Por Silvia Portorrico y Uri Gordon
Lo primero que te asombra es la luz. El hall de entrada tiene espejos que multiplican el espacio y a la derecha, en dirección al salón comedor, la luz te envuelve y te llena de calidez.
Hablar con Istvansch es como deslizarse por esos toboganes de agua en los que uno va disfrutando la caída, pero sin apuro, mirando el paisaje, sorprendiéndose en cada serpenteo y anticipando la refrescada final. La risa fluye y contagia. La luz lo atraviesa todo. Así es él: risa, luz y colores.
El salón es amplio, poblado de libros, plantas, muebles y objetos. La mesa está servida. Café humeante, torta y una vajilla exquisita, preparada para la ocasión.
Presiento que nos haremos un festín porque veo miles de cosas hermosísimas para fotografiar y supongo que cada una debe tener su historia. ¿Cuánto hace que vivís en este departamento?
Hace siete años. Es de la mamá de una amiga. Yo antes vivía en Urquiza, en un departamento muy lindo también, pero mucho más chico y ya los libros me superaban. Esta amiga me comenta que la mamá quería alquilar su departamento y yo le digo: “Ay, si yo tuviera la energía en este momento, porque estoy haciendo diez mil cosas… habría que ver”. “Pero si mi mamá te conoce hace veinte años, va a estar contentísima”, me insiste ella. “No, pero te estoy diciendo que ahora no”. “Te va a encantar, tenés que ir a verlo…”. “No, no puedo”.
Imaginate, yo estaba con todo lo de la organización de la exposición de ilustradores argentinos en la feria de Bologna 2008, sumado a hacer mis libros, la colección de libros que dirijo, además de la vida cotidiana, era demencial la cantidad de cosas que tenía adentro de la cabeza como para pensar en una mudanza. Y yo que no, y sin embargo ella a la media hora me llama de nuevo y me dice “Mi mamá está contentiiiisima…”. “¡Pero de qué si te dije que no!”. “Vos andá a verlo y después me decís”. Así que logró que viniera a verlo y me pareció divino, y realmente con la dueña nos conocíamos hacía veinte años y así fue como me vine para acá, y tanto ella como yo quedamos chochos. Cada vez que viene me dice: “¡Ay! Nunca estuvo tan lindo, nunca estuvo tan lindo…”.
Y la verdad que sí, es uno de esos lugares adonde la gente llega y dice “¡Oh… qué lindo!». Contame la historia de las cosas que hay aquí, los muebles, los objetos…
Bueno, salvo la biblioteca esta que era de acá, los demás son muebles antiguos que me gustan mucho. Hay algunas cosas que tienen su historia, pero otras fueron llegando.
No he comprado tanto, fueron cosas que quedaron porque alguien dijo que tenía muebles y yo iba y buscaba. O de separaciones en buenos términos donde decidimos que esto es mejor para vos por el lugar donde vas a estar, ese tipo de cosas. Algunas, como el arcón del estudio -que es con el que vinieron los abuelos de mi segunda pareja- se quedaron conmigo, debe ser de principios de siglo xx.
Me gustan mucho las radios, no las colecciono pero caen en mí. He encontrado estas dos en contenedores de basura, esta otra la rescaté de que un conocido la tire a la basura,es un combinado. Y esta me la regalaron mis alumnos y funciona perfecto.
¿En este estudio es donde trabajás?
La semana pasada cambié todo de lugar, pasé la computadora a mi habitación porque me conecté con Netflix y me facilitaba más el espacio allá, así que ahora voy a agregar bibliotecas aquí. Son dos espacios distintos, por un lado el estudio y por otro la computadora. Estoy en período de prueba, yo no uso la computadora para dibujar, solo para uso social y de trabajo relacionado con la escritura, tanto de libros como de correos. Ahora el espacio de dibujo quedó separado del espacio de escritura, y el estudio quedó como espacio exclusivo para dibujar, veremos si funciona… Antes tenía la máquina ahí y me distraía con los correos electrónicos que iban entrando. En los placares puedo guardar todos los elementos de trabajo.
Aquí hay cosas de mi abuela por parte de mi mamá, que era argentina, descendiente de franceses. Mi otra abuela era húngara, casada con mi abuelo rumano, que era molinero. El pueblo donde ella nació pasó a ser Rumania después de la guerra. De parte de mi abuelo materno, sastre, soy bisnieto de italianos primeros pobladores de San Jorge, en la provincia de Santa Fe, el pueblo donde me crié. Un pueblo de unos 20.000 habitantes como mucho, muy lindo.
