chico salíamos los fines de semana porque era imposible quedarse con los chicos en un tres ambientes. Y es una costumbre que conservamos. Por ejemplo, hoy estamos acá por la entrevista, porque si no agarramos el auto y nos vamos a algún lado. Además de las vacaciones, nos gusta la salida a la naturaleza.

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Junto a Betty, su esposa, y Ana, su hija.

Como suele sucedernos a los que vivimos en la ciudad.

Sí, necesitamos desesperadamente salir y encontrarnos con el verde, vamos al Tigre o aquí y allá. Por trabajo también viajé por la Argentina como autor y como periodista. Hice una guía de parques nacionales y me interesé mucho en conocerlos. Talampaya, Calilegua y la reserva General Pizarro los conocí por eso; a otros fui por cuenta propia.

¿En qué lugar de la casa te gusta escribir?

El lugar se ha ido moviendo. Cuando nuestros hijos varones se fueron de casa nos reubicamos y la que era habitación matrimonial pasó a ser mi escritorio. Las bibliotecas las tengo repartidas por toda la casa. Tengo un estante solo para las ediciones del Martín Fierro, voy comprando las que me interesan, y otros que llamo la “biblioteca criolla”.

Betty: ponete ese sombrero para la foto, el que te regalé yo.

Oche: No, eso va a acentuar la idea que tienen de mí de que soy un nacionalista…

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Bueno, si llegaste a escribir Drácula en lenguaje gauchesco…

Sí, es verdad. Pero Martínez Estrada se dedicó toda la vida a los temas argentinos y no era un nacionalista. Porque a uno le interesen esos temas no quiere decir que sea un nacionalista, es una simplificación.

¿Cómo fue que te nombraron ciudadano ilustre de Chivilcoy?

Nos nombraron a Mariño, a Horacio López y a mí. Y, fue una ocurrencia del intendente de ese momento…

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¿Qué foto te gustaría sacar?

Si los tiempos dieran, me gustaría ir de fotoperiodista y de incógnito al toldo donde charlan Lucio V. Mansilla y Mariano Rosas. Agarrarlos en la charla íntima, no posando. Hacer varias fotos para dejar registrado qué gestual tenían ambos (porque se suele decir que los gestos que hoy tenemos los argentinos son muy italianos), cómo se miraban, y también cómo estaban vestidos y qué había alrededor de ellos. Si se inventa la máquina del tiempo y se puede sacar número para entrar, elegiría esa oportunidad.

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Graciela Repún y Enrique Melantoni

Por Silvia Portorrico y Uri Gordon

Graciela y Enrique viven en un departamento en pleno corazón de Buenos Aires. Allí fuimos a conversar con ellos. Nos recibieron con mucha calidez y nos deleitamos con sus anécdotas que a continuación compartimos.

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¿Cómo llegaron a vivir en un departamento en el centro de la ciudad?

Graciela: Este departamento fue un regalo que recibimos de mi papá cuando nació nuestra hija, pero por su ubicación, tan céntrica, siempre pensamos en mudarnos. Soñábamos con una casa con terreno -cerca del mar o la montaña-, con espacio suficiente como para tener la huerta propia, pero por circunstancias de la vida nunca pudo ser un tema prioritario. Igualmente sigue existiendo la idea de alejarnos de la capital.

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Los hacía muy citadinos, no conocía ese deseo de alejarse del ruido y del cemento.

Graciela: Bueno, yo sí, a lo Woody Allen, nada de bichos, me gustan mucho los animales pero no los bichos, pero disfruto mucho la naturaleza. Aunque necesito de los encuentros con la gente que quiero y si nos alejamos, se volverían complicados.

Enrique: A mí en cambio me gustan los bichos. Una vez estuve una hora con un dedo extendido donde una mariposa recién salida de la crisálida se secaba las alas al sol.

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Graciela: Ah, ¡qué vivo! Yo hablaba de arañas, de mosquitos… Una mariposa para mí, no es un bicho.

Enrique: Sí, pero no te olvides que a mí me gusta también acariciar a las abejas.

Graciela: Eso ya no es lo mío.

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¿Y todavía piensan concretar ese deseo de mudarse?

Graciela: No accionamos, pero la idea está presente. Enrique es de Luján, su mamá sigue viviendo ahí, en una casa con gran fondo y él cada tanto poda los árboles o saca las raíces de plantas invasivas. Además de disfrutarlo, especialmente los días soleados, la mamá nos invita a compartir más ese espacio, pero cuesta encontrar el tiempo.

Por eso hace muchos años que están aquí.

Graciela: Vivimos en la calle Paso y sentimos eso, que aquí estamos de paso. Pero poblamos la casa como si nos fuéramos a quedar para siempre. Por ejemplo, las bibliotecas, que además de libros tienen miniaturas –unas cuantas, regalos de mis alumnos- que nos traen recuerdos de todo tamaño, pero que además se relacionan con esas ganas de juego, de disfrute vinculado a la literatura que elegimos escribir.

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Enrique: Además, en las miniaturas, uno reproduce el ambiente en que le gustaría estar. La biblioteca muy alta, las mesas con un desborde de libros antiguos, piezas arqueológicas o el globo terráqueo enorme, de pie… A mí me parece como una máquina del tiempo.

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¿Y este departamento fue siempre su lugar de trabajo?

Graciela: No, a lo largo de los años coordiné talleres en Liberarte, en la Cárcova, en Sótano Blanco, y también en los estudios de Mónica Weiss y de Oscar Smoje.

Enrique: Yo trabajé con Graciela como jefe de arte y también como jefe de medios del interior de una empresa de clipping. Después, me volví casero porque me dediqué a la ilustración y a la escritura en casa.

Graciela: Antes de dar talleres, yo también trabajé en un par de empresas de tarjetas y posters.

¿Sos diseñadora? ¿Vos, Enrique?

Graciela: Yo no. Creaba la idea, sugería la imagen y pensaba el texto de las colecciones de tarjetas y de los posters, trabajando luego en la concreción con ilustradores y diseñadores.

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Enrique: Yo venía de la publicidad, de hacer ideas, texto e ilustración. Y había publicado un par de cuentos en revistas.

Graciela: Estábamos acercándonos sin saberlo al libro álbum… Y también al casamiento. Porque cuando vi por primera vez a Enrique, yo era jefa creativa y él entraba como ilustrador free lance.

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No conocía esta parte de la historia.

Graciela: Fuimos “simplemente amigos” durante un año. Cuando él llegaba a la empresa, la telefonista me anunciaba su presencia con emoción. Sumados a los comentarios de algunas compañeras de trabajo, hicieron que en algún momento pensara que Enrique podía ser un buen candidato para presentárselo a una amiga. A lo largo de ese año se fue creando una amistad con un grupo de ilustradores y uno de ellos nos invitó a todos a pasar un fin de semana en su casa de la costa. Llevamos bolsas de dormir y Enrique puso la suya al lado de la mía. “Ah, mirá”, me dije. ¨”Está con vos”, me dijeron algunas. “Ah, mirá”, pensé. Y volví a pensar lo mismo en el viaje de vuelta, cuando se sentó al lado mío. También cuando al regreso me escribió un cuento que me enamoró sobre una caminata que hicimos en la playa, en la niebla. Al poco tiempo le ofrecí prestarle mi casa a una ilustradora para que trabajase allí a la tarde, mientras yo estaba en la oficina. Ella no fue, pero Enrique aprovechó la oferta y cuando y entre mates y charla hasta altas horas de la madrugada y salidas grupales, se fue armando el romance. Nos casamos enseguida, después de tres meses de novios.Graciela Repun - 7903 copy Ya veo, un comienzo muy romántico… ¿Y cómo empezaron a escribir literatura infantil?

Cuando nacieron los chicos, además de leerles todas las noches comenzamos a contarles cuentos que íbamos creando sobre la marcha. Uno de mis cuentos nos pareció que podía ser viable para presentarlo en el concurso “Coca Cola en las artes y en las ciencias”. Y tuve la suerte de que entre cientos de participantes me eligieron con otros diez premiados –los jurados no acordaron sobre el primer premio- y me encontré entre escritores a los que ya admiraba como Adela Basch y Ricardo Mariño, y otros nuevos entre los que estaban Graciela de Luca Bialet, Miguel Angel Molfino, Toity Leiguarda… ¡no me acuerdo de todos y eran buenísimos!

Graciela Repun X 3

Un tiempo después atiendo el teléfono y escucho una voz profunda, modulada y era la deliciosa voz de Canela que me decía: “Hola Graciela, me gustó mucho tu cuento”, ¿tendrías otros para mostrarme? ¡Me estaba llamando la mismísima editora de Sudamericana pero el cuento que había mandado al concurso era el único que había escrito en mi vida! Ese día charlamos un montón y le conté que Enrique era ilustrador. Canela lo invitó a mostrarle su trabajo, lo presentó en la editorial y a partir de eso, estuvo ilustrando tapas de libros para adultos de Sudamericana y para… ¿Para dónde era, Enrique? 

(Enrique responde desde la cocina, donde está preparando mate): Para Sudamericana y para Planeta.Graciela Repun - 7822Incognita ¿Y cuándo escribiste más cuentos?

Graciela: El segundo cuento lo escribí un tiempo después y lo mandé a otro concurso. Uno que organizaban Alija y Colihue y salió primera mención. Ahí me empecé a preguntar si no tendría que seguir escribiendo… Después me llamaron de Santillana y empecé a tener mucho trabajo de escritura.

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Enrique: Los dos. Porque me invitaron también a mí a enviar textos. Luego trabajamos para Quirquincho, donde Graciela reencontró a Adela Basch que nos abrió la puerta -y sigue abriéndolas para muchos escritores nuevos.

Graciela ¿cuándo empezaste con tus talleres?

Graciela: Asistí a un taller literario aunque ya estaba publicando profesionalmente. Pero tuve que dejar un tiempo porque tenía mucho trabajo. En ese preciso momento la profesora y los otros concurrentes tuvieron algunas desinteligencias y ella disolvió el taller. Mis compañeros vinieron a buscarme y me pidieron que siguiera yo dándoles clase. Me pareció un desafío enorme y me preparé leyendo cuanto libro había publicado sobre el tema y así empecé. Después hice otros talleres para chicos adolescentes, adultos. También talleres a la distancia… Ahora doy cuatro: Corrección profunnnnnnda, Octavo Cielo, El Chancho de la Refutación y Nación Cracovia, en el que vos estuviste como invitada y que el año pasado cumplió diez años.

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Primero estuvieron en la Cárcova.

Graciela: Dos o tres años, pero había problemas institucionales, las clases no empezaban, se interrumpían… y decidimos irnos a otro lugar. Un día, alguien había cambiado el nombre Cárcova por Cracovia y al independizarnos del IUNA, quedó “Nación Cracovia”.

¿Ahora los das acá en tu casa?

Graciela: Sí, ves, tengo estos dos escritorios para acomodar a todos.

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Tu taller tiene fama de ser un semillero de escritores.

Graciela: Tuve la suerte de encontrar buenos talleristas y buena gente, como Carla Dulfano, Olga Appiani, Marcela Silvestro, Juan Carlos Cháves, Mariana Kizchner, Mónica Alejandra López, Valeria Dávila, Mariana Weschler, Gragry Troncoso, Andrés Sobico, Florencia Esses –que después también coescribió muchos libros conmigo-, Marina Elberger, Melina Pogorelsky, Andrea Rogel, Gaby Burín, Eugenia Nobatti, Alexiev, Alejandra Viacava, entre tantos otros…

Enrique: En el cumpleaños de Cracovia, recordaron que se cumplió lo prometido cuando promocionamos el taller en la Cárcova con un texto que anunciaba: ”Escribir, disfrutar y publicar”.

