Graciela Repún y Enrique Melantoni

Por Silvia Portorrico y Uri Gordon

Graciela y Enrique viven en un departamento en pleno corazón de Buenos Aires. Allí fuimos a conversar con ellos. Nos recibieron con mucha calidez y nos deleitamos con sus anécdotas que a continuación compartimos.

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¿Cómo llegaron a vivir en un departamento en el centro de la ciudad?

Graciela: Este departamento fue un regalo que recibimos de mi papá cuando nació nuestra hija, pero por su ubicación, tan céntrica, siempre pensamos en mudarnos. Soñábamos con una casa con terreno -cerca del mar o la montaña-, con espacio suficiente como para tener la huerta propia, pero por circunstancias de la vida nunca pudo ser un tema prioritario. Igualmente sigue existiendo la idea de alejarnos de la capital.

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Los hacía muy citadinos, no conocía ese deseo de alejarse del ruido y del cemento.

Graciela: Bueno, yo sí, a lo Woody Allen, nada de bichos, me gustan mucho los animales pero no los bichos, pero disfruto mucho la naturaleza. Aunque necesito de los encuentros con la gente que quiero y si nos alejamos, se volverían complicados.

Enrique: A mí en cambio me gustan los bichos. Una vez estuve una hora con un dedo extendido donde una mariposa recién salida de la crisálida se secaba las alas al sol.

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Graciela: Ah, ¡qué vivo! Yo hablaba de arañas, de mosquitos… Una mariposa para mí, no es un bicho.

Enrique: Sí, pero no te olvides que a mí me gusta también acariciar a las abejas.

Graciela: Eso ya no es lo mío.

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¿Y todavía piensan concretar ese deseo de mudarse?

Graciela: No accionamos, pero la idea está presente. Enrique es de Luján, su mamá sigue viviendo ahí, en una casa con gran fondo y él cada tanto poda los árboles o saca las raíces de plantas invasivas. Además de disfrutarlo, especialmente los días soleados, la mamá nos invita a compartir más ese espacio, pero cuesta encontrar el tiempo.

Por eso hace muchos años que están aquí.

Graciela: Vivimos en la calle Paso y sentimos eso, que aquí estamos de paso. Pero poblamos la casa como si nos fuéramos a quedar para siempre. Por ejemplo, las bibliotecas, que además de libros tienen miniaturas –unas cuantas, regalos de mis alumnos- que nos traen recuerdos de todo tamaño, pero que además se relacionan con esas ganas de juego, de disfrute vinculado a la literatura que elegimos escribir.

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Enrique: Además, en las miniaturas, uno reproduce el ambiente en que le gustaría estar. La biblioteca muy alta, las mesas con un desborde de libros antiguos, piezas arqueológicas o el globo terráqueo enorme, de pie… A mí me parece como una máquina del tiempo.

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¿Y este departamento fue siempre su lugar de trabajo?

Graciela: No, a lo largo de los años coordiné talleres en Liberarte, en la Cárcova, en Sótano Blanco, y también en los estudios de Mónica Weiss y de Oscar Smoje.

Enrique: Yo trabajé con Graciela como jefe de arte y también como jefe de medios del interior de una empresa de clipping. Después, me volví casero porque me dediqué a la ilustración y a la escritura en casa.

Graciela: Antes de dar talleres, yo también trabajé en un par de empresas de tarjetas y posters.

¿Sos diseñadora? ¿Vos, Enrique?

Graciela: Yo no. Creaba la idea, sugería la imagen y pensaba el texto de las colecciones de tarjetas y de los posters, trabajando luego en la concreción con ilustradores y diseñadores.

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Enrique: Yo venía de la publicidad, de hacer ideas, texto e ilustración. Y había publicado un par de cuentos en revistas.

Graciela: Estábamos acercándonos sin saberlo al libro álbum… Y también al casamiento. Porque cuando vi por primera vez a Enrique, yo era jefa creativa y él entraba como ilustrador free lance.

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No conocía esta parte de la historia.