¿ Todavía tenés familia ahí?
Sí, mi hermana, mis sobrinos y mi papá.
¿Y cuándo te viniste a Buenos Aires?
A los dieciocho. Terminé el secundario y me vine. Yo había estado haciendo contactos durante la secundaria y por esos vínculos publiqué mi primer libro, apenas terminé la escuela.
¿Qué libro fue?
Fue uno escrito por Víctor Iturralde Rúa que publicó Quirquincho. Él tenía cosas muy buenas pero ese libro era bastante flojo. Fue el primer libro que me dieron para ilustrar, gracias a Graciela Montes.
¿Y por qué te conocía Graciela?
Como a los quince años empecé a viajar mucho para mostrar mis libros. Hacía humor gráfico. Empecé a publicar en Hortensia, en El Litoral de Santa Fe. En medios regionales y en Santa Fe se organizaban salones de la historieta y del humor y me había ganado algunos premios. Había conocido gente. En uno de ellos estaban de jurados Quino, Fontanarrosa y Fasola, un tipo muy interesante de Santa Fe. A los tres les había gustado mi trabajo, yo había ganado un segundo o tercer premio, una cosa así, y ellos me querían conocer. Entonces, Quino me dice: “En tus dibujos no se ve nada de contaminación de los medios”. Y claro, yo nunca tuve televisión. Sí bibliotecas, pero tele jamás. Era muy raro encontrar que en la estética de dibujo de un adolescente no hubiera nada de superhéroes, manga, Marvel o Disney.
Lo tuyo era original.
Si, yo trabajaba con fibras, que era rarísimo, porque es un material muy difícil de trabajar, por lo menos tal como yo lo hacía, pintando incluso los plenos con las fibras. Así fue que empecé a viajar para Buenos Aires con contactos que me dieron aquellos tres grandes, y ahí conocí a Graciela Montes, a Laura Devetach y a Gustavo Roldán. Ese primer libro que te contaba se titulaba El bramido horripilante. Lo recibí con mucha ilusión y no podía entender cómo el texto tenía errores de sentido… yo era muy lector y detecté de inmediato esas fallas en la escritura, no podía creer que algo así no fuera a ser corregido, pero era mi primera experiencia de edición y no sabía con quién hablarlo. Hice unos dibujos en blanco y negro que quedaron lo mejor que pude, pero también son flojos. No estuvo mal como primera experiencia, aprendí mucho, pero fue el segundo título que ilustré el que sí me llevó a enamorarme de los libros para chicos. Me lo propusieron Laura y Gustavo, era hermoso: La mesa, el burro y el bastón, de los hermanos Grimm, en versión de Laura Roldán. También está dibujado con fibra. Ahí estaba con una onda muy Asterix, ahí sí un poco contaminadito el estilo, pero sanamente. Dejar que se filtre esa influencia de ese personaje que había leído y releído mil veces me permitió crecer.
¿Y vos habías estudiado dibujo?
Yo siempre había dibujado. Durante el fin de la primaria y el comienzo de la secundaria me iba a pintar a los campos de San Jorge con mi caballete y mis pinceles y óleos (todo queda cerca allí, una bicicleteada y se llega a la ruta), pintaba girasoles, me sentía Van Gogh… también viajaba a Rosario todos los fines de semana a un taller de pintura. Tenía quince años. Esa fue mi única formación más o menos formal, más allá de eso, siempre fui autodidacta.
¿Tu familia te apoyaba?
Apoyo incondicional. Me preguntaban si quería ir a estudiar pintura, me compraban los fascículos de las enciclopedias de pintores de los que yo aprendía, me animaban a que dibuje, a que lea, a que haga lo que quiera, lo que veían que me gustaba en serio. Había muchos problemas económicos, pero se las rebuscaban para que yo tuviera lo necesario para pintar y crecer en el arte, por ejemplo, mi tío Juan Carlos me bancó los viajes a Rosario, la familia entera me apoyó mucho siempre.
¿A qué se dedicaban tus viejos?
Mi papá es arquitecto y mi mamá era maestra, pero nunca ejerció. Era ama de casa. Los dos habían viajado mucho. Imaginate, en San Jorge, un lugar chico -y antes más todavía-, en aquella época, mis padres eran muy particulares. Además muy bellos, ambos, mi mamá era bellísima y mi papá guapísimo y venían vestidos “de europeos”. Todavía hay gente que me dice: “Yo quería ser como tu mamá”. Era tan luminosa, y vestida a la moda de Europa, era como una actriz.