Graciela Repun - 7890 Graciela: A fin de año hacemos una evaluación del proceso de cada uno –a veces muy emotivas- y a mí me pone muy contenta cuando comentan: “Este taller es mi espacio”. Porque experimentamos y compartimos todo lo que tiene que ver con la lectura y la escritura en un clima muy divertido.

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Y vos Enrique, ¿participás en los talleres? ¿Qué hacés, te colás, desaparecés?

Enrique: Yo les preparo el mate antes de empezar.

Graciela: El mate de Enrique es fundamental. Si lo hace otro, algunos reclaman. Tiene fama de hacer el mate más rico de la calle Paso.

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Te preguntaba acerca de la participación de Enrique porque ustedes tienen que saber que para el mundo exterior son un equipo que funciona muy unido: escriben juntos, viven juntos, son una especie de Gestalt creativa.

Enrique: Y, después de 30 años es difícil hacer una separación.

Graciela: Tengo muchos libros en equipo, con alumnas, con otros escritores, a dos, a tres, a cuatro manos. Con quien más me cuesta trabajar es con Enrique, pero después quedo súper satisfecha de los resultados.

Enrique: Más que con los que hacés con otros.

Graciela: ¡No me hagas pelear con los otros porque no es así! Pero me encantó hacer con vos “El héroe repelente”. Es un fantasy que tuvo sus batallas, pero entre nosotros, hasta que logramos que fluya. Teníamos todo la historia planeada, ya aprobada por Planeta, estábamos en el límite del tiempo y yo decía: “Quiero poner a un niño barbudo” y Enrique contestaba, “Bueno”. O me corregía el texto de Egobordo, un herrero que masculla las palabras, explicándome las razones lógicas para que dijera: “L´ucuntré nel payso” en lugar de “Lo encontré en el pasadizo”.

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Enrique: Fue el quinto libro de fantasy que hicimos juntos.

Graciela: Es un género que a Enrique le sale con más naturalidad que a mí. Ojala pudiera terminar unas novelas que tiene empezadas, que le dedique tiempo a eso porque son buenísimas.

¿Se leen entre ustedes? ¿Se muestran lo que escriben antes de ser publicado?

Graciela: Enrique, Juli y Marina son mis primeras víctimas propiciatorias, yo no muestro ningún texto sin que ellos lo lean primero. Enrique también nos muestra primero a nosotros. Julián, el otro escritor de la casa, es un poco más independiente.

Enrique: Lo que pasa es que Juli escribe mucho a solas y después te dice léete esto y son como 1000 páginas.

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Con Marina, la hija mayor.

 Venir a hablar con ustedes y no hablar de sus hijos es imposible porque son una familia de escritores, de músicos, compositores…

Graciela: Tenés que escuchar el CD de Marina, de su grupo 1999, son muy buenos, y no lo decimos solo nosotros. Al año de empezar como banda quedaron entre las cinco finalistas por capital que compitieron para grabar un disco en Inglaterra. Marina compone la música, la letra y canta. Por su parte, Julián, ya publicó en Del Naranjo y en Uranito y no puede dedicarse más porque lo absorbe el estudio. Aunque por suerte hay profesores que tienen en cuenta su discapacidad y tratan de allanarle el camino. Como no ve bien, tiene que escuchar los apuntes a través del lector-robot de la computadora…

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Los cuatro escribieron un libro a ocho manos.

Graciela: Sí, Bienvenidos a Santa Beba.

Es algo importante de mencionar porque es atípico, la sintonía con la que son capaces de trabajar los cuatro.

Graciela: La escritura de Santa Beba ayudó a mejorar algunos de los temas que surgen en cualquier familia y otros particulares, propios de las que tienen un integrante con discapacidad física. Más allá del enigma policial y todo lo ficcional pautado previamente, cada uno fue libre para jugar con su humor exagerando temas reales o sugiriendo la existencia de otros. Y Julián comentó con humor alguna de sus dificultades como la sordera, sin dramatizar ni caer en eufemismos.

Enrique: Justamente, Julián hizo una nota para una revista de la facultad que también publicaron en otra de Neurología donde dice: “Yo soy discapacitado, no hablemos con eufemismos”.

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¿Y cómo fueron armando las bibliotecas?

Graciela: Este mueble, la biblioteca más grande, estaba en el estudio de mi papá que era abogado. Las otras las armó Enrique.

Enrique: Sí, la larga del pasillo la hice yo hace un montón de años. Aquí hay bibliotecas por todos lados.

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¿Tenés habilidad para hacer cosas de la casa?

Enrique: Yo soy carpintero de alma. Cuando era adolescente trabajaba como carpintero, hacía decoraciones para vidrieras, trabajaba con acero. Tomábamos objetos recién hechos y los patinábamos para convertirlos en una antigüedad, o restaurábamos piezas decorativas. También aprendí a tapizar y tengo unas enciclopedias de historia y restauración de muebles, todo eso me encanta.

Graciela: Me está prometiendo hacer unas miniaturas de muebles art nouveau.

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Esta casa que está llena de vida, de historias, ¿la disfrutan? ¿Les gusta estar aquí?

Graciela: La disfrutamos pero a mí me gustaría viajar más, somos distintos.Yo soy o era paseandera. Viajé mucho por el interior del país con el programa Argentina de punta a punta de la Secretaría de Cultura de la Nación. Viajé desde Ushuaia hasta La Quiaca. Había escrito un libro sobre los Derechos del niño contados desde la formación de una murga barrial, que repartió gratuitamente el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en escuelas de zonas marginales y decidieron acompañar esa entrega con talleres de escritura. Pedí que también fueran de ilustración y viajamos con la ilustradora del libro, Valeria Cis y cuando ella no pudo porque estaba embarazada, viajé con Luciana Fernández. Para nosotras fue maravilloso, y volvíamos sacudidas con el entusiasmo de las producciones que se generaban en los talleres, el resabio amargo de la impotencia por cómo viven algunos de esos chicos, la alegría por la dedicación y el ingenio de ciertas maestras y directivos que se las rebuscaban para darles de todo, y también la tristeza por la desgano o la estrechez del prejuicio de otros.

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Enrique: Le tocó ir a lugares considerados peligrosos, donde algunos se negarían a entrar y ella iba a encontrarse con los chicos y con madres muy compañeras de sus hijos.

Graciela: En esos viajes nos llevaban en camionetas desde la capital a algunos pueblos y nosotras conversábamos con los conductores sobre cada zona y así muchos decidieron convertirse en nuestros guías turísticos y nos llevaron de onda a los lugares de los que hablaban y así paseamos por el cerro Siete Colores, o nos llevaron de Puerto Madryn a tomar el té a Gaimán.

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También estuviste en Europa.

Graciela: Lo de Europa surgió en el peor momento de la Argentina. Estábamos pasándola mal y en pleno corralito, el libro “Leyendas Argentinas” recibió el White Ravens. Mi amigo Gabriel Garrido, que es director de un ensamble, y su mujer Claire viven en Suiza y me invitaron para que pudiera recibir el premio en Bologna. Fui a la Feria, vendí un libro que hicimos con Nora Hilb a Italia y otros amigos me empezaron a invitar a sus casas. Fui a Barcelona, a Castelldefells, Ginebra, Paris, el norte de Francia, a Annecy, a Roma, Milán…

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Fue un viaje largo…

Graciela: Sí y de emociones combinadas. Salí de las manifestaciones en Argentina para encontrarme rodeada por otra, a favor de Le Pen, mientras tomaba un cafecito en Paris. “Te trajiste las manifestaciones con vos”, me dijeron las argentinas que me acompañaban, porque les conté que en Ginebra presencié otra protesta, muy ordenada, muy suiza, con músicos acompañando una reivindicación sobre el uso o no de las bicicletas en ciertos horarios, no me acuerdo bien.

París fue muy fuerte al punto que un par de veces me descubrí que estaba llorando de la emoción sin darme cuenta. Una fue en el Louvre, cuando me encontré frente a “Santa Ana, la Virgen y el niño”, de Leonardo. No imaginé que me pudiera emocionar así. Leonardo es el pintor favorito de Enrique, hasta escribió una novela gráfica para chicos con él como uno de los protagonistas. Pero yo tengo muchos otros pintores que me conmueven más, incluso muchos contemporáneos. Y sin embargo… Y la otra vez que me descubrí llorando fue cuando caminaba por un puente de París. Me acuerdo que le lloriqueé a Enrique y le dije que no tenía sentido caminar sola por ahí.

¿Cómo son sus vacaciones ideales?

Graciela: Sea donde sea siempre nos llevamos laburo.

¿Escriben en vacaciones?

Graciela: Sí, hemos escrito teatro y otras cosas, es que nos ubican por celular y nos piden cosas de último momento. Una vez recibí un pedido de Brasil, otra de Colombia. Siempre son bienvenidos los pedidos del exterior, pero ¿por qué vendrán en vacaciones? Lo que nos pasa es que al no tener un trabajo en relación de dependencia, siempre tenemos que aceptar, si es interesante la propuesta.

Enrique: Si estábamos con amigos, teníamos que buscar momentos para poder escribir. No queríamos perder la ocasión de disfrutar las vacaciones con amigos por cuestiones de trabajo.

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¿Qué foto les gustaría sacar?

Graciela: La foto que quisiera sacar es la que me provoque, cada vez, ganas de volver a mirarla.

Enrique: ¡Cualquiera que tuviera la calidad de las de esta nota! Pero no me hago ilusiones, soy un fotógrafo terrible. Lo mío es, o fue, o será siempre, el dibujo. Estar varias horas frente a un modelo, a razón de decenas de microexpresiones por segundo, es lo mío. Alguna vez di unas pocas clases de dibujo, y expliqué, como me habían enseñado, que cuando retratamos a una persona debemos olvidarnos de que es un ser vivo, y centrarnos en reproducir un conjunto de volúmenes afectados por la luz, la sombra, los reflejos… Tuve un alumno muy aprovechado. Después de unas vacaciones que pasó en Brasil, me contó cómo salía munido de lápices y papel y rumbeaba para la playa, diciéndole a la mujer que se iba a contemplar algunos «volúmenes afectados por la luz», lo que significaba que se pasaba el resto del día mirando a las garotas.

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Ricardo Mariño

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Por Silvia Portorrico y Uri Gordon

Como ya todos saben, Ricardo Mariño nació en Chivilcoy. Aunque no vive en su ciudad natal, tiene allí una casa quinta, a la que le hizo una reforma, planeada y dirigida por el propio Ricardo. El resultado: un lugar muy amplio, luminoso y confortable. Nos invitó a pasar un fin de semana largo y realizamos la primera parte de la entrevista. Tomamos sol, comimos asado y hubo mucha charla. La segunda parte se hizo en su departamento de Buenos Aires. Así que verán fotos de aquí y de allá. Los pie de foto son de Ricardo. Que lo disfruten.

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¿Esta era la casa de tu viejo?

Sí. Cuando falleció quedó como una especie de clavo para la familia y había que resolver. La pusimos a la venta pero no se vendía, entonces le compré a mi hermana su parte y ahí se me ocurrió hacer una pequeña reforma que derivó en una reforma de todo. Le agregué como media casa más; hice una pileta nueva, el portón. Fue como un shock, un día compramos absolutamente todo nuevo, no sé por qué, pero no dejamos ni un plato viejo. La idea era tenerla como casa de fin de semana, de veraneo, que sirviera para escribir. Dejé una habitación libre para eso y encontré un espacio para trabajar, pero en otras cosas, podar, hacer reparaciones. Construí un horno de barro. Siempre vengo a trabajar, aquí hago ejercicio físico.

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Un lugar que te saca del agobio de la ciudad.