Graciela: Fuimos “simplemente amigos” durante un año. Cuando él llegaba a la empresa, la telefonista me anunciaba su presencia con emoción. Sumados a los comentarios de algunas compañeras de trabajo, hicieron que en algún momento pensara que Enrique podía ser un buen candidato para presentárselo a una amiga. A lo largo de ese año se fue creando una amistad con un grupo de ilustradores y uno de ellos nos invitó a todos a pasar un fin de semana en su casa de la costa. Llevamos bolsas de dormir y Enrique puso la suya al lado de la mía. “Ah, mirá”, me dije. ¨”Está con vos”, me dijeron algunas. “Ah, mirá”, pensé. Y volví a pensar lo mismo en el viaje de vuelta, cuando se sentó al lado mío. También cuando al regreso me escribió un cuento que me enamoró sobre una caminata que hicimos en la playa, en la niebla. Al poco tiempo le ofrecí prestarle mi casa a una ilustradora para que trabajase allí a la tarde, mientras yo estaba en la oficina. Ella no fue, pero Enrique aprovechó la oferta y cuando y entre mates y charla hasta altas horas de la madrugada y salidas grupales, se fue armando el romance. Nos casamos enseguida, después de tres meses de novios.Graciela Repun - 7903 copy Ya veo, un comienzo muy romántico… ¿Y cómo empezaron a escribir literatura infantil?

Cuando nacieron los chicos, además de leerles todas las noches comenzamos a contarles cuentos que íbamos creando sobre la marcha. Uno de mis cuentos nos pareció que podía ser viable para presentarlo en el concurso “Coca Cola en las artes y en las ciencias”. Y tuve la suerte de que entre cientos de participantes me eligieron con otros diez premiados –los jurados no acordaron sobre el primer premio- y me encontré entre escritores a los que ya admiraba como Adela Basch y Ricardo Mariño, y otros nuevos entre los que estaban Graciela de Luca Bialet, Miguel Angel Molfino, Toity Leiguarda… ¡no me acuerdo de todos y eran buenísimos!

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Un tiempo después atiendo el teléfono y escucho una voz profunda, modulada y era la deliciosa voz de Canela que me decía: “Hola Graciela, me gustó mucho tu cuento”, ¿tendrías otros para mostrarme? ¡Me estaba llamando la mismísima editora de Sudamericana pero el cuento que había mandado al concurso era el único que había escrito en mi vida! Ese día charlamos un montón y le conté que Enrique era ilustrador. Canela lo invitó a mostrarle su trabajo, lo presentó en la editorial y a partir de eso, estuvo ilustrando tapas de libros para adultos de Sudamericana y para… ¿Para dónde era, Enrique? 

(Enrique responde desde la cocina, donde está preparando mate): Para Sudamericana y para Planeta.Graciela Repun - 7822Incognita ¿Y cuándo escribiste más cuentos?

Graciela: El segundo cuento lo escribí un tiempo después y lo mandé a otro concurso. Uno que organizaban Alija y Colihue y salió primera mención. Ahí me empecé a preguntar si no tendría que seguir escribiendo… Después me llamaron de Santillana y empecé a tener mucho trabajo de escritura.

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Enrique: Los dos. Porque me invitaron también a mí a enviar textos. Luego trabajamos para Quirquincho, donde Graciela reencontró a Adela Basch que nos abrió la puerta -y sigue abriéndolas para muchos escritores nuevos.

Graciela ¿cuándo empezaste con tus talleres?

Graciela: Asistí a un taller literario aunque ya estaba publicando profesionalmente. Pero tuve que dejar un tiempo porque tenía mucho trabajo. En ese preciso momento la profesora y los otros concurrentes tuvieron algunas desinteligencias y ella disolvió el taller. Mis compañeros vinieron a buscarme y me pidieron que siguiera yo dándoles clase. Me pareció un desafío enorme y me preparé leyendo cuanto libro había publicado sobre el tema y así empecé. Después hice otros talleres para chicos adolescentes, adultos. También talleres a la distancia… Ahora doy cuatro: Corrección profunnnnnnda, Octavo Cielo, El Chancho de la Refutación y Nación Cracovia, en el que vos estuviste como invitada y que el año pasado cumplió diez años.

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Primero estuvieron en la Cárcova.