¿Por qué viajaron tus padres?
Se casaron en el sesenta y cuatro. Mi viejo se había recibido y con sus compañeros habían estado preparando el viaje de estudio a Europa. Seis meses recorriendo todo en una combi. Lo que ellos arreglaron era que se casaban, mi viejo hacía los seis meses de viaje, después se quedaba en Europa mientras mi mamá iba en barco para encontrarse con él en Génova. Primero recorrieron algunas ciudades de Italia y luego se establecieron en Suiza. El proyecto era que a lo largo de esos meses mi viejo iría creando contactos para poder quedarse a laburar. Cuando parecía que no había funcionado nada y estaban por volverse, lo llaman de un estudio de arquitectura en España para ver si le interesaba sumarse a un equipo de trabajo. Entonces se fueron a vivir a Madrid. Y yo nací allí en el sesenta y ocho.
¿Tenés doble nacionalidad?
Sí.
¿Qué significó para vos tener dos nacionalidades, pertenecer un poco aquí y un poco allá?
Me gusta mucho viajar. Una cosa muy fuerte que me pasó con el hecho de haber nacido en España y haber venido a vivir a la Argentina de muy chico, es que muchos años después, cuando volví a Madrid, la conexión fue muy intensa, como si no hubiera pasado el tiempo. Lo sentí como un lugar de pertenencia. Fui a conocer el lugar donde nací, el barrio. Fui a visitar a los amigos de mis viejos de ese tiempo, con quienes ellos nunca habían perdido contacto. Fue muy impresionante, con la más amiga de mi familia, cuando la vi –yo tendría veintidós años- la sensación fue de reencuentro. Yo la iba a conocer, pero la sensación interna, visceral, fue de reencuentro. Es que ella me tuvo en brazos. Ahí me reconocí bebé.
Claro, es que estabas volviendo al nido. Siempre me pregunto dónde siente uno que está el hogar. ¿Es la casa paterna? ¿Es el lugar que se elige en la adultez? ¿Hay hilos invisibles que te atan a ciertos lugares?
Yo creo en los hilos invisibles. Hay lugares donde uno se siente muy cómodo y dice este es mi lugar, por ejemplo, en este departamento me siento comodísimo. Hipercómodo.
¿Te mudaste muchas veces?
Me mudé varias veces, pero tampoco tantísimas. En cada lugar que he vivido estuve por lo menos cuatro, seis o más años. La mudanza a Buenos Aires fue uno de los viajes más alucinantes de mi vida. Tenía dieciocho años, me vine de San Jorge con mis petates: valijita, tablero chiquito y los materiales de dibujo. Todo lo que necesitaba, que era muy poquito. Me vine con Don Turre, el viajante de San Jorge, amigo de mis viejos que iba por los pueblos tomando pedidos. Él hacía una ruta que terminaba en Buenos Aires. Ese viaje duró un día entero. El trayecto en colectivo es de seis horas, pero ese viaje empezó tempranito a la mañana y terminó a las once de la noche. Para mí fue realmente iniciático, no fue un viaje común. Iba a establecerme, estaba separándome de mi familia, venía al lugar que yo quería.
¿Y a la casa de quién llegaste?
Para contestarte eso te cuento antes otra cosa. Yo había estado viajando antes y vinculándome con gente de acá y había empezado a trabajar en el Plan Nacional de Lectura que coordinaba Hebe de Clementi, una divina total. Claro, nadie se dedicaba a enseñar algo relacionado con la historieta. Somos del mismo pueblo con Luisito Pescetti, entonces Luis -que lo conozco desde que yo estaba en el jardín de infantes- cuando empecé a pensar en venirme me dice: “¿No te animás a dar talleres de historieta? Porque nadie los da”. Siempre fui un excelente alumno y siempre tuve interés en la docencia, así que no me costó envalentonarme y preparar un taller. Luis entonces me dio el contacto de Hebe. Ella me pregunta: “¿Y vos que harías?”. Y yo que haría esto y aquello, y me dice: “Listo, te vamos a llamar”. Una visionaria, porque figurate que yo tenía apenas dieciocho años, y los talleres eran para chicos pero también para docentes.
Y eran todos más grandes que vos.