Mi vida en Buenos Aires es casi provinciana, no salgo a trabajar, no viajo en subte a la mañana, pero sí, tengo dos casas, un lugar y un sustituto, algo donde rajarme.

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Me alivia saber que estoy en Buenos Aires, pero me pasa muy seguido que de golpe, en el día, me vengo para acá. Tardo una hora y media, a lo sumo dos horas, en verano sobre todo. Me da mucho alivio saber que allá hay una temperatura infernal y que puedo agarrar el auto y venirme. Solo la posibilidad me gusta.

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La venida acá empieza en el trayecto, me gusta muchísimo andar en el auto, escuchar música, parar en los barcitos de la ruta. Es una cosa placentera que de algún modo cuaja con algo mío, porque la huida es un componente mío estructural. Se ve reflejado también en la escritura. Si estoy escribiendo algo necesito tener otra cosa empezada. Si me meto en la literatura infantil necesito otro proyecto que no sea infantil. También mis lecturas siempre son variadas.

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Los viajes te refuerzan ese deseo.

El hecho de tener viajes seguido también es un alivio, algo esperanzador. Por el laburo sé que en cualquier momento sale un viajecito a uno u otro lado. A mí, al contrario de lo que dice mucha gente, los hoteles modernos me resultan muy agradables. Yo no busco una posadita vieja con onda hippie. Un hotel de mierda internacional, ese estándar donde no hay nada, me gusta. Hay algo que me da alivio, saber que de ese lugar te vas. En cambio a mi lugar, al lugar que habito, le pongo mucho. Lo trabajo, me importa que me guste el sillón, hay una construcción de mi hábitat que no me es indiferente, lo voy haciendo como algo mío, necesito todo lo contrario de lo que me pasa en un hotel, necesito familiaridad.

Me importa el lugar, e incluido en el lugar, el barrio, la gente, que los bares sean los mismos. Donde vivo hace ya como quince años hay una doble condición de barrio: una en cuanto al edificio, que es uno de esos edificios con lugares comunes, por ejemplo, las parrillas para el asado y te terminás haciendo amigo de los vecinos.

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«La famosa cocina del escritor».

Hay algo de pueblo y por otro lado, como tengo un perro, voy al parque tres veces por día y hay una comunidad perruna, los padres de los perros, lugar de intercambio. Te hacés amigo del otro. Lo ves todos los días y el tema siempre son los perros. Se arma una intimidad.

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«Vivir al lado de una iglesia tiene que mantenerme a salvo de no sé qué que debe ser importante».

Siempre viví en lugares altos, ahí noto un arrastre de pueblo. Lo contrario al pueblo, en Buenos Aires, es vivir en la planta baja. En los pisos altos hay aire, nubes. Siempre estuve de un piso diez para arriba. También puede ser porque de chico era asmático. Un ph me daría una sensación de ahogo. Es una claustrofobia ligada a la respiración. Ahora vivo en un piso once.

Me quedó el hábito de leer los clasificados, los leo siempre. Creo que tiene que ver con esta sensación de que nunca es definitvo el lugar donde estás, aunque te guste. Siempre estoy mirando alternativas, en distintos barrios. Yo podría laburar en una inmobiliaria porque ya sé los precios por metro, qué se valora más. A veces voy a mirar las propiedades aunque no esté pensando en comprar. Entro y ya sé los metros, que son distintos a los que publicitan, hago las cuentas y veo que tiene 78 y están poniendo 110. Macanean mucho porque promedian los espacios comunes.

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¿Te sentís desarraigado?

Siento algo de desarraigo, hay una extranjería básica. A los trece años ya quería irme de Chivilcoy, mi sueño, ese de adolescente, era irme a una isla, irme a Europa. Siempre estaba la cuestión del mar y de irme, eran esos ensueños fantásticos, románticos y heroicos. Tenía clarísimo que quería irme de Chivilcoy y ya en Buenos Aires pensaba que quería irme a otro lado y dentro de Buenos Aires, cambiar de barrio. No sé si hay una insatisfacción, la sensación de extranjero la tuve siempre, en mi lugar, en el ajeno, siempre. Y la posibilidad de la mudanza también, constante. Está asociada a algo placentero.

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La lectura o la escritura siempre las relacioné con viajes. La entrada a un mundo o a un pueblito que no es el tuyo, la construcción de ese mundo. Siempre me pareció que la metáfora más aplicable a la lectura es la del viaje. El residuo que deja la lectura es que estuviste en un lugar; a veces siento más nítido el haber estado en un libro que el haber estado en un lugar real. Pero nunca alcanza, necesitas también trasladarte en la realidad. Creo que se lo leí a Alan Pauls, el tema de la duplicación del viaje, la cosa de estar de viaje por España y a la vez estar leyendo una novela norteamericana. Ahí hay una especie de viaje sobre el viaje. El viaje es experimento, prueba, estás probando qué querés, que es la pregunta que te acompaña toda la vida.

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¿Qué querías ser de chico?

Mi sueño infantil era ser piloto de avión. No se relacionaba solamente con la fantasía de pilotear un avión sino con la idea de quedarse por ejemplo dos noches en París. En la aerolínea de mi sueño no había rutina, no es que hacían Madrid- Buenos Aires y Buenos Aires- Madrid -se deben re embolar los que hacen eso- sino que era una aerolínea que iba cada vez a un lugar distinto del mundo.

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Para mí los sueños generalmente no presentan el deseo de manera inmediata, sino que lo enmascaran, son la intermediación. Digamos que soñás con ser azafata porque tenés la necesidad de no quedarte en un lugar.

Escribir encauza eso que es previo, ya sos medio solitario y previamente tenés una tendencia a aislarte. El escribir es una salida natural que reconvierte todo porque te socializa y te hace salir de tu casa. Como un juego paradójico, eso que alimenta tu impulso a encerrarte, a separarte de los demás, eso mismo que te da una especie de identidad, es lo que te permite acercarte. Por escribir es que terminás conociendo gente que te invita, salís de tu casa, como si fuera una especie de mal que provoca un bien y a la vez forma parte de tu personalidad más íntima.

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Mi tendencia a aislarme es fuertísima. Yo valoro los viajes, las invitaciones, pero llego a un lugar, a Mendoza, a Catamarca, donde sea, y mi estrategia mental es cómo me libro de los organizadores. Si me van a buscar al aeropuerto, ya tiré la carta de que a la noche estoy ocupado o que tengo un amigo mendocino. Durante mucho tiempo usé como excusa que tenía que mandar una nota a Clarín -debo haber escrito cinco notas en mi vida a Clarín-.

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Ya en el auto del aeropuerto al hotel tiraba la idea de que tenía pendiente una nota, como excusa para no tener que ir a cenar y borrarme todo lo que pueda, reducir el contacto a lo que está establecido, la feria del libro, la charla. Después si quiero me quedo, pero ya tengo el pretexto de antemano para borrarme. Es una fobia fuertísima. Con el tiempo, cuando me sentí más afianzado, empecé a decir directamente: Quiero estar solo. Como vas en modo escritor se te acepta, algo como Ah, el escritor quiere crear pero en realidad quiere andar pelotudeando por la ciudad solo y que no lo jodan.

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¿Cuáles fueron tus mejores viajes?

Hice un viaje muy lindo hace un año y medio a Italia y a Francia. Fue larguito, lindo, 3000 km en auto por Italia. En Roma alquilé una moto, es genial Roma en moto, es la ciudad de las Vespa. Como es una ciudad re trabada con los autos, la moto pasa por cualquier lado y ahí te das cuenta de que el conocimiento de la ciudad tiene mucho que ver con el conocimiento del mapa y una moto te permite entender el mapa, las avenidas que tomás, los cruces que hacés, dominás la ciudad. Con mi ex mujer salíamos a las doce de la noche en moto y no había ni un alma, íbamos a la Fontana di Trevi, a esos lugares, y estaba todo vacío. Sacábamos un montón de fotos nocturnas.

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Después, en auto, recorrimos todo Italia: Sicilia, Venecia Florencia, la costa amalfitana. Ese fue un viaje muy lindo. En ese viaje fui a París y a Marsella. Hace poquito estuve en Bahía, en Brasil. Otro viaje lindo fue a España hace cinco o seis años, a Barcelona, Sevilla, Madrid. También hice muchos viajes a Latinoamérica. Cuba, Dominicana, México, Venezuela, Colombia. El viaje más lindo que hice fue a Los Roques, en Venezuela, que es un archipiélago de islitas. Son doscientas islitas. De todas, una sola está habitada -la que se llama Gran Roque- a unos 200 km del continente. Vas en un avioncito que parece una moto con alas. El lugar es un paraíso, arena blanca, agua transparente, palmeras. Pero está deshabitado.

Te llevaban cada día por la mañana en un botecito y te dejaban en una de esas islas con una heladera, porque hacían como setenta grados, una sombrilla y un par de reposeras y te pasaban a buscar al atardecer. Te abandonaban ahí. En una había un perro, me acuerdo, y estabas solo, no había servicios, nada de nada. Es genial eso. Es el sueño ese de chico: meterse en la isla y que no haya nada, los arboles caídos lo que la naturaleza puede producir y el mar. Hacía un calor tremendo, tenías que meterte adentro del agua, que es tibia, el aire estaba caliente.

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¿Te gustan los viajes de aventuras?

Me gustaría hacer alguno pero no hice. Hice pilas de viajecitos cortos, de cuatro días, cinco, por todo el país y a veces me quedé un poco más, o alquilé un auto y me quedé dos días más. Me parece una medida genial esa de cinco días. Para más, se necesita otro tipo de pensamiento: me fui de vacaciones, me llevé ropa. Pocos días, varias veces en el año, es genial.

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Es envidiable tu vida, hacés lo que te gusta, vivís de eso; yo te miro y digo: este tipo es mi ídolo total.

Dicho así hasta a mí me da envidia, pero yo no lo vivo así. Yo veo a un boludo que está luchando por armarse siempre un hábito: escribir. Me doy cuenta de que no me puedo quejar, porque me quejaría de lleno, pero por ejemplo, yo tuve un laburo por ocho años en mi vida y dejé de laburar antes de los 30. Lo demás, fue algo que yo no llamaría laburo, que es hacer una nota para una revista.

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«Revista literaria Mascaró, en los ochenta, que hicimos con Leonor García Hernando, Susana Silvestre y otros amigos, entre ellos los hijos de Haroldo Conti y colaboradores como Gelman y Boccanera».

A partir de los 35 ya viví de los libros, así que mi cuestión laboral es reducidísima y nunca tuve horario. Además de estos ocho años que tuve de laburo, cinco o cuatro fueron en una agencia de noticias donde trabajaba seis horas, llegaba tarde y tenía que leer los diarios y charlar pelotudeces con mis compañeros, de manera que ni siquiera se podía llamar laburo a eso.

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«Y sí, no todo es lij: suplemento de erotismo para La Maga, que hicimos con Jorge Boccanera en 1998».

Yo iba contento, o sea que mis quejas, mi insatisfacción es relativa. Pero existe, estoy siempre luchando contra cuestiones administrativas, algún día alguna pavada tenés que hacer, llevar un papel a no sé dónde, y después las cosas de la casa, la comida, todas pavadas. A mí una ida al banco me lleva medio día, eso que otro tipo que está activo y ocupado de verdad hace en cinco minutos, a mí me lleva un montón de tiempo. Desde bañarme, pensar dónde estaciono, me tomo un café y me leo el diario. Es una tarea de medio día.

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Tenés que armar un contexto para poder hacer un trámite.

No es que lo armo, se arma solo. Pienso que voy al banco que queda cerca de Las Violetas, llevo la computadora, compro pavadas, tardo unas seis horas para hacer un trámite.