Graciela: Dos o tres años, pero había problemas institucionales, las clases no empezaban, se interrumpían… y decidimos irnos a otro lugar. Un día, alguien había cambiado el nombre Cárcova por Cracovia y al independizarnos del IUNA, quedó “Nación Cracovia”.

¿Ahora los das acá en tu casa?

Graciela: Sí, ves, tengo estos dos escritorios para acomodar a todos.

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Tu taller tiene fama de ser un semillero de escritores.

Graciela: Tuve la suerte de encontrar buenos talleristas y buena gente, como Carla Dulfano, Olga Appiani, Marcela Silvestro, Juan Carlos Cháves, Mariana Kizchner, Mónica Alejandra López, Valeria Dávila, Mariana Weschler, Gragry Troncoso, Andrés Sobico, Florencia Esses –que después también coescribió muchos libros conmigo-, Marina Elberger, Melina Pogorelsky, Andrea Rogel, Gaby Burín, Eugenia Nobatti, Alexiev, Alejandra Viacava, entre tantos otros…

Enrique: En el cumpleaños de Cracovia, recordaron que se cumplió lo prometido cuando promocionamos el taller en la Cárcova con un texto que anunciaba: ”Escribir, disfrutar y publicar”.

Graciela Repun - 7890 Graciela: A fin de año hacemos una evaluación del proceso de cada uno –a veces muy emotivas- y a mí me pone muy contenta cuando comentan: “Este taller es mi espacio”. Porque experimentamos y compartimos todo lo que tiene que ver con la lectura y la escritura en un clima muy divertido.

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Y vos Enrique, ¿participás en los talleres? ¿Qué hacés, te colás, desaparecés?

Enrique: Yo les preparo el mate antes de empezar.

Graciela: El mate de Enrique es fundamental. Si lo hace otro, algunos reclaman. Tiene fama de hacer el mate más rico de la calle Paso.

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Te preguntaba acerca de la participación de Enrique porque ustedes tienen que saber que para el mundo exterior son un equipo que funciona muy unido: escriben juntos, viven juntos, son una especie de Gestalt creativa.

Enrique: Y, después de 30 años es difícil hacer una separación.

Graciela: Tengo muchos libros en equipo, con alumnas, con otros escritores, a dos, a tres, a cuatro manos. Con quien más me cuesta trabajar es con Enrique, pero después quedo súper satisfecha de los resultados.

Enrique: Más que con los que hacés con otros.

Graciela: ¡No me hagas pelear con los otros porque no es así! Pero me encantó hacer con vos “El héroe repelente”. Es un fantasy que tuvo sus batallas, pero entre nosotros, hasta que logramos que fluya. Teníamos todo la historia planeada, ya aprobada por Planeta, estábamos en el límite del tiempo y yo decía: “Quiero poner a un niño barbudo” y Enrique contestaba, “Bueno”. O me corregía el texto de Egobordo, un herrero que masculla las palabras, explicándome las razones lógicas para que dijera: “L´ucuntré nel payso” en lugar de “Lo encontré en el pasadizo”.

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Enrique: Fue el quinto libro de fantasy que hicimos juntos.

Graciela: Es un género que a Enrique le sale con más naturalidad que a mí. Ojala pudiera terminar unas novelas que tiene empezadas, que le dedique tiempo a eso porque son buenísimas.

¿Se leen entre ustedes? ¿Se muestran lo que escriben antes de ser publicado?

Graciela: Enrique, Juli y Marina son mis primeras víctimas propiciatorias, yo no muestro ningún texto sin que ellos lo lean primero. Enrique también nos muestra primero a nosotros. Julián, el otro escritor de la casa, es un poco más independiente.

Enrique: Lo que pasa es que Juli escribe mucho a solas y después te dice léete esto y son como 1000 páginas.

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Con Marina, la hija mayor.

 Venir a hablar con ustedes y no hablar de sus hijos es imposible porque son una familia de escritores, de músicos, compositores…

Graciela: Tenés que escuchar el CD de Marina, de su grupo 1999, son muy buenos, y no lo decimos solo nosotros. Al año de empezar como banda quedaron entre las cinco finalistas por capital que compitieron para grabar un disco en Inglaterra. Marina compone la música, la letra y canta. Por su parte, Julián, ya publicó en Del Naranjo y en Uranito y no puede dedicarse más porque lo absorbe el estudio. Aunque por suerte hay profesores que tienen en cuenta su discapacidad y tratan de allanarle el camino. Como no ve bien, tiene que escuchar los apuntes a través del lector-robot de la computadora…

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Los cuatro escribieron un libro a ocho manos.