Claro, todos eran más grandes pero en ese momento nadie estaba reflexionando sobre la historieta en la escuela. Entonces yo fui a llevar eso, como otra forma de la literatura. Me llamaron para ese primer viaje en 1986. Así fue que apenas llegado a Buenos Aires, a los pocos días, ya estaba viajando a no sé dónde, no me acuerdo adónde era, a dar un taller. Lo armé con diapositivas (de las de antes, las de marquitos), era sobre la historia de la historieta, y con fotocopias preparé el material para los ejercicios.
Vos fuiste pionero porque recién ahora, casi treinta años después, la historieta ocupa un lugar oficial en la escuela.
Totalmente, me pedían muchísimo porque era muy original. En ese plan de lectura estaban Laura Devetach Graciela Montes, Gustavo Roldán, en fin, todos hablaban de literatura, de los textos, pero nadie de la imagen, porque era gente de otras disciplinas. Había también algunas personas de quienes me hice muy amigo, por ejemplo Fabián Stolovitzky, periodista; Graciela Scheines, especialista en juegos; e Isabel Ortega, de matemáticas. Con ellos hice mucha amistad y ahí retomo para contestar tu pregunta sobre a qué casa llegué: Graciela fue quien me dijo que para conseguir un lugar para vivir no buscara a través de Clarín, que buscara en el Buenos Aires Herald. Así fue que di con una suiza, una señora grande en todo sentido, de edad, de altura, gorda. Tenía un departamento que era un piso entero, enorme, con cinco habitaciones. La habitación era divina y la vieja un personaje, nos queríamos mucho. Vivía toda la semana tirada en la cama mirando televisión, se levantaba solo para comer y el domingo se producía para ir a misa, volvía y se tiraba de nuevo en la cama.
Qué experiencia para un chico de dieciocho años que venía de un pueblo llegar a convivir con gente totalmente extraña.
Sí, pero sin ningún tipo de problema. Al mes volví a San Jorge a visitar a mi familia y mi mamá quería saber cómo estaba, cómo me sentía. Yo tenía el pelo largo con unos rizos rubios completamente dorados con bucles naturales y le respondí: “lo único que extraño es el agua. Porque el pelo me queda mejor acá que allá”. Mi mamá no me dijo nada en ese momento, pero a los años me lo recordó. Y otra anécdota de ese estilo es de cuando estaba por venirme, como ya había publicado un libro, era un personaje en San Jorge, era un tipo que en toda la secundaria me habían llamado para hacer escenografías, hacía teatro, exposiciones y me vinieron a hacer un reportaje de la televisión local. Era verano y lo hicimos en el parque de mi casa. Estaban mis viejos mirando y mi mamá, después, me lo señaló. Cuando el periodista me preguntó qué proyectos tenía, yo le contesté sencilla y crudamente: “Irmeee”.
Evidentemente lo tuyo no es la diplomacia. Después de eso ¿te volvieron a entrevistar de tu pueblo?
Sí, claro, y lo quiero mucho, nunca dejé de ir, de presentar allí mis libros, voy a visitar a mi familia, sigo teniendo amigos de la época de la secundaria, visito la escuela, me llevo muy bien con mi pueblo, siento que fue central en mi formación, que toda la comunidad siempre me apoyó muchísimo y estoy muy agradecido por eso.
Por lo que contás, prácticamente no te costó armarte una carrera. Pusiste tu talento, tu esfuerzo, pero todo fluyó a tu alrededor, no tuviste mayores dificultades, se te abrieron puertas de manera natural.
Dificultades tuve, económicas -es como un karma de familia-. Era mucho tema conseguir la guita. Siempre pude cumplir con todo, siempre pude tener mi espacio, siempre, pero como mi familia tenía problemas económicos, no me pudieron dar dinero como hubieran querido. Me vine a Buenos Aires con mi propio dinero. Mi viejo me decía: “Espera un poquito más, así te podemos ayudar”. Pero yo no quería esperar nada, intuía que esperar era detenerse, quedarse, apoltronarse. Ellos lo que querían era tener participación, poder darme unos mangos. Y claro que tuve otros tipos de dificultades y sinsabores, personales, no creo que la vida de nadie sea un completo jardín de rosas. Pero a nivel profesional, la verdad es que la cosa fluyó con bastante armonía.
Y te las arreglaste bastante bien.