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«Con Silvia Portorrico y Uri Gordon. Nos reímos de la opinión de Morenito (fuera de imagen), acerca de «La ciudad y los perros» (Vargas Llosa).

¿Pero para vos esas seis horas qué significan?

Pérdida de tiempo. Soy culposo con eso. Cada vez eso empeora, cada vez me acuesto más tarde y me levanto más tarde y me jode ver que me desperté a las once, me bañé, saqué el perro y son las dos de la tarde y ya pasó el día. Es una pelotudez.

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«Con Julia Magistratti y Uri, antes de la discusión literaria».

¿Y trabajás de noche?

No, no trabajo de noche. A veces se piensa que porque publiqué muchos títulos soy muy trabajador, tampoco lo ligaría a trabajo. Yo no puedo escribir más de una hora, cuando estoy bien, enchufado, trabajo una hora, máximo dos, no soy como esos que están ocho horas escribiendo. No entiendo cómo pueden hacer eso. En cambio puedo estar dieciséis horas en la computadora, pero de ese montón de horas trabajo una. Yo lo considero pérdida de tiempo, juego al ajedrez con seres humanos NN de México, que no sé quiénes son.

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¿Te da culpa por pensar que no sos productivo, o por esa impronta de la sociedad que sentencia que hay que ser productivo?

Pero no es culpa. Por ejemplo, hay un tipo de culpa que está asociada, que yo no la viví por suerte, que sería: mis hijos se están privando de una bicicleta y yo que soy el encargado de producir dinero para satisfacer esas demandas, no lo estoy haciendo. Eso no me pasó. Vivo una situación rara en la que la parte económica se resuelve al margen de mi voluntad. Los libros se venden, qué sé yo, hacen su vida, y yo vivo como de una renta que dan, como si los libros fueran el campo que heredé de papá estanciero, una cosa así, entonces yo percibo la guita y digo: Uy tengo tiempo libre, ¿por qué no escribo? Y es porque tengo el recuerdo de que escribir me hace feliz y me gusta. Cuando estoy enganchado escribiendo soy mejor persona y me siento mejor. No es una culpa moral en el sentido de El hombre debe levantarse temprano y producir, me chupa un huevo eso, es como un lamento relacionado con que eso que me gusta hacer me resulta muy dificultoso, muy trabado, como que todo eso que deseás mucho viene lleno de trabas, es lo más problemático.

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¿Sentís que tenés que escribir algo superador de lo que hiciste hasta ahora?

No, yo lo sintetizaría así: puesto que quiero ir a Córdoba, me voy a Mar del Plata. Eso sería el tema de mi vida, entonces ya que me gusta escribir y lo que más me interesa tiene que ver con la novela y la literatura para adultos, acá me ves amontonando montañas de libros para chicos que es algo que me gusta, pero yo no soy lector de literatura infantil.

Es como un don que tuviste y no es exactamente lo que querés hacer.

Algo así y no creo que sea tan loco. Creo que todo está lleno de desvíos, así que el que quería tocar música clásica tiene un lugar en el folklore o viceversa.

Lo de la literatura infantil fue una causalidad. Cuando me fui a vivir a Buenos Aires con Oche Califa no sé, alguien dijo que el Centro Editor compraba cuentos para el Chiribitil y dijimos, Bueno, vamos a escribir cuentos, así como decíamos Che, el del 9 quiere que le pinten una habitación y se la pintábamos, porque nadie quería laburar en algo fijo y salía lo de los cuentos y lo hacíamos. Lo de los Cuentos del Chiribitil fue igual, al principio, pero a la vez fue un descubrimiento en el sentido de que era una forma literaria que a mí me permitía hacer humor. La literatura infantil tiene una apertura hacia lo fantástico, hacia ciertos corrimientos del verosímil normal que son interesantes, es como una especie de producción muy relacionada con la imaginación, con la invención y ahí me muevo muy cómodamente. Lo que yo escribía para adultos en ese época era algo grave, Onetiano, serio y de golpe, lo que escribía para chicos era jodón, y en ese sentido sí fue encontrar algo sólido, algo bueno para mí y a la vez rápidamente se transformó en lo que me daba de vivir, me resultaba fácil de hacer. En poquitos años escribí un montón de cuentos que me publicaban, me pagaban y me venía bien.

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Y te lo tomaste en serio.

El “en serio” es una expresión en la que es necesario detenerse. En principio, para mí un escritor que se lo toma en serio es un pelotudo, digamos, es un pelotudo grave. Para mí la manera de andar por la literatura es justamente no creerte que sos Sabato, que tenés una misión en el mundo. Sí me lo tomo en serio, muy en serio, en el sentido de que para mí no da lo mismo una palabra que otra, no da lo mismo una idea que otra y ahí te jugás la vida, como algo muy fuerte, en una decisión estética, en una decisión argumental te jugas algo que yo considero central. En ese sentido “en serio” siempre necesita ser aclarado, y como se trata de literatura infantil y en ese mundo está lleno de moralismo, de deber, de pelotudeces, entonces me parece necesario siempre hacer esta aclaración.

Sobre todo porque estamos en un medio algo rústico que tiende a creer que el escritor serio es el que trata temas serios, como si no fuera algo relativo al arte lo que está haciendo, como que la seriedad está en el tema. Por ejemplo si hablás del hambre de los niños sos serio y comprometido y sos un gran artista y si te cagás de risa con otra cosa habría como una liviandad.  Yo sé que en mis charlas abono esta última idea, la de la liviandad porque no sé, me da no sé qué aclarar cosas tan obvias.

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¿Vos construiste este horno de barro?

Yo andaba con ganas de hacer un horno y encontré en la Feria del Libro un libro de Guadal que decía cómo hacer un horno y justo estaba Teresita Valdetaro que trabajaba en Guadal en ese momento y me lo regaló junto a otro que son recetas. Y lo hice tal cual lo explican ahí, salvo que en el libro lo hacen sobre una base de madera y yo lo armé sobre una base de ladrillos y cemento. De hecho, le mandé a la página del autor un agradecimiento.

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«Construí el horno con mesada y todo, siguiendo «El gran libro de los hornos de barro» de Ricardo Elias, editorial Guadal (recomendado)».

¿Toda esa habilidad la adquiriste en la secundaria?

No, cuando era chico yo lo ayudaba a mi viejo que hacía todos los trabajos de la casa, electricidad, plomería, albañilería, pintura, todo lo que se te ocurra. La casa la iba haciendo él y estaba en permanente reforma y yo lo ayudaba.

¿Sos de esos tipos que saben hacer de todo, tan apreciados por las mujeres?

Algo así. Yo lo ayudaba a él en todo lo que hacía y a veces eso era arreglar el auto, desarmar el motor. Él agarraba changas de electricidad en el campo y hacía la instalación en una estancia, entonces siempre necesitaba un ayudante para pasar los cables. Yo era chico, tenía nueve o diez años y me daba tareas y yo lo ayudaba. Y también de albañilería, por ejemplo, encargaba un camión de arena y yo era el que la metía para adentro con la pala. Así que cuando hice el horno ya sabía cómo se hace el concreto, la mezcla: tres de arena, uno de cemento y uno de cal, la mezcla básica que usan los albañiles y también sabía poner ladrillos y nivelarlos.Ricardo Mariño - 0482

¿Y esta podemos decir que es la casita que Juan construyó?

No, no, salvo el horno, no hice nada, cuando estaba planeando la ampliación hice un montón de maquetas en cartón de lo que quería, dibujé planos. Cuando llegó el arquitecto ni los miró, los dejo a un costado y por suerte hizo él un proyecto muchísimo más interesante.

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Pero te habrás divertido armando el proyecto.

Sí, de hecho a mí me hubiera gustado ser arquitecto. Yo fui a estudiar ingeniería civil, me salí a los seis meses pero al principio, cuando terminé el industrial, me parecía que un ingeniero civil hacía casas, puentes, en realidad no entendía bien porque me parece que lo que me gustaba a mí era el trabajo del arquitecto, no del ingeniero. Me hubiera gustado hacerme una casa entera. Cuando voy a la playa en Uruguay donde cualquier tipo hace una casita, pienso que yo podría hacer una de ese tipo.

Después, por supuesto, está lo fino, lo bien hecho que jamás podría hacer yo, pero una pared rústica, la instalación eléctrica, todo eso, sí. Yo arreglo algunas cosas que se van rompiendo, eso me gusta. Por ejemplo, en vez de salir a mirar ropa, prefiero entrar a Easy a mirar herramientas y a veces me compro algunas. Hace poco me compré un motorcito que trae dos piedras de afilar, una motosierra. Che, esa sería una foto buena: “el loco de la motosierra”.

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«Que a mí me gusta más Neruda, que yo prefiero a De Rokha, que no, que sí, una cosa llevó a la otra, en fin… una de esas típicas discusiones literarias».

La hacemos mañana a la mañana.

Sí, si, también me compré todo lo que se necesita acá: la cortadora de pasto, la bordeadorea, todas esas máquinas las tengo. Y me gusta hacer eso.

Parte de la idea de la casa es para poder tener todo eso, jugar con eso.

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Hace un momento te decía que habitás una casa, vivís en ella, en la medida que la hacés, que la transformás y cambiás las cosas de lugar. Todo lo contrario que llegar a una casa hecha y usarla. Me parece que justamente usarla es romperla, recrearla, transformarla, las palabras ahí coinciden, la palabra “obra”, se usa para la literatura y para las casas. Me parece que en tu vida vas a hacer una obra en los dos sentidos. Estás adecuando ese material que es una casa a vos y vos también te vas adecuando a la casa. Yo creo que una de las cosas que entendí viviendo acá es -parece una pelotudez pero para mí fue un aprendizaje- algo que tiene que ver con la paciencia. La naturaleza tiene sus ciclos y vos vas viendo año a año cómo se repiten las cosas y la planta que quiere salir, sale, la que no, no.

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Los pajaritos que vienen son los que tienen que venir, uno se come a otro, hay vida y hay muerte y entenderlo, aceptarlo, te da cierta armonía, cierta tranquilidad. Una vez, por ejemplo, apenas llegué acá, se me había ocurrido que tenía que cambiar el césped, y justo había un tipo que lo estaba haciendo en el terreno de enfrente. Lo fui a ver y me dijo: Mirá, yo vivo de esto, pero no te aconsejo que lo hagas. La naturaleza hace lo que quiere, vos poné el césped que elijas y a los tres años vas a ver la gramilla que tiene que estar, mezclada con los pastos de la zona porque el viento lleva y trae y lo mejor es aceptar eso. Cortalo, que quede lindo y dejate de joder. Y me pareció muy honesto y muy sabio, porque él se estaba perdiendo un laburo. Lo tomé así para todo, aquí hay plantas que van creciendo, que llegan solas, y está bueno actuar sobre eso sabiendo que tienen su ciclo, que hay una armonía que la da la tierra y no tiene nada de místico. Es entrar en una relación de respeto con la naturaleza.

¿Y esa armonía la sentís vos también?

Acá sí, pero en general, no. Acá me gusta, siento que el día dura como cuarenta horas, los pájaros te despiertan a las cinco de la mañana con los trinos, yo me levanto y siempre sobra tiempo, el día es largo, es una sensación linda.

Pero necesitás la ciudad.

Sí, yo vivo allá y esto es el escape, la huida. Saber que puedo venir cuando quiera, aunque sea por un día, me da muchísima tranquilidad.

Lo siento especialmente cuando hace mucho calor en la ciudad, sé que agarro y me vengo a la pileta. Además porque yo, como proviniciano -y creo que todos los provinicianos sentimos eso- siento que en Buenos Aires hay una vida medio miserable.