Graciela: Sí, Bienvenidos a Santa Beba.

Es algo importante de mencionar porque es atípico, la sintonía con la que son capaces de trabajar los cuatro.

Graciela: La escritura de Santa Beba ayudó a mejorar algunos de los temas que surgen en cualquier familia y otros particulares, propios de las que tienen un integrante con discapacidad física. Más allá del enigma policial y todo lo ficcional pautado previamente, cada uno fue libre para jugar con su humor exagerando temas reales o sugiriendo la existencia de otros. Y Julián comentó con humor alguna de sus dificultades como la sordera, sin dramatizar ni caer en eufemismos.

Enrique: Justamente, Julián hizo una nota para una revista de la facultad que también publicaron en otra de Neurología donde dice: “Yo soy discapacitado, no hablemos con eufemismos”.

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¿Y cómo fueron armando las bibliotecas?

Graciela: Este mueble, la biblioteca más grande, estaba en el estudio de mi papá que era abogado. Las otras las armó Enrique.

Enrique: Sí, la larga del pasillo la hice yo hace un montón de años. Aquí hay bibliotecas por todos lados.

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¿Tenés habilidad para hacer cosas de la casa?

Enrique: Yo soy carpintero de alma. Cuando era adolescente trabajaba como carpintero, hacía decoraciones para vidrieras, trabajaba con acero. Tomábamos objetos recién hechos y los patinábamos para convertirlos en una antigüedad, o restaurábamos piezas decorativas. También aprendí a tapizar y tengo unas enciclopedias de historia y restauración de muebles, todo eso me encanta.

Graciela: Me está prometiendo hacer unas miniaturas de muebles art nouveau.

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Esta casa que está llena de vida, de historias, ¿la disfrutan? ¿Les gusta estar aquí?

Graciela: La disfrutamos pero a mí me gustaría viajar más, somos distintos.Yo soy o era paseandera. Viajé mucho por el interior del país con el programa Argentina de punta a punta de la Secretaría de Cultura de la Nación. Viajé desde Ushuaia hasta La Quiaca. Había escrito un libro sobre los Derechos del niño contados desde la formación de una murga barrial, que repartió gratuitamente el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en escuelas de zonas marginales y decidieron acompañar esa entrega con talleres de escritura. Pedí que también fueran de ilustración y viajamos con la ilustradora del libro, Valeria Cis y cuando ella no pudo porque estaba embarazada, viajé con Luciana Fernández. Para nosotras fue maravilloso, y volvíamos sacudidas con el entusiasmo de las producciones que se generaban en los talleres, el resabio amargo de la impotencia por cómo viven algunos de esos chicos, la alegría por la dedicación y el ingenio de ciertas maestras y directivos que se las rebuscaban para darles de todo, y también la tristeza por la desgano o la estrechez del prejuicio de otros.

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Enrique: Le tocó ir a lugares considerados peligrosos, donde algunos se negarían a entrar y ella iba a encontrarse con los chicos y con madres muy compañeras de sus hijos.

Graciela: En esos viajes nos llevaban en camionetas desde la capital a algunos pueblos y nosotras conversábamos con los conductores sobre cada zona y así muchos decidieron convertirse en nuestros guías turísticos y nos llevaron de onda a los lugares de los que hablaban y así paseamos por el cerro Siete Colores, o nos llevaron de Puerto Madryn a tomar el té a Gaimán.

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También estuviste en Europa.