Haciendo lo que sea pero siempre relacionado con el dibujo. Nunca tuve que salir del paso como cajero de súper o vendedor de qué sé yo qué. Me las rebusqué ya sea dando clases, dibujando en folletería para negocios, haciendo manuales, pero siempre por el lado de lo creativo… quizás nadie lo haya registrado, pero por ejemplo yo trabajé durante un año dibujando plantas de manera totalmente realista en la revista Para Ti Jardinería. Ves esos dibujos y no podés creer que sean míos, es un estilo completamente diferente al que más se conoce de mí…
¿Y cuándo sentiste que llegaste a la madurez en tu producción?
Hubo un salto clarísimo cuando encontré los papeles y las tijeras, el tema del recorte de papel. Eso fue en el tercer libro, Un pez dorado, que escribió Laura Devetach y lo editó en la Colección del Pajarito Remendado, que codirigía con Gustavo Roldán, en Colihue. Lo trabajé con una base de recortes, terminando los detalles con pincel y témperas. El hallazgo de los papeles fue tan iluminador que el siguiente libro (también con Laura y Gustavo como editores), lo ilustré solamente con papeles, incluso los detalles, todo recortado. Me encantó ese material y todo lo que podía decir a través de él, también aluciné con algo que suscitaba en la gente: la sorpresa. Irremediablemente el detalle ínfimo de papel produce sorpresa y que ocurra eso me da mucho placer.
El otro salto remarcable, el que me hizo entender cómo funcionan los libros, qué necesitan, cuáles son sus tiempos de maduración, cómo respetarlos, fue con la serie de colores, números, formas y opuestos que hice en AZ, allí conocí a Heber Cardoso que es como un padre de la vida para mí. Heber es mi padre editorial, lo amo. Con esa colección yo creo que terminé de entender el discurso del libro. El libro necesita ciertas cosas que uno debe darle. Los títulos de esa serie que te digo no están hechos todos con papel, por entender que no podían estar todos hechos con un solo material, tenía que echar mano de todos los recursos que yo tuviera para lograr las estéticas y técnicas que esos libros necesitaban. A partir de ahí cada obra nueva mía publicada entró a ser muy característica. Tengo una producción bastante rara en realidad.
Y encontraste también una buena respuesta de las editoriales.
Es como vos decís, si bien con muchísimo laburo, todo fue siempre muy fluido.
Uri: Yo escuché por ahí que un paso muy importante en tu carrera fue cuando empezaste a fotografiar tus dibujos para los libros…
Ah sí, eso fue importantísimo. De verdad, es un paso reciente y es importante decir que vos Uri, sos el fotógrafo de la gran mayoría de mis libros. Tardé muchos años en darme cuenta de que la foto era mejor que el escáner. Por ejemplo, con Puatucha Rentes, mi libro más reciente, me han dicho: “Por fin un libro tuyo que se ve como tiene que verse, la dimensión, la sombra…”.
Sí, creo que a partir de los libros de AZ hubo una maduración. También con Detrás de él estaba su nariz, el libro de las bandas de Moebius, que se editó en Francia la primera vez y aquí lo terminé publicando en el Eclipse. Y el otro salto creo que lo di con La otra lectura, el libro teórico.
En un momento comenzaste a pensar y a escribir sobre lo que hacías.
Quizás el libro teórico es lo que me haya permitido ser reconocido como autor integral, porque yo siempre escribí, dibujé, diseñé, hice todo, pero con ese libro siento que me instalé en el panorama de los libros para chicos también desde la escritura. Siento que antes me ubicaban solo como ilustrador, a partir de allí creo que empecé a sentirme también reconocido como alguien que tiene cosas para decir a través de los textos, además de las ilustraciones.
Pero además con la capacidad de reflexionar sobre tu trabajo.
Sí, me gusta pensar por qué hago lo que hago. Cuáles son los caminos que me llevan a hacer esto de una manera y no de otra.
¿Podemos decir que Istvansch hizo escuela?
Ojalá sea así, me sentiría súper honrado… mi libro teórico es, en Argentina, el primer libro de teoría que hubo sobre ilustración y sobre la imagen en los libros infantiles. Fui de los primeros en hacer talleres de ilustración de libros para chicos. Nadie antes daba clases sobre esta ilustración en específico, sobre el discurso de la imagen en los libros para chicos.
Ese aporte tuyo tuvo mucho que ver con la movida de los ilustradores.