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La gente dice: ¡Qué genial un balcón! Un balcón que tiene 2 x 1,20 con dos plantitas, me parece terrible que se valore eso. En ese sentido los espacios, los metros son como de rapiña y yo también vivo así. En cambio acá el espacio es re generoso, ni siquiera hay casas cerca.

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«Morenito inmortalizado por el genial Cucho Cuño en Pulgoso y otros cuentos perros».

A mí me parece ideal ir en bicicleta a comprar el diario, el pan, qué sé yo, que estés a una distancia interesante como para que por esta calle no pase absolutamente nadie más que los que viven en la cuadra y a la vez, que pueda agarrar la bicicleta e irme hasta el centro a tomar algo frío en verano y volver. Y hacer cuarenta cuadras para estar otra vez aquí. Eso es impagable.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

Una en la que esté el recontratataranieto del nieto de mi hijo, año 2300 pongamos, para redondear, a ver qué onda: el pibe subido a su bici voladora en un parque y como fondo ese mundo que es otro mundo, mejor que este, seguro.

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Roy Berocay

Es uruguayo. Músico, periodista y escritor de libros infantiles y juveniles. No nos conocíamos personalmente, es más, nunca había oído hablar de nosotros. Pero corríamos con ventaja: habíamos leído sus libros. Leer a alguien te otorga cierta familiaridad, los lectores sabemos algo que otros, los que no lo leyeron, desconocen. Así que cuando nos contactamos por facebook, entramos rápidamente en sintonía. Roy aceptó que lo fuéramos a entrevistar a su casa, en Las Toscas, una ciudad balnearia a 50 km de Montevideo. 

Conversamos amistosamente, Uri sacó muchas fotos, yo grabé la entrevista. Al llegar a Buenos Aires nos robaron todo: la cámara, los lentes, la computadora. Afortunadamente, las fotos habían sido puestas a buen resguardo en un back up, pero el audio desapareció para siempre. Fue así que le envié las preguntas por mail para intentar reconstruir nuestra charla. Y Roy pacientemente las respondió. Sabemos que no es lo mismo, que se pierde parte del ritmo y la espontaneidad, pero no queríamos dejar de publicar la entrevista a este destacado escritor de LIJ en Uruguay, que tan cálidamente nos recibió en su casa, un domingo, a la hora de la siesta.

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 ¿Cómo es la historia de esta casa?

Tanto yo como mi señora, nos criamos en esta esta zona balnearia y siempre soñamos con volver a tener una casa acá. Digamos que, para algunas generaciones, la casa «afuera» es un sueño promedio uruguayo. Con el tiempo y de a poco logramos comprar el terreno y algunos años después, de manera inesperada (un despido), logramos construir la casa, al menos una primera etapa que recién terminamos hace poco. La idea era venir los fines de semana y los veranos y lo hicimos con los niños, hasta que crecieron y se independizaron. Entonces decidimos venir a vivir todo el año nosotros dos. Esa fue siempre la meta verdadera, vivir acá.

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¿Por qué elegiste vivir lejos de la ciudad?

Es una zona en la que, como dije, me crié. Mis padres tenían casa de fin de semana acá cerca, en Parque del Plata. Luego viví allí con ellos durante cuatro años, estudié en la zona y siempre quise volver. Es mi lugar. No me gustan las ciudades, los ruidos, el amontonamiento. Soy en realidad bastante huraño.

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Sos escritor y sos músico ¿cómo te llevás con estas dos actividades? ¿Sentís que las dos son imprescindibles para vos?

Siempre digo que uno necesita las dos piernas para caminar. En mi caso son la música y la literatura. Pero oscilo de una a otra. Cuando estoy muy enchufado con proyectos musicales, me cuesta escribir y viceversa. O sea que tengo que buscar el tiempo a cada cosa. Aun así, le dedico mucho más tiempo a la música y ocupa un espacio mental mucho más grande. Los libros son proyectos que se idean y se realizan, pero solo puedo hacer uno o dos por año. En cambio tocar es algo que hago siempre.

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¿Cómo llegaste a la literatura para chicos?

Siempre me gustó leer. De hecho, cuando era adolescente, me imaginaba que un día iba a tener una biblioteca en mi casa. El mueble, no un edificio, claro. Por eso desde siempre, cuando tuve hijos, les leía cuentos cuando eran chicos. Pero empecé a quedarme sin material, así que comencé a inventar los cuentos. Ya tenía un libro para adultos publicado, cuando alguien me propuso hacer un libro para niños. Rescaté algunos de esos cuentos orales y ese fue mi primer libro para chicos. Y no pude parar desde entonces, por suerte.

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¿Escribís para adultos también?

Solo escribí tres libros para adultos. No sé, capaz algún día lo encaro. Pero me aproximé bastante en la novela para adolescentes y no tanto que acabo de terminar.

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¿Leés a otros escritores de LIJ? ¿Qué opinión tenés acerca de la literatura que se ofrece a los chicos en la actualidad?

Leo muy poco LIJ, por la sencilla razón de que soy un adulto. O sea, cuando leo, busco cosas que me interesan como persona. Pero algo he visto y creo que hay una oferta enorme actualmente, en la que hay de todo, cosas de gran nivel y calidad, y cosas hechas solo para vender. Está en los adultos ayudar a los chicos descubrir. Pero el solo hecho de que un niño quiera leer algo, ya es importante, así que ellos también tienen que tener autonomía.

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Fuiste publicado fuera de tu país, en México, en Argentina. ¿Tuviste contacto con tus lectores de esos países?

Hay algunos otros países también, pero solo suelo tener contacto, fuera de Uruguay, con lectores de Argentina, donde me leen, me tratan y me siento local.

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¿Te gusta viajar?

Sí, pero no soy fanático.

¿Qué viajes podés destacar? 

Bueno, un viaje que cambió mi vida fue emigrar a mediados de los 60 a Chicago con mis padres. Viví casi cinco años ahí, en pleno surgir del hippismo, la guerra de Vietnam, el rock y todo eso. Así que a los catorce años volví a Uruguay con una cabeza un poco diferente.

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¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir?

En verano escribo en el parrillero (barbacoa suena más copado tal vez) y en invierno en el comedor. O sea, no tengo un lugar especial, un estudio o algo así.

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¿Pasás mucho tiempo en tu casa? ¿Te gusta disfrutar de la vida hogareña?

Paso mucho tiempo en casa. Tengo casi cero vida social, salvo por la vida familiar o las salidas que tienen que ver con los libros (charlas, entrevistas, etc.) o la música (ensayos, giras, actuaciones), visitas familiares a hijos o nietos e idas a la cancha con mis hijos. Hay períodos de gran intensidad y actividad. Por ejemplo hace algún tiempo, en vacaciones de julio, tuvimos 32 actuaciones en dos semanas. Por eso, cuando no tengo actividades, me gusta estar en casa, con mi señora, ir a la playa en verano, estar echado frente a la estufa a leña en el invierno, cosas así.

Roy escribió muchos libros y editó algunos discos con sus bandas: Berocay Blues y Ruperto Rocanrol, el trío infantil que integra con sus hijos Pablo y Bruno.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

La foto la tendría que sacar otra persona, sería una foto de mi viejo y yo, cuando niño, en la cancha de Wanderers, mi cuadro desde siempre.

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Adela Basch

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Tantos años
 
Tantos años de cuidadoso maquillaje,
tanto desvelo en la hechura de un disfraz,
tan acumulado y complejo ropaje,
tan ensayada máscara,
tanto antifaz.
Tanto escudo y tanta armadura,
para que de pronto,
silencioso,
venga el río,
haga añicos de un manotazo la figura
y deje al descubierto mi vacío.
A. B.

El domingo amaneció nublado y con pronóstico de lluvia. Nos preguntamos si podríamos llegar a la isla del Tigre, adonde habíamos sido invitados para hacer la entrevista. Caminamos hasta la casa de Adela en Palermo y cuando tocamos el timbre, la lluvia arreciaba. Dolly nos recibió despreocupada. «El Tigre es hermoso cuando llueve», nos dijo. Y le creímos. 11022798_10153284001334796_777615489_n  Tomamos unos mates y conocimos su casa, ubicada en una esquina arbolada y tradicional de Buenos Aires. Al final del pasillo se encuentra el living comedor y luego la cocina. Una escalera lleva al piso superior donde están las habitaciones y el estudio de Dolly. 11026613_10153284001289796_1740483189_n  El estudio es amplio y confortable, repleto de bibliotecas y recuerdos.

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Dolly en el estudio.

«Cuando yo era chica escribía poemas. Un día mi papá decidió regalarme la edición de mi primer libro. Fue muy emocionante para mí ver mis poesías impresas».

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Encuentro de Dolly, niña poeta, con Adela, escritora adulta.

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En 2014, recibió el premio Konex .

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«La de aros fue la que empezó».

La conversación fluía entre mate y mate, pero se hacía tarde y el taxista tocó el timbre. Teníamos que irnos para el Delta.  11016713_10153279356104796_360802051_n Con la mochila cargada con lo necesario para pasar el día en la isla, salimos a la calle donde la lluvia no daba respiro. 11022984_10153279356094796_1284276866_n

11022848_10153279356124796_1080746913_n Partimos nomás, hacia la Panamericana. La charla continuó en el auto.  11006217_10153279337159796_600014626_n Por fin llegamos al puerto. Allí tuvimos que comprar el pasaje para subir a la lancha colectiva. Al llegar a la rampa, ya te sentís en otro mundo. Las lanchas colectivas son pintorescas, de madera, con amplios ventanales que te permiten estirar el brazo y tocar el agua. 11008961_10153279326919796_268595909_n Durante el viaje no pudimos hablar. Podríamos decir que el río te cautiva y te deja mudo y no estaríamos mintiendo porque es así: el río te atrapa y no te suelta. Pero para ser sinceros, las lanchas hacen mucho ruido y es difícil conversar en esas condiciones, por lo que preferimos disfrutar del paseo en silencio. 11020430_10153283994614796_1798770469_n 10999761_10153279470464796_621395236_o Llegamos a la  casita de la isla, rodeada por un marco impresionante. La lluvia seguía cayendo con insistencia. Comenzaba a refrescar. Las gotas repiqueteaban en el techo de chapa y los verdes eran inmensos, interminables. 10470651_10153281718519796_909049459_n El silencio se interrumpía cada tanto por el paso de alguna lancha colectiva, la lancha almacén o la que vende plantas. Todo estaba húmedo y ancho y lúbrico. Los pájaros cantaban sin importarles la lluvia.

En el tigre se puede cortar la luz una semana. No todo el mundo cuenta con un generador de electricidad, solo los que tienen almacén. El que vive aquí se acostumbra. A veces hay cortes por quince días. Tengo una amiga que se vino a vivir hace poco con una nena chiquita y es bravo; pero ellos prefieren eso a las delicias de la vida urbana.

Lo bueno es la opción que tenés vos que te podés ir cuando querés.

Sí, yo alquilo y los dueños viven cerca. Ellos cuidan la casa. No hay inseguridad aquí, además mis vecinos son permanentes. Yo saco la notebook y la dejo en el porche y me voy a caminar y me olvido de entrarla pero siempre está cuando vuelvo, nunca me afanaron nada. Pasa gente por aquí, pero nunca me pasó nada. 11006182_10153281803579796_1953608455_n ¿Alguna vez pensaste en quedarte a vivir?

Si, muchas veces pensé; pero necesitaría una casa con más infraestructura porque esta no tiene algunas comodidades que yo necesitaría, especialmente en el invierno. Por ejemplo, tendría que tener una lancha para poder moverme con más libertad. Tengo un calefón que nunca anda. Ahora decidí que lo voy a cambiar por un termotanque. Necesitaría mejoras en la casa, No es fácil el invierno aquí. El frío cuando está aliado con la humedad, es muy duro. Sobre todo cuando uno es sensible al frío húmedo. A mí antes no me molestaba, ahora ya me molesta un poco más.