Graciela: Lo de Europa surgió en el peor momento de la Argentina. Estábamos pasándola mal y en pleno corralito, el libro “Leyendas Argentinas” recibió el White Ravens. Mi amigo Gabriel Garrido, que es director de un ensamble, y su mujer Claire viven en Suiza y me invitaron para que pudiera recibir el premio en Bologna. Fui a la Feria, vendí un libro que hicimos con Nora Hilb a Italia y otros amigos me empezaron a invitar a sus casas. Fui a Barcelona, a Castelldefells, Ginebra, Paris, el norte de Francia, a Annecy, a Roma, Milán…

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Fue un viaje largo…

Graciela: Sí y de emociones combinadas. Salí de las manifestaciones en Argentina para encontrarme rodeada por otra, a favor de Le Pen, mientras tomaba un cafecito en Paris. “Te trajiste las manifestaciones con vos”, me dijeron las argentinas que me acompañaban, porque les conté que en Ginebra presencié otra protesta, muy ordenada, muy suiza, con músicos acompañando una reivindicación sobre el uso o no de las bicicletas en ciertos horarios, no me acuerdo bien.

París fue muy fuerte al punto que un par de veces me descubrí que estaba llorando de la emoción sin darme cuenta. Una fue en el Louvre, cuando me encontré frente a “Santa Ana, la Virgen y el niño”, de Leonardo. No imaginé que me pudiera emocionar así. Leonardo es el pintor favorito de Enrique, hasta escribió una novela gráfica para chicos con él como uno de los protagonistas. Pero yo tengo muchos otros pintores que me conmueven más, incluso muchos contemporáneos. Y sin embargo… Y la otra vez que me descubrí llorando fue cuando caminaba por un puente de París. Me acuerdo que le lloriqueé a Enrique y le dije que no tenía sentido caminar sola por ahí.

¿Cómo son sus vacaciones ideales?

Graciela: Sea donde sea siempre nos llevamos laburo.

¿Escriben en vacaciones?

Graciela: Sí, hemos escrito teatro y otras cosas, es que nos ubican por celular y nos piden cosas de último momento. Una vez recibí un pedido de Brasil, otra de Colombia. Siempre son bienvenidos los pedidos del exterior, pero ¿por qué vendrán en vacaciones? Lo que nos pasa es que al no tener un trabajo en relación de dependencia, siempre tenemos que aceptar, si es interesante la propuesta.

Enrique: Si estábamos con amigos, teníamos que buscar momentos para poder escribir. No queríamos perder la ocasión de disfrutar las vacaciones con amigos por cuestiones de trabajo.

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¿Qué foto les gustaría sacar?

Graciela: La foto que quisiera sacar es la que me provoque, cada vez, ganas de volver a mirarla.

Enrique: ¡Cualquiera que tuviera la calidad de las de esta nota! Pero no me hago ilusiones, soy un fotógrafo terrible. Lo mío es, o fue, o será siempre, el dibujo. Estar varias horas frente a un modelo, a razón de decenas de microexpresiones por segundo, es lo mío. Alguna vez di unas pocas clases de dibujo, y expliqué, como me habían enseñado, que cuando retratamos a una persona debemos olvidarnos de que es un ser vivo, y centrarnos en reproducir un conjunto de volúmenes afectados por la luz, la sombra, los reflejos… Tuve un alumno muy aprovechado. Después de unas vacaciones que pasó en Brasil, me contó cómo salía munido de lápices y papel y rumbeaba para la playa, diciéndole a la mujer que se iba a contemplar algunos «volúmenes afectados por la luz», lo que significaba que se pasaba el resto del día mirando a las garotas.

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9 comentarios en “Graciela Repún y Enrique Melantoni

  1. Adorable, ese es el término que siempre que leo, la veo, la escucho………..adorable mujer, escritora, creadora…………!!!!!!!!!!!!!!! excelente GRACIELA, excelente ENRIQUE…………!!!!!!!!!! FELICITACIONES

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  2. ¡Hermosa nota! Muy emocionante. Son grandes personas. Talentosos, sensibles; tienen la capacidad de disfrutar de los instantes y de crear mundos. Son así… tal cual se los ve, tal cual se los lee.
    Juli, Marina, Graciela y Enrique… Hermosos.
    Los quiero Moni López

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  3. Me entusiasmó muchisimo la nota….es leerlo un viaje de amor Vale la pena este relato va más alla de las pretensiones o prpósitos no hacen solamente…son.
    Muchas gracias lo comparto ! Ah si haces algun taller de cuentos avisame.

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