Junto a otros colegas y amigos, fuimos fundadores del Foro de Ilustradores. Creo que esto del largo viaje para llegar a Buenos Aires me permitió ser punta de lanza de muchas cosas: el Foro, las clases sobre ilustración, la primera colección de libros álbumes en Argentina, cuando nadie editaba este género.
Contame sobre Istvansch editor.
Eso fue llegando de manera espontánea, al entender que había libros que aquí no existían y tenían que estar. Cuando la gente lo comenzó a percibir, vino la crisis de 2001. Ahí Rosario Charquero, de Libros del Eclipse, me llama para decirme: “Quiero hacer una colección de libros para chicos”, pero era una charla de amigos, no más. En esos tiempos yo estaba comenzando a dar las clases sobre libro ilustrado, en la Cárcova. Le dije: “Mirá, lo que tendrías que hacer es no repetir lo que todos están repitiendo, no a los formatos predeterminados”. Y al final me terminó preguntando si quería dirigirla yo. Le dije: “Bueno, la semana que viene te tengo los primeros títulos listos”. Porque yo venía pensando en todo eso y sabía de libros que colegas no habían podían publicar en ningún lado, con formatos distintos a los de las colecciones que existían en ese momento. En una semana tenía los primeros cinco. “Y ya te digo que tengo los primeros diecinueve”, le advertí… es gracioso, suena hiperbólico, pero era totalmente cierto. Ahí me concentré y comencé a pensar en los libros que me habían mostrado en los últimos años y que yo sentía que brillaban especialmente. Imaginate que habiendo estado desde la prehistoria en la formación del Foro de Ilustradores, a lo largo de años había visto montones de proyectos, y me vinieron a la memoria cosas del Negro Rojas, Sergio Kern, Nora Hilb, Mónica Weiss y muchos más. Esto fue mi debut como editor y al haber logrado instalar una serie de libros innovadores en el mercado, combinado con mis intereses y estudios teóricos sobre libro ilustrado, sentí que tenía herramientas para poder hablar con los autores desde el lugar de editor, diciendo que tal o cual cosa “no funciona por esto o por aquello”, y compartiendo pareceres en torno a esas opiniones. Y hacer que un proyecto realmente crezca.
¿Cuántos libros editaste ya?
Ya voy por más de cincuenta, mi plan de edición es de entre cuatro y seis novedades por año.
Y ha sido un éxito que tira por tierra muchas teorías de las editoriales que no se quieren arriesgar.
Fue una colección que vino a instalar un nuevo tipo de libros en el mercado, fue pura intuición lanzarse con algo así, era muy arriesgado, pero evidentemente había terreno fértil para hacerlo. Una confirmación de eso la vislumbramos casi de inmediato: mientras con Rosario dábamos forma a los primeros Libros-Álbum del Eclipse, en el mismo momento Ruth Kaufmann y Diego Bianki estaban haciendo lo mismo con Pequeño Editor. Las presentaciones de los primeros títulos de ambos proyectos fueron casi al mismo tiempo, era evidente que había algo en el aire, algo que pedía que ese género aterrizara en nuestro país.
Fue la época en que comenzaron a surgir editoriales independientes súper interesantes. Son las cosas auspiciosas de las crisis: para salir de ellas hay que ponerse creativos… fijate que ahí estaban también Carla e Ileana de Iamiqué, sacando la colección Preguntas que ponen los pelos de punta y sentando precedentes dentro del terreno de los libros de divulgación para chicos, que tampoco había nada aquí.
Al ver que la cosa funcionaba, otras editoriales se abrieron a publicar este tipo de libros. Al principio la manera de instalar esto era que la gente entendiera qué era. Ahora el desafío es ver cómo tener presencia frente a otras colecciones que son del mismo estilo, porque el género ya está definitivamente instalado.
Y retomando el tema de tu casa y la historia de los muebles…
Estas bibliotecas las hice yo con ladrillos y maderas, quedaron muy “de diseño” pero son súper caseras.
Esta mesa también la hice yo, es una reja que un amigo iba a tirar, debe tener 80-90 años porque es hierro forjado y sin soldadura, las rejas se unían con estos tornillos. Mandé a cortar el vidrio y usé como pie un macetón. Adentro tiene un mantel bordado, herencia de la vida.
No quería que dejáramos de hablar de tus propios viajes, porque hablaste de tu viaje emblemático que duró un día y te transformó por completo, pero ¿qué otros viajes hiciste?