¿Cómo fue que se te dio por alquilar una casa en el Tigre?

Hace 38 años, a fines del año 76, tenía un amigo que era socio de un club de remo y un fin de semana me invitó a remar. Yo nunca había venido y me fascinó. Me fascinó el silencio de los arroyos, los pájaros, los aromas del río y de las plantas, las flores, no podía creer que tan cerca de Buenos Aires hubiera un mundo completamente diferente. 11005717_10153281713594796_816779753_n Me acuerdo que fue una tarde, mientras estaba remando, que me dije “a este lugar tengo que venir más seguido”. Era verano, diciembre del 76, mirá qué tiempos, la ciudad era bastante inhóspita en ese momento.

¿Y qué estabas haciendo en esa época?

Estaba escribiendo. Hasta ese momento nunca había escrito nada, pero entonces estaba empezando lo que después se convirtió en mi primer libro: Abran cancha que aquí viene don Quijote de la Mancha. Ese libro me llevó muchísimo tiempo, lo escribí en la primera casa que alquilé entre el año 76 y 77. No había luz en ese momento. Si oscurecía tenías que encender faroles, usar estufas de querosene y bombear el agua a mano. 11008963_10153283964249796_747495243_n Había heladeras a querosene o a garrafa que si se llegaban a desnivelar un poquito dejaban de funcionar y había que tirar toda la comida. Si ahora lo pienso, no lo volvería a hacer. No sé si porque tengo más años, en realidad te llevaba todo el fin de semana hacer ese trabajo. En ese momento a mí me resultaba hermoso, ahora protesto cuando no hay luz.

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¿Te bancabas la soledad, la oscuridad?

La verdad es que muy sola no venía. Siempre estaba acompañada, a veces éramos un grupete. O lo que fuere.

Yo te imaginaba sola, a la noche, escribiendo.

No. Yo soy muy sociable y siempre venía con alguien. La mayor parte del tiempo estuve en pareja y muchas veces venían amigos y les resultaba fascinante aunque tuvieran que dormir en el suelo. Andaban en canoa, hacían asados, algunos siguen alquilando casas y se fanatizaron como yo. Yo encontré que era un lugar muy estimulante para escribir. 11006084_10153281578444796_2054388176_n (1) Mi primer libro fue algo que yo no estaba segura que iba a poder hacer y aquí me resultó mucho más fluida la escritura. El silencio, el río, me limpiaban la cabeza de cualquier obstáculo. Te estoy hablando del año 77, no había computadoras, solo unas pocas personas tenían. Yo usaba una Remington portátil que había sido de mi viejo -todavía la tengo- e iba apilando las hojas. Me ponía una mesita al lado del río porque me encantaba escribir ahí. Estaba todo bien hasta que un día, sopla viento y todas las hojas se empiezan a volar. Decí que era verano, porque me tuve que tirar al agua a rescatarlas, si no, las perdía. Varias veces me tocó tirarme al río hasta que empecé a poner piedras y pisapapeles. 11005937_10153281795254796_908671406_n Y tenías que volver a pasar todo.

Sí, pasaba todo en limpio. Cuando aparecieron las computadoras fue un gran alivio. Algunas veces tenía que pasar todo porque las hojas se caían al río pero otras veces les volcaba el mate encima y me tocaba pasar todo en limpio otra vez. Todo llevaba un tiempo. Era otra cosa. Y yo estaba tan contenta de que la escritura iba fluyendo, me sentía tan feliz con eso que no me importaban los contratiempos.

¿No ibas a trabajar a la capital?

No, yo no tenía trabajos en relación de dependencia, traducía libros, tenía algunos alumnos particulares, notas para revistas, nada que me atara. Podía disfrutar. Después empecé a trabajar en la Dirección Nacional del Libro con Hebe Clementi. Pero eso fue después de la dictadura. Siempre tenía compromisos en la ciudad pero me podía quedar. Pocas veces en mi vida tuve trabajos en relación de dependencia. 11007539_10153281578394796_1521960956_n (1) Cuando estuviste en Quirquincho.

Sí, esa fue la única vez. Ahí nos conocimos nosotras. En la calle Sarmiento. Estuve como cinco años, el último año sin cobrar un mango, hasta que al final me fui. Me quedaron debiendo mucha plata.

Ahí hiciste tu primera experiencia como editora.

Sí, aprendí mucho y me hice amigos que fueron para toda la vida. Parece que está mejorando el clima. ¿Qué te parece si almorzamos? 11005799_10153281577634796_637863856_n (1) Para la época de Quirquincho ¿ya habías publicado tu primer libro?

Sí, claro. Mi primer libro publicado Oiga chamigo aguará, lo había publicado en Colihue. Ya estaba la democracia pero no era la década del noventa todavía. 11004695_10153281579274796_1332252964_n (1) Vos pertenecés a la generación del boom de la literatura infantil en la Argentina, de la época de Graciela Montes, Ema Wolf, Graciela Cabal, Silvia Schujer, Ricardo Mariño, que surgen con fuerza después de la dictadura.

Sí, pertenezco a esa época. Fuimos personas distintas que compartimos una experiencia y tuvimos muchos puntos en común acerca de la literatura para chicos, una cierta concepción. Era parte de una marca generacional. Ema Wolf fue compañera mía de la facultad y tuvimos claramente experiencias en común. Graciela Montes fue compañera mía del colegio secundario durante un año. Ninguna de las dos sabía que se iba a dedicar a la literatura infantil, no sabíamos nada. Tal vez Graciela tenía algunas cosas más claras que yo porque era una chica muy disciplinada, más estudiosa, siempre era la mejor alumna y yo en cambio era más enquilombada y desordenada. 11007418_10153283936909796_1047453162_n ¿En qué escuela?

En Saint Peters, una escuela privada que ya no existe más, en Martínez.

¿Vivías por ahí?

No, en realidad mi padre pensó que los mejores colegios eran los colegios ingleses. Esperame que llegó la lancha.

Picaflor V, la lancha almacén, está amarrada al muelle. Adela se acerca tratando de no pisar el barro porque volvió a llover con fuerza. Es fundamental comprar agua embotellada. Aquí el agua no es potable. 11008912_10153281740059796_145935697_n (1) Entonces tu padre quería que fueras a una buena escuela inglesa. ¿Cómo era tu familia?

Mis padres habían nacido en Europa, vinieron acá cuando tenían meses. Yo soy la primera generación argentina de mi familia. Mi padre venía de Ucrania.

¿Y el apellido Basch?

Es un apellido alemán, pero los Basch que yo he conocido vinieron de Hungría, de Checoslovaquia, de otros países de Europa oriental. Es un apellido judío que puede ser de cualquier lado. Mi familia paterna vino escapando de los pogroms. Llegaron en 1903, cuando mi padre tenía tres meses. La familia de mi madre eran judíos de Rumania que se habían ido a vivir a Francia. Ahí ya se veía venir una ola de antisemitismo muy jodida y emigraron para acá. Mi madre también vino cuando tenía tres o cuatro meses. Mi padre es de esa generación de migrantes que podemos identificar con el lema “mi hijo el dotor”. Le parecía que él tenía que hacer cualquier sacrificio para que sus hijos estudiaran en los mejores colegios. Era de una familia bastante pobre, vivían en un conventillo. En cambio, la familia de mi madre tenía una situación social mejor. 11016758_10153281858864796_345892422_n Para mi padre, el dinero mejor gastado era brindarles una buena educación a sus hijos. Fijate qué contradicción: no teníamos departamento propio pero mandó a mis hermanos al Belgrano Day School y a mí, en la primaria, al Lincoln y como no tenía secundario que sirviera acá, me mandó al Saint Peters. Y allí iba Graciela Montes. Ella terminó el colegio y yo, en un rapto de lucidez que tuve, le dije a mi viejo: Mandame a una escuela del estado cerca de casa. No podía ver que mi viejo se estuviera desnucando por pagarme el colegio.

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Y me pasé a un liceo común que en esa época era de señoritas. A mí me resultó fácil lo académico pero ese liceo me resultó insoportable, porque después de estar en un colegio privado donde todos te conocían por tu nombre, pasé a un aula con cuarenta en una división en la que no cabíamos. A veces había que sentarse de a tres en bancos que eran para dos, ningún profesor conocía a nadie. De repente voy a estudiar a casa de una compañera y ella vivía en un conventillo. Yo nunca había visto eso, en los colegios privados tenía compañeros con mucha más plata que yo. En ese momento sentí que conocí la pobreza. A esa edad comencé a tener grandes inquietudes sociales porque vi que había gente con condiciones de vida muy desiguales, me sentía muy sensible frente a eso. 10656439_10153283936959796_1904386419_n ¿Y después de la secundaria?

Terminé en ese liceo donde no la pasé muy bien pero me sirvió como aprendizaje de vida y entré en la facultad de Filosofía y Letras, en la UBA. Hice Letras. La primera mitad de la carrera fue todo bien, en la segunda mitad estaba embolada y tardé mucho en terminarla porque ya no daba más. Empecé a trabajar, a hacer pequeñas changas y otros trabajos. A veces me olvido de esto, yo empecé la facultad y quería trabajar, entonces fui a aprender taquigrafía y dactilografía en castellano y en inglés. Y en el lugar donde estudié te tomaban un examen y yo resulté ser muy buena, entonces me ofrecieron que me quedara a trabajar allí como profesora. Y pasé toda la carrera trabajando medio día y con eso me pagaba el análisis, porque tenía un grado de neurosis interesante. Mi viejo había empezado a pagarme el análisis pero murió al poco tiempo y tuve que trabajar yo para pagarlo, para ver si podía hacer de mi neurosis algo más constructivo. 11005623_10153281728479796_421862339_n (1) Y parece que lo lograste.

Sí, creo que se pudo lograr. Pero no era menos que la de ahora, solo que ahora la administro mejor.

Bueno, viste que los sicólogos dicen que todos somos neuróticos.

En realidad, en esta sociedad tenés dos alternativas: o sos neurótico o sos sicópata, no queda otra. Yo elijo ser neurótica y finalmente es esa neurosis la que podés canalizar para hacer algo constructivo… como sacar fotos (a Uri) no estoy haciendo ninguna alusión, o escribir, qué sé yo.

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¿Estuviste viviendo con tu familia hasta que terminaste la carrera?

Para esa época, yo tenía veintiséis años, se me ocurrió casarme y estuve tres años en esa experiencia. Y justo cuando me recibí, me di cuenta de que el matrimonio en esos términos no era para mí, así que me recibí, me divorcié, fue un momento de cambio total. Experiencias que uno tiene que tener. Ahora, a veces me pregunto cómo hice para poder terminar la carrera. Creo que actualmente la carrera es mejor porque me acuerdo de las cosas que teníamos que estudiar entonces y era muy aburrido. Yo decía: Llegué hasta acá , me falta poco, no voy a tirar todo por la borda y así terminé. Ahora no lo haría. Demasiado esfuerzo. 11008946_10153281806374796_1953470993_n ¿Entonces te orientaste hacia la escritura?

Después de Quiquincho, en el 97, 98, me fui porque me di cuenta de que era seguir trabajando sin que me pagaran, ahí empecé a trabajar por mi cuenta y estuve bastante tiempo hasta conseguir una corriente de trabajo más o menos estable, cuentapropista, sin relación de dependencia. Empecé a ver dónde conseguía algo, me empezaron a llamar para colaboraciones en manuales, textos de Lengua y esas cosas. Hasta que en algún momento después de unos años la cantidad de trabajo comenzó a ser tan grande que empecé a derivar, a pasarle a amigos, qué se yo empecé a publicar más, me conocían y agradezco la cantidad de trabajo que vino. 11026383_10153281798229796_2089904590_n Pero no fue un plan que te hubieras trazado.

No, fue surgiendo. Cuando dejé Quirquincho no sabía muy bien qué iba a hacer ni cómo me las iba a arreglar. En esa época ya me había separado, vivía sola, pero sabía que ahí no podía seguir trabajando más y me di cuenta de que cuando uno toma una decisión y se tira a la pileta sin saber si está vacía o llena, el propio tirarse de uno hace que la pileta se mueva y que vaya recibiendo agua de algunos lugares. Si uno decide que quiere hacer eso y está dispuesto a jugarse, aunque hay momentos de malaria, siempre algo va llegando… Me parece que toca la bocina la lancha que vende plantas y quiero comprar un cactus. Esperame un poco. 11028231_10153281843409796_2020290885_o (1) En medio de todo esto cómo fue el tema de los viajes ¿Te gusta viajar?

Me gusta mucho viajar sobre todo cuando tengo algo concreto para hacer en el lugar adonde voy. No sé si me pueda bancar muchos viajes de turista. La mayoría de los lugares que conocí están relacionados con mi trabajo. Es una forma de vincularse con la gente del lugar, directa, verdadera. Podés ver cómo se vive mezclándote con la gente. Si vas como turista te quedás con una imagen medio prefabricada. También me gusta viajar sabiendo que tengo un lugar adonde volver. He estado en lugares muy lindos donde he encontrado gente muy hermosa, me puede gustar mucho el lugar, el paisaje, pero lo que más me interesa es encontrar gente con la que podamos sintonizar, intercambiar. He encontrado muchos lugares donde me sentí cómoda pero llega un momento en el que quiero volver. Estuve en lugares increíbles como Ushuaia, o La Paz ,en Bolivia, lugares hermosos pero después me acuerdo del Tigre, por ejemplo y pienso: Si esto no es más lindo que el Tigre, y entonces vuelvo. 11039713_10153283941979796_1895094767_n Claro que viajás mucho por trabajo.

Casi todo lo que hago es por trabajo, por ahí me voy una semana de vacaciones a Córdoba o a Puerto Madryn o a cualquier lugar, pero no mucho.

¿Volviste alguna vez a la tierra de tus padres?

No. Me parece que allí hay mucho sufrimiento, muchas historias de dolor. Y a esta altura no me muero por conocer nada.

Adela Basch 3103 Incognita

¿Encontraste tu lugar en el mundo aquí en el Tigre?

Puedo decir que encontré mi lugar en el mundo entre Buenos Aires y el Tigre. Buenos Aires me es necesaria también. Hay cosas de la ciudad que aprecio muchísimo y me costaría prescindir de ellas. Soy una persona muy sociable. Y acá, en esta época todo el mundo quiere venir, pero el invierno es difícil. 10917485_10153283942079796_1883909011_n Además vos tenés Abran Cancha… ¿Cómo fue el pasaje de editora a dueña de editorial?

Lo único que te puedo decir, visto desde los doce años que transcurrieron, es que yo no encuentro mucha explicación posible más que un ataque de locura. Un día me levanté y dije: Voy a poner una editorial y se ve que no tenía mucha idea de las dificultades con las que me iba a encontrar, los obstáculos, lo difícil que iba a ser llevar adelante todo esto. Se ve que no tenía ninguna idea porque ni lo hubiera intentado. Nunca me propuse tener una editorial grande, siempre pensé en un pequeño emprendimiento. Pero a pesar de que sigue siendo pequeño, hay un momento en el que te das cuenta de que o crece, o finalmente se estanca y se muere. Aunque yo no quiera, tiene que haber cierto crecimiento y eso implica mucho trabajo y hay veces que es muy difícil sostenerlo económicamente. Yo no tengo una mentalidad empresaria ni sé de empresas. Todo lo que hecho lo hice a pura intuición y no me gusta dedicar la energía creativa que pueda tener para pensar cómo hago para vender más libros. 11012236_10153283956734796_1432853587_n (1) Esa energía la tengo que dedicar a escribir porque es el cauce que toma naturalmente y a veces me cuesta mucho. Cuántas veces me pregunté: ¿Y ahora como sigo? ¿Este mes cómo pago los sueldos? Y no somos muchos, somos tres gatos locos pero es mi responsabilidad y a veces digo: ¿Qué hago? ¿Saco otro préstamo? Por suerte tengo que reconocer que en los últimos dos años algunas compras estatales me han ayudado bastante. 11026704_10153283948544796_268954467_n Todos los años, cuando llega fin de año, me hago el noble propósito de que el año próximo va a ser más tranquilo, que voy a trabajar menos, que le voy a exigir menos a mi cuerpo porque me está gritando: Pará la mano, pará nena que vos pensás que tenés veinte y tenés veinticinco. Siempre me hago el propósito de que voy a parar la mano, viajar menos y después, cuando el año empieza termino envuelta en más de lo que quisiera. Pero si consigo hacer realidad este noble propósito que me anima y llego a tener tiempo libre, porque nunca tengo tiempo libre, me voy a ir a tomar unas clases de yoga con vos. 11016746_10153283948584796_221384612_n Y serás bienvenida. Ahora, si no tuvieras toda esa cantidad de cosas que hacés, si no tuvieras ese motorcito que te mueve a crear y hacer sin parar, no sé, no te verías tan juvenil, tan animosa ¿No es un poco lo que todos desearíamos hacer pero no concretamos porque finalmente todo este movimiento es lo que nos motiva?

Y sí, pero podría ser un poco menos, viajar menos, por ejemplo. Yo quisiera dedicar menos energía a los viajes de trabajo, a visitar escuelas y un poco más de tiempo a la escritura porque tengo muchos proyectos de escritura que no consigo terminar. Hasta ahora, siempre termino escribiendo cosas que me encargan las editoriales. Eso ya me compromete. Entonces, si bien acepto esas cosas cuando es algo que me gusta, porque si no, no acepto, hay otros temas que me interesan que nadie me encarga y siento que tengo que hacerlos igual. Pero siempre se antepone lo que me encargaron como prioridad, qué sé yo. 961607_10153281580039796_2105769753_n (1) No alcanza el tiempo para todo.

No alcanza. Lo que pasa es que tengo el sí fácil. Me conmueve cuando me invita una escuela del interior o de acá y me dicen: Estos chicos no leían hasta que cayó en la escuela un libro tuyo, y a mí eso me derrite, siento que lo que yo hago tiene sentido, que vale la pena, y cómo no voy a ir a visitar a esos chicos.

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En su casa del continente, con sus libros.

¿Cómo es tu relación con los maestros?

Aprecio mucho a los maestros que se esfuerzan por pensar diferente. A veces encuentro, cuando visito escuelas, no siempre, pero muy a menudo, que algunos maestros están medio cortados por la misma tijera, que son parecidos los maestros acá, que en Cuba, que en Venezuela, que en Estados Unidos, que es independiente del tema ideológico, que tienen una postura ante la vida y ante los chicos muy parecida y que en general el sistema escolar no acompaña mucho el crecimiento real de los chicos como individuos libres, dueños de su vida, con pensamiento propio. En todas partes he visto que la escuela es algo que trata de moldear de manera preconcebida la cabeza de los chicos. Valoro mucho a los maestros que no son así y cuando veo a los chicos que todavía no han sido moldeados, con la capacidad y riqueza que tienen y con todo lo que son capaces de enseñarme a mí, pienso que quisiera aportar para que el sistema no les cercene la libertad de pensamiento, la imaginación, para que no los adocene. Esto lo he sentido en los países más diversos. Es algo que tenemos los adultos, independientemente de nuestra ideología. Los adultos no podemos permitir que los chicos hagan un mundo distinto, ese mundo que nosotros no supimos hacer.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

Una vez, durante mis viajes por el infinito espacio de la vida, estaba yo en uno de los confines de la galaxia. Desde allí busqué nuestro planeta y lo vi tan diminuto, que, aunque ya pasaron muchos años, mi sorpresa sigue siendo descomunal. Porque a pesar de su pequeñez pude ver la totalidad de lo que había sobre la Tierra y me asombró lo cerca que todos los seres humanos estábamos unos de otros. El ojo ajeno Logo

Ángeles Durini

Por Silvia Portorrico y Uri Gordon

La casa de nuestra entrevistada queda muy cerquita de la catedral de San Isidro, de las barrancas y de los zaguanes con glicinas y jazmines. Es sábado y hay sol.

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Ángeles nos recibe en su chalet con frente de piedra estilo Mar del Plata y un jazmín gigantesco que enmarca la entrada y nos invade con su perfume dulce e intenso.

“Es de mi vecino, pero le gustó mi casa”, nos aclara.

Cruzamos el zaguán y entramos a un recibidor.

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“No se crean que está siempre así de ordenado. Metí todo adentro de los cajones: los recibos, papeles, libretas y mil cosas más que se acumulan todo el tiempo sobre este mueble. Es que en esta casa somos un poco despelotados”.

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Atravesamos la cocina y llegamos al jardín trasero. Fantástico, árboles, verde por todos lados y una pileta de natación que todavía no fue preparada para la temporada de verano. Una mesa nos aguarda con el servicio del té y muchas delicias para comer.

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Mirá qué banquete.

Es que yo sabía que los tenía que atender muy bien, porque si no…

Pero si nosotros somos re buenos… no vamos a decir nada.

Sí, son re buenos pero por las dudas yo puse cosas ricas. A mí me encanta la hora del té y como soy muy mala cocinera siempre invito al té, invito a toda mi familia que son un montón y compro cosas ricas para acompañar.

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¿Con quiénes vivís en esta casa?

Ahora con mis dos hijos menores. Tengo cuatro hijos. El mayor ya se fue este año, la segunda está en Bélgica haciendo un post grado en la universidad de Cataluña. Todavía le queda un tiempito. Se recibió de arquitecta y está haciendo una especialización. El tercero se está por recibir de ingeniero, está de novio, me amenaza diciéndome que el año que viene se va, pero ya tiene 26 años, así que está bien.

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¿Lo sentís como una amenaza que se vaya?

No, él pone voz de amenaza pensando que yo me voy a poner a llorar, pero bueno, en fin. Y la menor tiene 23, le gusta pintar, es artista plástica.

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Tenés una casa muy grande, adecuada para cuatro hijos, pero a medida que se van yendo me imagino que te va quedando mucho espacio vacío.

En realidad, cuando estaban todos acá nos peleábamos un poquito por el espacio. Cuando son chicos los acomodás, pero cuando van creciendo empiezan las peleas. Yo siempre me reservé el cuarto que tengo para escribir y en un momento me lo querían invadir y fue una pelea dura. Cuando se fueron los más grandes, la menor agarró el cuarto de mi hijo mayor y lo convirtió en su taller y el otro protestó: “Eh, ustedes tienen dos cuartos y yo solo uno”. Pasan esas cosas.

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¿Cuánto hace que viven aquí?

Estamos desde hace 25 años. Esta casa la heredé de mi viejo. Mi viejo era muy de dejarle un techo a cada hijo, se preocupó mucho por eso. Nosotros pusimos algo más, hicimos arreglos pero vino por parte de mi papá, de los viejos. Y no tiene mucha más historia. Obviamente la condición era que no nos podíamos ir a vivir muy lejos de donde estaban ellos. Algo así como «te doy la casa pero te quedás cerquita» y por eso todos vivimos por este barrio. Éramos siete hermanos, así que imaginate.

Tuvo que esmerarse tu papá para poder ayudarlos a todos.