Viajé muchísimo. El primer viaje internacional fue a México y a Cuba. Empezó como un paseo y terminé quedándome cinco meses en México. Había llevado unos pocos dibujos originales para mostrar en el caso de conocer a alguien a quien valiera presentarse, y me ofrecieron hacer una muestra. Hice murales, armé la exposición y me propusieron quedarme en el equipo de trabajo de producción de manuales para la SEP de la Universidad Pedagógica Nacional: era el año en que se había abierto a concurso la producción de manuales escolares. Fue en el año noventa. Después volví y me fui a Eslovaquia, me postularon para ir al workshop de Bratislava. Tenía cubierta la estadía pero, como había que pagarse el pasaje, aproveché y me quedé dos meses recorriendo. Visité varios países y me acuerdo que, cerca de Bratislava, en un pueblito llamado Moravany, para el workshop, paramos en un palacio (un palacio en serio, de vaya a saber quién en otros tiempos y que, entonces, era del Estado y había pasado a ser “La Casa del Artista Eslovaco”). Ahora con la llegada del capitalismo a los países del Este, me contaron que dejó de serlo, ya no existe como tal, vaya a saber qué es ahora, espero que no sea un shopping….
Allí se desarrollaban distintos eventos relacionados con el arte y los libros, y cada una de las habitaciones eran enormes, algunas funcionaban como dormitorios, otras como estudios. Divino todo. Ese fue el primer viaje recorriendo Italia, Francia, Austria, Eslovaquia, República Checa, Holanda, Bélgica, Luxemburgo y España. Después tuve la oportunidad de viajar a la Feria de Bologna, a la que fui unas ocho o nueve veces. Allí fui seleccionado en dos ocasiones para la muestra de ilustradores, que es muy prestigiosa, y aproveché para hacer contactos y para viajar.
En uno de esos viajes, en 1995/96, mi pareja de ese momento se había ido a trabajar a Alemania. Así que estuvimos viviendo allí por cinco o seis meses, en un pueblito bello, bello. Era primavera, las colinas cubiertas de flores de todos los colores, una cosa maravillosa. Él era también muy viajero, y la idea era que con ese año de laburo en Alemania, podría vivir después un año en Argentina sin preocuparse. Pero un día me dijo: “Che, vi unos folletos de China”. “¿China? ¡Vamos a China!”, así que un viaje que estaba pensado Bologna, Alemania, París ¡incluyó diez días en Pequín! Fue la única vez que estuve en Oriente hasta ahora. Fue impactante. En ese viaje pude recorrer tanto los museos europeos como la Ciudad Prohibida, la Gran Muralla y las tumbas de los reyes chinos, algo impresionantemente monumental y muy inspirador. Así como también lo fue el viaje a México y poder ver in situ a los muralistas, las pirámides aztecas y mayas, y las pinturas que los tipos hacían en esas pirámides. Esos fueron viajes muy importantes para mí.
¿Te sentiste influenciado por los viajes? ¿Le aportaron a tu mirada estética?
Sí, totalmente. Tal vez la influencia de México tuvo mucho que ver con mis colores. Además, México me aportó una palabra, en realidad una “oración unimembre”, que me selló para toda la vida. En ese equipo de trabajo para los libros de la SEP, había un coordinador, Isaac, un divino. Yo estaba dibujando y se acercó a mirar mi trabajo y me dio su opinión, por qué esto sí y esto no… Antes de irse y para concluir lo que me estaba diciéndome, me aconseja: “Alócate”.
Para mí esa frase fue mágica, “alócate”, una palabra que me significó: “permiso para todo”. Eso lo voy a recordar siempre. Finalmente mis libros están sellados por una cosa muy loca y siempre siento que tengo que abordar nuevos desafíos. Por eso, “alócate” es mi palabra.
¿Cuál es la foto que te gustaría sacar?
¿La foto que me gustaría sacar? El pensamiento automático que me viene a la cabeza es el de gente desnuda, esa es la foto: la de TODOS los humanos desnudos, tal como son, sin nada que se interponga ni con lo animal ni con la transparencia del cuerpo que habla sobre sí, por sí mismo.
Y no hablo de las fotos de ese fotógrafo que retrata multitudes desnudas acostadas, digo desnudos haciendo lo de todos los días, pero sin la cáscara de la ropa. La humanidad al desnudo, o sea, con el cuerpo que deje al descubierto tanto el adentro como el afuera, con sus bellezas y sus fealdades, y también sus cicatrices…