Sí, tuvo que esmerarse. Cuando me dio la casa mi viejo todavía vivía. Lo mismo me pasó con estos cubiertos. Cuando me casé yo no tenía cubiertos de plata y mi viejo no concebía que hubiera un casamiento sin cubiertos de plata, así que se apareció un año después con una caja de regalo.

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Así que esto es regalo de casamiento de tus padres.

Sí. Y estas tazas eran de mi abuela. Siempre las vi guardadas en la casa de mis viejos. Ellos las heredaron y las guardaron. Las sacaban pocas veces. Estaban en un ropero donde había guardada tazas de té de porcelana en miniatura con las que nos dejaban jugar, pero había que sacarlas con permiso. Hace poco la vieja nos dijo que nos lleváramos cosas. Nos sentamos a ver qué quería cada uno y yo elegí estas tazas.

Seguramente las usaron tus abuelos. ¿De dónde eran?

En realidad yo vengo de Génova, todos mis antepasados vinieron de allí, menos los Durini que son del cantón italiano de Suiza. Pero el resto es genovés.

¿Tus padres nacieron acá?

Sí, mi padre es oriundo de Caballito y mi mamá de Villa Urquiza. Cuando tuvieron su tercer hijo -yo siempre viví en este barrio porque soy la sexta- decidieron venirse a una casa más grande.

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¿Cómo es vivir con tantos hermanos?

Con Franco Vaccarini siempre hablamos de eso, los dos venimos de familia numerosa. Hay cosas que enseguida captás del otro cuando viene de familia numerosa. Por un lado, yo estuve acostumbrada a vivir con mucha gente en la casa, cosa que me encanta. Eso busqué al tener tantos hijos. Mi casa es muy despelotada, siempre cuando hay familia numerosa es difícil mantener el orden, tenés que ser muy sargentón, pero mi vieja era muy tranquila en ese aspecto. Por otro lado, está la cosa de ser la sexta de siete, tu voz no se escuchaba demasiado, nadie se acordaba de escucharte. Eso sí, siempre tenía con quien jugar porque la casa estaba llena de primos, nos peleábamos y nos amigábamos. Eso era muy lindo, pero por otro lado no tenés a quién decirle las cosas. Tu vieja solo para vos, no existe. Es criarte un poco como venga. Vas haciendo lo que hace el resto, cada uno tenía sus estrategias. La mía era no decir nada y hacer las cosas igual para que no me reten y mi hermana menor era súper explosiva. Siempre me dice: “Ay, vos no decías nada y hacías lo que querías” y yo le digo: “Y vos decías todo y por eso explotaban”. Uno tenía que rebuscarse.

¿Eran muy estrictos tus viejos?

El mayor generalmente va abriendo puertas, eso me pasó también con mis hijos.  Me dejaban salir con mis hermanos mayores. Igual era otra época, otra manera de pensar.

 

¿Dónde hiciste el secundario?

En un colegio aquí cerquita, muy católico, de mujeres solas. Lo lindo es que sigo viéndolas, somos un grupo muy unido de amigas. Quedarse en el barrio ayuda a encontrarse. No fue el primer colegio al que fui. Yo hice la primaria en mi casa. La primera casa, donde yo nací, era muy grande. Abajo vivían mis primos, nosotros en el medio y mi abuela arriba. Bien familiar. Cuando yo tenía cinco años vendieron toda la propiedad a un colegio, cada uno se fue a otro lado y nos mandaron al año siguiente a la escuela que había sido mi casa. Yo era chica. Veía que «mi» casa estaba llena de chicos corriendo por ahí. Me acuerdo que ese año viví en shock todo el año. Cuando iba al baño tenía que hacer cola, pero era “mi” baño, me resultaba muy raro. La clase de música la hacíamos en el cuarto de juegos. Pero era tan linda la clase que ahí sí me sentía bien.

Entonces te mudaste a esa casa en Acasusso con toda la familia.

Sí. Muy cerca de acá. Ahora allí vive mi hermana con su familia.

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¿Y cómo eras de chica? ¿Te gustaba escribir?

Mi abuela me contaba muchos cuentos. Yo pensaba que iba a ser escritora cuando fuera grande. Tenía mi cuaderno donde escribía pero no le mostraba a nadie. Siempre me acompañó la escritura. Para mí era como una ilusión pensar en ser escritora.

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¿Qué te gustaba leer?

Todo. Ojalá ahora leyera con la pasión de cuando era chica. Ya no tengo esa concentración, la perdí. Leía la colección Robin Hood. Aunque en realidad empecé con Papelucho, que me lo pasó mi prima. Es sobre un chico que escribe con un humor espectacular. También leía cuentos de hadas y todavía los sigo leyendo. Cuando nos mudamos, un día íbamos caminando por la casa nueva con mis primas y de golpe nos encontramos con una biblioteca. Estaban todos los libros acomodados, empezamos a mirar y encontramos uno que se llamaba “Cuentos del norte” que resultó ser una recopilación de los cuentos de Grimm. Ahora está en mi biblioteca. Me lo devoré. Yo leía y escribía poesía; después escribí cuentos pero no los podía terminar. Logré terminarlos siendo ya mucho más grande. Empezaba y no sé por qué quedaban ahí. Me hice fanática de Oscar Wilde así que quería escribir como él. Después empecé Letras y me agarró un ataque de desilusión con Latín y Griego. No me gustaba, abandoné, di vueltas y después empecé en el profesorado del Suma. Como tenía literatura infantil me gustó mucho. Era bueno el enfoque, muy creativo y había mucha gramática que todavía me sigue gustando.

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¿Fuiste docente?

No, empezaron a nacer mis hijos y como fueron muy seguidos me quedé en casa. Tuve alumnos particulares y alumnos extranjeros que estudiaban español. La verdad es que no fui muy constante en nada, solo en la escritura.

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Mi primer libro lo publiqué en 2002. Antes, había publicado en una antología. Para esa época, cuando solo tenía un cuento publicado y recién me había separado, mis hijos se iban a ir de vacaciones con el papá. Entonces le dije a mi sobrina que quería ir a Jujuy y viajamos juntas. Me pareció un lugar bellísimo. Estábamos en Humahuaca y había un grupo de estudiantes a punto de dar una función de teatro callejero. Nos sentamos para verla. Empieza la función con unos títeres grandotes y unos instrumentos hechos por ellos mismos. De pronto, la obra se convierte en mi cuento. Exactamente las mismas palabras. Le dije a mi sobrina: “Candelaria, este es mi cuento”.

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Cuando terminaron nos acercamos y nos contaron que eran un grupo universitario de Buenos Aires que estaban recorriendo el país. Les pregunté de dónde habían sacado los textos y me respondieron que de unas leyendas y de un cuento de María de los Ángeles Durini. En ese momento yo había firmado con mi nombre completo. ¡Qué casualidad! Les dije quién era y bueno, vinieron los abrazos. Fue muy lindo. Una gran casualidad. Después fuimos a Tilcara y ellos llegaron ellos también, a la plaza. Después de la representación me hicieron saludar. Fue mi primera gira sin habérmelo propuesto.

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¿Te planteaste hacer una carrera como escritora?

Yo tenía muchas ganas de publicar. Eran las ganas de hacer vivir a los lectores lo que yo sentía cuando era chica y leía. No sé si lo vi como carrera, sí como algo que a mí me gustaba hacer. Ahora estoy mucho más tranquila, tomándome mi tiempo. Actualmente estoy trabajando en un proyecto de poesía, leyendo, investigando.

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¿Y qué pasó con Demetrio Latov?

Fueron mis primeros libros y gustaron mucho en los colegios. Me abrieron un camino lindísimo, la posibilidad de comunicarme con el otro a través de lo que escribo. En el fondo me ayudó haber tenido a los hijos muy seguido. En una época yo no podía salir de la casa, cuando eran chiquitos. Por ahí iba a un taller, pero tenia que pensar muy bien cómo hacía. Por esa razón empecé a publicar bastante después.

Ahora tengo más disponibilidad. El año pasado me llevaron a Antofagasta, en Chile. En un colegio muchos habían leído a Demetrio. Este año fui a Ecuador, allí tengo un libro en editorial Libresa. Y me llevaron a visitar escuelas.

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¿Cuándo empezaste viajar?

Cuando era chica, con mis viejos hicimos un par de viajes, algún recuerdo lejano se me coló en algún libro. Este viaje a la Quebrada fue muy lindo en ese aspecto porque después escribí varios cuentos.

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Me resultó un lugar lejano pero cercano a la vez. Porque hay lugares donde todo es tan nuevo que te apabullan. Hay lugares bellísimos pero no pasa nada y hay otros que te atrapan como si el lugar te hablara, te contara algo. De allí, de la Quebrada, salió un cuento: Levemente hacia atrás, que transcurre en el cementerio de Tumbaya.

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Cuando estuve en ese cementerio empezamos a ver los nombres en las tumbas. Candelario Amante y Miguel Milagro eran dos muertos que estaban allí, y los tomé para ese cuento que ganó el premio de Imaginaria. Eso fue otra felicidad. Ese año fue bueno. Me impulsó a seguir escribiendo.

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Y hay otro lugar que me atrapó: Cabo Polonio, una playa uruguaya. La última novela, Playa de almas, transcurre en un lugar muy parecido. Yo seguí esa geografía, tenía ese mapa para ubicarme y había leído a un historiador que habla de naufragios en cabo Polonio en la zona de Rocha. De allí surgió esta historia de dos chicas que van a la playa y una empieza a sentir que estuvo en un naufragio cien años atrás.

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Es decir que los viajes fueron estímulos para escribir historias.

En general, sí. Hay lugares que son muy especiales, no por lindos, pero te tocan de alguna manera, como si encerraran algún misterio.

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¿Y el viaje a Galápagos?

Es un lugar muy exótico, lleno de animales. También estuve en Quito, me encantó esa ciudad. Todo está muy bien conservado.

Hice un viaje a Guatemala adonde me gustaría volver. Fui a lago Atitlán que está lleno de pueblitos indígenas con nombre de santos. El lago es volcánico, la gente en su mayoría es indígena, todos muy amigables. Les preguntás a los chicos: “¿Cómo te llamás” y te responden: “¿En español o en lengua?». Como hay muchos pueblitos, cada uno tiene sus tejidos y sus colores. Ellos tejen en telar. En San Antonio todo es con mucho azul, me acuerdo. Hay unas artesanías increíbles. A raíz de ese viaje estoy releyendo las Leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias.

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¿Quién toca el piano?

En realidad nadie, bueno, mi viejo tocaba muy bien el piano, pero yo no. Una de mis hijas quiso aprender y mi ex marido le compró el piano para que estudiara y cuando él murió, lo trajimos para acá. Tres acordes desafinados es lo único que sé tocar.

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¿Te gusta estar en tu casa?

Sí. Cuando era joven soñaba con vivir en la capital. Pero ahora no cambio esta casa por nada, aunque es grande y difícil de mantener. Pero esto es muy tranquilo, el jardín, las plantas… me gusta estar aquí. El living se usa mucho, viene mi hija con sus amigas y los viernes tengo un taller literario. Pero soy una más, nos reunimos como en un círculo de lectura, hacemos taller, hacemos crítica y escribimos. Y entre muchos muebles y objetos heredados, conservo especialmente esta Enciclopedia hispanoamericana. Yo la usaba cuando era chica para estudiar, venía junto con la biblioteca. Ahora es una reliquia.

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¿Qué foto te gustaría sacar?

Una foto realista: mis hijos, mi nieta, yo, mis hermanos, sobrinos, mi madre, con un toque fantástico: que estén los que ya no están y también, los que vendrán. Y si se puede otra, una foto de una ventana que siempre cambia el paisaje.

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